J. KRISHNAMURTI

OBRAS  COMPLETAS  AÑOS  1933-1967

Tomo I (Extractos)

(1933-1934)

EL  ARTE  DE  ESCUCHAR

Traducido del inglés por

Armando Clavier

EDITORIAL KIER S.A.

Avda. Santa Fe 1260

(1059) Buenos Aires, Argentina

 

 
 

La Fundación Krishnamurti Latinoamericana (F.K.L) tiene la satisfacción de ofrecer al lector de habla hispana las obras completas de Krishnamurti.

La F.K.L., fundada por Krishnamurti, cuenta con Delegaciones en América Latina, donde desarrollan labores de información y difusión.

Título original en inglés

The Collected Works of J.Krishnamurti

Volume I. 1933-1934. The Art of Listening

Copyright © 1991 by Krishnamurti Foundation of America

P.O. Box 1560, Ojai, CA. 93024, U.S.A.

Library of Congress Catalog Card Number: 90-62735

ISBN 0-8403-6341-9

Título original en castellano

J.Krishnamurti. Obras Completas Años 1933-1967

Tomo I. 1933-1934. El Arte de Escuchar

Editorial Kier, S.A.

Buenos Aires 1994

Todos los derechos de la versión en castellano

cedidos a la Fundación Krishnamurti Latinoamericana

Apartado 5351, Barcelona, 08080, España

Diseño de tapa

Graciela Goldsmidt

Correctora de pruebas

Delia Arrizabalaga

Supervisado por

Armando Clavier

Composición tipográfica

Estudio Fotoarte

Libro de edición argentina

ISBN 950-17-1190-0

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

© 1994 by Editorial Kier, S.A. Buenos Aires

Impreso en la Argentina

Printed in Argentina


Índice

Prefacio

Pláticas en Alpino y Stresa, Italia

     Primera plática en Alpino, 12 de julio de 1933 9

     Primera plática en Stresa, 2 de julio de 1933   12

     Segunda plática en Alpino, 4 de julio de 1933  17

     Tercera plática en Alpino, 6 de julio de 1933   23

     Segunda plática en Stresa, 8 de julio de 1933   29

     Cuarta plática en Alpino, 9 de julio de 1933     37

Pláticas en el Campamento de Ommen, Holanda

     Primera plática, 27 de julio de 1933    45

     Segunda plática, 28 de julio de 1933   48

     Tercera plática, 29 de julio de 1933    52

     Cuarta plática, 30 de julio de 1933      60

     Quinta plática, 3 de agosto de 1933    67

     Sexta plática, 4 de agosto de 1933      74

     Séptima plática, 5 de agosto de 1933  82

     Octava plática, 6 de agosto de 1933    89

     Novena plática, lo de agosto de 1933  98

     Décima plática, 11 de agosto de 1933 105

     Undécima plática, 12 de agosto de 1933          113

     Duodécima plática, 13 de agosto de 1933        121

     Alocución al Campamento de la Hoguera, 13 de agosto de 1933           130

Pláticas en Oslo y Frognerseteren, Noruega

     Plática en el salón de la Universidad, Oslo, 5 de septiembre de 1933     131

     Primera plática en Frognerseteren, 6 de septiembre de 1933     138

     Segunda plática en Frognerseteren, 8 de septiembre de 1933     145

     Tercera plática en Frognerseteren, 9 de septiembre de 1933      152

     Plática en el Coliseo, Oslo, lo de septiembre de 1933   137

     Cuarta plática en Frognerseteren, 12 de septiembre de 1933     165

Pláticas en Adyar, Madrás, India

     Primera plática, 29 de diciembre de 1933        175

     Segunda plática, 30 de diciembre de 1933       186

     Tercera plática, 31 de diciembre de 1933        196

     Cuarta plática, 1º de enero de 1934    204

     Quinta plática, 2 de enero de 1934      214

     Sexta plática, 3 de enero de 1934       224

Preguntas         237

EL FUTURO ES HOY

J.Krishnamurti

 

 

 


 

Prefacio

Hijo de padres brahmines, Jiddu Krishnamurti nació en 1895 en el sur de la India. Cuando Krishnamurti tenía catorce años, Annie Besant, presidenta de la Sociedad Teosófica, una organización internacional que ponía énfasis en la unidad de todas las religiones, lo proclamó el próximo Instructor del Mundo. Adoptó al muchacho y lo llevó a Inglaterra, donde fue educado y preparado para su rol futuro. En 1911, se formó una nueva organización mundial, con Krishnamurti como jefe de la misma; tenía el fin exclusivo de preparar a sus miembros para el advenimiento del Instructor del Mundo. En 1929, después de muchos años de cuestionarse a sí mismo y de cuestionar el destino que le habían impuesto, Krishnamurti disolvió esta organización, diciendo:

La Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. La Verdad, al ser ilimitada, incondicionada, absolutamente inabordable por ningún camino, no puede ser organizada, ni puede formarse organización alguna para conducir o forzar a la gente a lo largo de algún sendero particular. Mi único interés es hacer que los hombres sean absoluta, incondicionalmente libres.

Hasta el fin de su vida, a la edad de noventa años, Krishnamurti viajó por el mundo hablando como una persona privada. El rechazo de toda autoridad espiritual y psicológica, incluyendo la suya propia, constituye un tema fundamental. Es de interés prioritario la estructura social y cómo ésta condiciona al individuo. Sus pláticas y escritos ponen el acento en las barreras psicológicas que impiden la claridad de percepción. En el espejo de la relación, cada uno de nosotros llega a comprender el contenido de su propia conciencia, la cual es común a toda la humanidad. Esto podemos hacerlo, no analíticamente, sino directamente de una manera que Krishnamurti describe en detalle. Observando este contenido, descubrimos dentro de nosotros la división del observador y lo observado. Él señala que esta división, que impide la percepción directa, es la raíz del conflicto humano.

Su visión fundamental no vaciló después de 1929, pero durante el resto de su vida Krishnamurti se esforzó por hacer que su lenguaje fuera aun más simple y claro. En su exposición se advierte un desarrollo. Año tras año empleó, con matices diferentes, términos nuevos y nuevas maneras de abordar su enseñanza.

A causa del carácter global de esta enseñanza, las Obras Completas son de extraordinario interés. Dentro de sus pláticas de cada año, Krishnamurti no podía abarcar el campo completo de su visión, pero a lo largo de estos volúmenes pueden encontrarse extensas ampliaciones de temas particulares. En ellos echa los cimientos de muchos de los conceptos que usó en años posteriores.

Las Obras Completas contienen pláticas, discusiones, respuestas a preguntas específicas, y escritos desde el año 1933 hasta el año 1967 inclusive. Son un documento auténtico de sus enseñanzas, basado en transcripciones de registros literales taquigráficos y de grabaciones magnetofónicas.

La Krishnamurti Foundation de Norteamérica, un Trust benéfico con sede en California, tiene entre sus propósitos la publicación y distribución de libros, videocasetes, filmes y grabaciones magnetofónicas de Krishnamurti. La publicación de las Obras Completas es una de estas actividades.

 

 

 

Alpino, Italia, 1933

PRIMERA  PLÁTICA  EN  ALPINO

Amigos:

Me gustaría que hicieran ustedes un descubrimiento vital, no un descubrimiento inducido por la descripción de otros. Si alguien les hubiera hablado, por ejemplo, del paisaje de aquí, vendrían con sus mentes ya dispuestas a causa de esa descripción, y entonces tal vez se sentirían decepcionados por la realidad. Nadie puede describir la realidad. Ustedes deben experimentarla, verla, percibir toda su atmósfera. Cuando ven su belleza y exquisitez, experimentan una jubilosa renovación, una reavivación interna.

Casi todas las personas que creen estar buscando la verdad, ya han dispuesto sus mentes para recibirla, estudiando las descripciones de aquello que están buscando. Cuando uno examina las religiones y las filosofías, encuentra que todas han tratado de describir la realidad; trataron de describir la verdad para su propio gobierno.

Ahora yo no voy a tratar de describir lo que para mí es la verdad, porque eso sería un intento imposible. Uno no puede describir ni comunicar a otro la plenitud de una experiencia. Cada cual debe vivirla por sí mismo.

Como la mayoría de la gente, ustedes han leído, han escuchado e imitado; han tratado de averiguar lo que otros han dicho acerca de la verdad y de Dios, acerca de la vida y la inmortalidad. De modo que tienen una representación mental, y ahora desean comparar esa representación con lo que voy a decir. O sea, que la mente de ustedes está buscando sólo descripciones; no tratan de descubrir nada nuevo, sino que sólo tratan de comparar. Pero dado que yo no intentaré describir la verdad ‑porque la verdad no puede ser descrita-, es natural que la mente de ustedes llegue a confundirse.

Cuando sostenemos ante nosotros una imagen que tratamos de copiar, un ideal que tratamos de seguir, jamás podemos afrontar plenamente una experiencia; jamás somos sinceros, veraces, respecto de nosotros mismos y de nuestras propias acciones; siempre estamos proyectándonos con un ideal. Si de verdad sondearan ustedes sus mentes y sus corazones, descubrirían que vienen aquí para obtener algo nuevo: una idea nueva, una nueva sensación, una nueva explicación de la vida, a fin de poder moldear, de acuerdo con eso, sus propias vidas. Por lo tanto, en realidad vienen en busca de una explicación satisfactoria. No han venido con una actitud de frescura, de modo que, mediante la propia percepción, la propia intensidad, sean capaces de descubrir el júbilo natural de la acción espontánea. La mayoría de ustedes está buscando una explicación descriptiva de la verdad, pensando que si pudieran descubrir qué es la verdad, podrían moldear sus vidas conforme a esa luz eterna.

Si ése es el motivo de su búsqueda, entonces ésa no es una búsqueda de la verdad. Es, más bien, una búsqueda de consuelo, de bienestar; no es sino un intento de evadir los innumerables conflictos y luchas que deben afrontar todos los días.

El impulso de buscar la verdad nace desde el sufrimiento; en el sufrimiento radica la causa de la insistente investigación y búsqueda de la verdad. Sin embargo, cuando ustedes sufren ‑como de hecho sufre todo el mundo-, lo que buscan es un remedio y alivio inmediatos. Cuando sienten un momentáneo dolor físico, para aminorar el sufrimiento obtienen una momentánea angustia mental o emocional, tratan de obtener consuelo e imaginan que la búsqueda de la verdad es una manera de encontrar alivio al pesar que experimentan. De ese modo, están procurando continuamente una compensación para sus dificultades, una compensación para el esfuerzo que se ven obligados a hacer. Eluden la causa principal del sufrimiento y, en consecuencia, viven una vida ilusoria.

Así que esas personas que siempre proclaman estar a la búsqueda de la verdad, de hecho la están perdiendo. Han encontrado que sus vidas son insuficientes, incompletas, carentes de amor, y piensan que tratando de obtener la verdad, encontrarán satisfacción y consuelo. Si ustedes se dijeran francamente que lo único que buscan es consuelo y compensación para las dificultades de la vida, serían capaces de abordar el problema inteligentemente. Pero en tanto pretendan para sí mismos que buscan algo más que mera compensación, no podrán ver las cosas con claridad. Lo primero que deben descubrir, pues, es si realmente y de manera fundamental, están buscando la verdad.

El hombre que busca la verdad no es un discípulo de la verdad. Supongamos que uno de ustedes me dice: “No he conocido el amor en mi vida; ha sido una vida pobre, una vida de aflicción continua; por lo tanto, busco la verdad a fin de lograr consuelo”. Entonces tengo que señalar que la búsqueda de consuelo es una completa ilusión. No hay tal cosa en la vida como consuelo y seguridad. Lo primero que hay que comprender es que debemos ser absolutamente francos.

Pero ustedes mismos no están seguros de lo que realmente desean: desean consuelo, alivio, compensación y, no obstante, al mismo tiempo desean algo que es infinitamente más grande que la compensación y el consuelo. Se hallan tan confundidos, que en un momento acuden a una autoridad que les ofrece compensación y consuelo, y al momento siguiente se vuelven hacia otra que les niega tal consuelo. Así, la vida de ustedes se convierte en una existencia refinada e hipócrita, una vida de confusión. Traten de descubrir lo que realmente piensan; no pretendan que piensan lo que ustedes creen que deben pensar. Entonces, si son conscientes, si están plenamente despiertos a lo que hacen, sabrán por sí mismos, sin analizarse, lo que realmente desean. Si son plenamente responsables en sus actos, sabrán, sin autoanálisis, lo que en realidad están buscando. Este proceso de descubrimiento no necesita un gran poder de voluntad, una gran fuerza, sino solamente el interés por descubrir lo que piensan, por descubrir si son realmente honestos o si están viviendo en la ilusión.

Hablando a grupos de oyentes en todo el mundo, encuentro que más y más personas parecen no comprender lo que digo, y eso ocurre porque llegan con ideas fijas; escuchan con su actitud predispuesta, sin tratar de descubrir qué es lo que tengo que decir, sino sólo esperando encontrar lo que secretamente desean. Es inútil decir: “Aquí hay un ideal nuevo al cual debo amoldarme”. Descubran, más bien, lo que realmente piensan y sienten.

¿De qué modo pueden descubrir lo que realmente piensan y sienten? Desde mi punto de vista, pueden hacerlo sólo si están atentos a la totalidad de la vida que viven. Entonces descubrirán hasta qué punto son esclavos de sus ideales y, al descubrirlo, verán que han creado ideales meramente para su propia consolación.

Donde hay dualidad, donde hay opuestos, tiene que existir la conciencia de nuestro estado incompleto. La mente se halla atrapada en los opuestos, tales como el castigo y la recompensa, el bien y el mal, el pasado y el futuro, la ganancia y la pérdida. El pensamiento está preso en esta dualidad y, por lo tanto, la acción es incompleta. Esta condición de lo incompleto crea sufrimiento, el conflicto de la opción del esfuerzo y de la autoridad, y el escapar de lo no esencial hacia lo esencial.

Cuando sentimos que somos incompletos, nos sentimos vacíos, y desde ese sentimiento de vacuidad surge el sufrimiento; desde ese estado incompleto creamos patrones, ideales para sostenernos en nuestra vacuidad, y establecemos esos patrones e ideales como nuestra autoridad externa. ¿Cuál es la causa interna de esta autoridad externa que creamos para nosotros mismos? En primer lugar, porque nos sentimos incompletos y sufrimos por esa condición. Mientras no comprendemos la causa de la autoridad, no somos sino máquinas repetitivas, y donde hay imitación no puede existir la rica realización de la vida.

Para comprender la causa de la autoridad, debemos entender el proceso mental y emocional que la crea. En primer lugar, uno se siente vacío y, a fin de librarse de ese sentimiento, hace un esfuerzo; mediante ese esfuerzo sólo crea opuestos, crea una dualidad que no hace sino incrementar la insuficiencia y la vacuidad. Somos los responsables de autoridades externas como la religión, la política, la moralidad, de autoridades tales como los modelos sociales y económicos. A causa de nuestra vacuidad, de nuestra insuficiencia, hemos creado estos modelos o patrones externos, de los cuales tratamos entonces de desembarazarnos. Deseamos desarrollarnos, evolucionar, crecer sin ellos creando una ley interna propia. Cuando llegamos a comprender los patrones externos, queremos librarnos de ellos y desarrollar nuestro propio patrón interno. Ese patrón interno, al que llamamos “realidad espiritual”, lo identificamos con una ley cósmica, lo cual implica que creamos otra división, otra dualidad.

Por lo tanto, primero creamos una ley externa y después, con el tiempo, procuramos librarnos de ella desarrollando una ley interna que identificamos con el universo, con la totalidad. Eso es lo que está sucediendo. Por lo general, somos conscientes de nuestro limitado egoísmo, al que identificamos entonces con una gran ilusión que llamamos cósmica. Así, cuando decimos: “Obedezco mi ley interna”, no hacemos más que usar una expresión para encubrir nuestro deseo de escapar. Para mí, el hombre que está atado por una ley, ya sea externa o interna, se halla confinado en una cárcel, sujeto por una ilusión. Por consiguiente, un hombre así no puede comprender la acción espontánea, natural y sana.

Entonces, ¿por qué crea uno sus propias leyes internas? ¿No es, acaso, porque la lucha de todos los días es tan grande, tan carente de armonía, que uno desea escapar de ella y crear una ley interna que se convertirá en su consuelo? Y uno llega a ser un esclavo de esa autoridad interna, de ese patrón interno, porque ha rechazado solamente la imagen externa y ha creado en su lugar una imagen interna a la cual se esclaviza.

Pero mediante este método no obtendrán ustedes un verdadero discernimiento, y el discernimiento es completamente otra cosa que la opción. La opción tiene que existir donde hay dualidad. Cuando la mente es incompleta y está consciente de esa insuficiencia, trata de escapar de ella y, por lo tanto, crea un opuesto de la insuficiencia. Ese opuesto puede ser un patrón tanto externo como interno, y cuando uno ha establecido tal patrón, juzga toda acción, toda experiencia, conforme a ese patrón y, por consiguiente, vive en un continuo estado de opción. La opción nace sólo de la resistencia. Si hay discernimiento, no hay esfuerzo.

Así que, para mí, toda esta concepción de esforzarse en pos de la verdad, de la realidad, esta idea de realizar un esfuerzo sostenido, es completamente falsa. En tanto sean ustedes incompletos experimentarán sufrimiento y, en consecuencia, no estarán comprometidos con la opción, con el esfuerzo, en la incesante lucha por lo que llaman “realización espiritual”. Digo, pues, que cuando la mente está presa en la autoridad, no puede tener una comprensión verdadera, no puede pensar conforme a la verdad. Y puesto que las mentes de casi todos ustedes están presas en la autoridad ‑que no es sino un medio de evadir la comprensión, el discernimiento-, no pueden enfrentarse de manera completa a la experiencia de la vida. Por lo tanto, viven una vida dual, una vida de simulación, de hipocresía, una vida que ni por un instante llega a ser completa.

1º de julio de 1933

 

 

 

 

 

 

PRIMERA  PLÁTICA  EN  STRESA

Amigos:

En mis pláticas, no voy a tejer una teoría intelectual. Hablaré de mi propia experiencia, la cual no nace de ideas intelectuales, sino que es real. Por favor, no piensen en mí como en un filósofo que expone un nuevo conjunto de ideas para que el intelecto de ustedes pueda hacer malabares con ellas. Eso no es lo que voy a ofrecerles. Más bien, quisiera explicar que la verdad, la vida de plenitud y riqueza interna, no puede ser realizada por intermedio de otra persona, mediante la imitación o mediante alguna forma de autoridad.

Casi todos nosotros sentimos, ocasionalmente, que hay una vida verdadera, algo eterno, pero los instantes en que sentimos eso son tan raros, que este algo eterno retrocede más y más dentro del trasfondo y nos parece cada vez menos una realidad.

Y bien, para mí existe esa realidad, una realidad viviente y eterna, llámenla Dios, inmortalidad, eternidad o como quieran llamarla. Existe algo viviente, creativo, que no puede ser descrito, porque la realidad elude cualquier descripción. Ninguna descripción de la verdad puede ser duradera, porque sólo puede ser una ilusión hecha de palabras. Uno no puede conocer el amor mediante la descripción de otro; para conocer el amor, uno mismo debe experimentarlo. No podemos conocer el gusto de la sal hasta que hemos probado la sal por nosotros mismos. Sin embargo, gastamos nuestro tiempo buscando una descripción de la verdad, en vez de tratar de descubrir la manera de realizarla. Digo que no puedo describir, no puedo poner en palabras esa realidad viviente que está más allá de toda idea de progreso, de crecimiento. Cuídense del hombre que trata de describir esa realidad viviente, porque ésta no puede ser descrita; debe ser experimentada, vivida.

Esta realización de la verdad, de lo eterno, no se encuentra en el movimiento del tiempo, el cual no es sino un hábito de la mente. Cuando ustedes dicen que realizarán la verdad en el curso del tiempo, o sea, en algún futuro, entonces sólo están posponiendo esa comprensión que siempre debe estar en el presente. Pero si la mente comprende la integridad de la vida y está libre de la división del tiempo en pasado, presente y futuro, entonces adviene la realización de esa realidad viva y eterna.

Pero dado que todas nuestras mentes están presas en la división del tiempo, puesto que piensan en el tiempo como pasado, presente y futuro, surge el conflicto. Además, a causa de que hemos dividido la acción en pasado, presente y futuro, a causa de que para nosotros la acción no es completa en sí misma, sino más bien algo impulsado por motivos, por el temor, por directivas, por la recompensa o el castigo, nuestras mentes son incapaces de comprender el continuo total. La verdadera acción sólo puede resultar cuando la mente está libre de la división del tiempo. Cuando la acción nace de la integridad, no en la división del tiempo, entonces esa acción es armoniosa y está liberada de las trabas de la sociedad, de las clases, razas, religiones y del afán adquisitivo.

Para exponerlo de manera diferente, la acción debe volverse verdaderamente individual. No estoy usando esa palabra individual en el sentido de poner al individuo en oposición a los muchos. Por acción individual me refiero a la acción que nace del completo entendimiento, de la comprensión completa por parte del individuo, comprensión no impuesta por otros. Donde existe esa comprensión, está la verdadera individualidad, la verdadera soledad ‑no la soledad del escape a la solicitud, sino la soledad que nace del pleno entendimiento de las experiencias de la vida-. Para que haya integridad de acción, la mente debe estar libre de la idea del hoy, el ayer y el mañana. Si la mente no se ha liberado de esa división, entonces surge el conflicto, el cual conduce al sufrimiento y a la búsqueda de escapes para evadir ese sufrimiento.

Yo digo que existe una realidad viviente, una inmortalidad, una eternidad que no puede ser descrita; puede ser comprendida sólo en la plenitud de la propia acción individual, no como parte de una estructura, no como parte de una maquinaria social, política o religiosa. Por lo tanto, uno tiene que experimentar la auténtica individualidad, antes de que pueda comprender qué es lo verdadero. Mientras uno no actúe desde esa fuente eterna, ha de haber conflicto, división y rivalidad continua.

Ahora bien, cada uno de nosotros conoce el conflicto, la lucha, el dolor, la falta de armonía. Éstos son los elementos que mayormente componen nuestras vidas, y desde ellos tratamos de escapar, consciente o inconscientemente. Pero pocos conocen por sí mismos la causa del conflicto. Puede que la conozcan intelectualmente, pero ese conocimiento es sólo superficial. Conocer la causa es ser plenamente consciente de ella, tanto con la mente como con el corazón.

Puesto que pocos somos conscientes respecto de la causa profunda de nuestro sufrimiento, sentimos el deseo de escapar del sufrimiento, y este deseo de escapar ha creado y vitalizado nuestros sistemas morales, sociales y religiosos. Aquí no tengo tiempo de entrar en detalles, pero si ustedes están dispuestos a reflexionar sobre la cuestión, verán que todos nuestros sistemas religiosos en el mundo se basan en esta idea de la postergación y la evasión, en esta búsqueda de mediadores y dadores de consuelo. A causa de que no somos responsables de nuestros propios actos, de que buscamos escapar de nuestro sufrimiento, creamos sistemas y autoridades que habrán de darnos consuelo y protección.

¿Cuál es, entonces, la causa del conflicto? ¿Por qué sufre uno? ¿Por qué tiene que luchar interminablemente? Para mí, el conflicto surge al verse impedido el flujo de la acción espontánea, del pensamiento y sentimiento armoniosos. Cuando el pensamiento y la emoción carecen de armonía, hay conflicto en la acción; o sea, cuando la mente y el corazón se hallan en un estado de discordia, crean un impedimento a la expresión de la acción armoniosa; en consecuencia, hay conflicto. Tal impedimento a la acción armoniosa es causado por el deseo de escapar, por la continua evitación de afrontar la vida plenamente y por encararla siempre con el peso de la tradición, ya sea religiosa, política o social. Esta incapacidad de enfrentarse a la experiencia en su integridad, crea el conflicto y el deseo de escapar del conflicto.

Si ustedes consideran sus pensamientos y los actos que emanan de ellos, verán que donde hay deseo de escapar tiene que haber búsqueda de seguridad; a causa de que con todas sus acciones, sus inclinaciones, sus pensamientos, generan conflicto en la vida, quieren escapar de ese conflicto hacia una seguridad satisfactoria, hacia una permanencia. Así, toda nuestra acción está basada en este deseo de seguridad. Pero, de hecho, no hay seguridad en la vida, ni física ni intelectual ni emocional ni espiritual. Si sentimos que estamos seguros, jamás podremos encontrar esa realidad viviente; no obstante, casi todos nosotros buscamos la seguridad.

Algunos buscan la seguridad física mediante la riqueza, el confort y el poder sobre los demás, que la riqueza les otorga; ellos se interesan en las diferencias sociales y en los privilegios sociales que les aseguran una posición de la cual derivan su satisfacción personal. La seguridad física es una forma cruda de seguridad, pero puesto que para la mayor parte de la humanidad ha sido imposible obtenerla, el hombre se ha vuelto hacia formas sutiles de seguridad que él llama espiritual o religiosa. Debido al deseo de escapar del conflicto, ustedes buscan y establecen la seguridad, física o espiritual. El anhelo de seguridad física se revela en el deseo de tener una sustanciosa cuenta bancaria, una buena posición social, en el deseo de ser considerado alguien en la ciudad, en la lucha por grados y títulos y en todo ese tipo de insensatas estupideces.

Entonces, algunos de ustedes quedan insatisfechos con la seguridad física y se vuelven hacia una forma más sutil de seguridad. Sigue siendo seguridad, sólo que un poco menos obvia, y ustedes la llaman espiritual. Pero yo no veo una diferencia real entre ambas seguridades. Cuando se han saciado con la seguridad física o no pueden obtenerla, se vuelven a lo que llaman la seguridad espiritual. Y cuando hacen esto, afirman y vitalizan esas cosas que llaman religión y creencias espirituales organizadas. Debido a que buscan seguridad, establecen una forma de religión, un sistema o pensamiento filosófico en el cual quedan atrapados, del cual se convierten en esclavos. Por lo tanto, desde mi punto de vista, las religiones con todos sus intermediarios, sus ceremonias, sus sacerdotes, destruyen la comprensión creativa y pervierten el juicio.

Una forma de seguridad religiosa es la creencia en la reencarnación, la creencia en vidas futuras, con todo lo que esa creencia implica. Yo digo que cuando un hombre está atrapado en cualquier creencia, no puede conocer la plenitud de la vida. Un hombre que actúa plenamente está actuando desde esa fuente en la cual no existe la reacción, sino sólo la acción; pero aquél que busca seguridad, escape, tiene que aferrarse a una creencia porque de eso deriva continuo apoyo y aliento para su falta de comprensión.

Luego está la seguridad creada por el hombre en la idea de Dios. Muchas personas me preguntan si creo en Dios, si Dios existe. Uno no puede discutir eso. Casi todas nuestras concepciones de Dios, de la realidad, de la verdad, son meramente imitaciones especulativas. Por lo tanto, son completamente falsas, y todas nuestras religiones se basan en tales falsedades. Un hombre que ha vivido toda su vida en una prisión, sólo puede especular acerca de la libertad; el que jamás ha experimentado el éxtasis de la libertad, no puede conocer la libertad. Por consiguiente, tiene poco valor discutir a Dios, la verdad; pero si ustedes tienen la inteligencia, la intensidad necesaria para destruir las barreras que los rodean, entonces conocerán por sí mismos la plenitud de la vida y ya no serán esclavos de un sistema social o religioso.

Además, está la seguridad por medio del servicio. O sea, que ustedes gustan perderse a sí mismos en la marisma de la actividad, en el trabajo. Mediante esta actividad, esta seguridad, procuran escapar de sus propias luchas interminables.

Por lo tanto, la seguridad no es sino un escape. Y dado que casi todos están tratando de escapar, se han convertido en máquinas de hábitos, a fin de eludir el conflicto. Dan origen a las creencias religiosas, a las ideas; adoran la imagen de una imitación a la que llaman Dios; tratan de olvidar su incapacidad para afrontar la lucha, perdiéndose en el trabajo. Todas éstas son vías de escape.

Entonces, a fin de defender la seguridad, crean la autoridad. ¿No es así? Para recibir bienestar, necesitan de alguien o de algún sistema que les provea ese bienestar. Para tener seguridad, tiene que haber una persona, una idea, una creencia, una tradición que les ofrezca la garantía de seguridad. Así, en nuestro intento de encontrar seguridad, erigimos una autoridad y nos convertimos en sus esclavos. En nuestra búsqueda de seguridad establecemos ideales religiosos que, en nuestro temor, hemos creado; buscamos seguridad por medio de sacerdotes o guías espirituales a quienes llamamos maestros o instructores. O, de nuevo, buscamos nuestra autoridad en el poder de la tradición, ya sea social, económica o política.

Somos nosotros mismos, individualmente, los que hemos establecido estas autoridades. No han nacido espontáneamente. Durante siglos las hemos estado estableciendo y nuestras mentes se han mutilado y pervertido a causa de la influencia que han ejercido sobre nosotros.

O, supongamos que hemos descartado las autoridades; entonces hemos desarrollado una autoridad interna a la que llamamos autoridad intuitiva, espiritual, la cual, para mí, difiere poco de la autoridad externa. O sea, que cuando la mente está atrapada en la autoridad ‑externa o interna- puede ser libre y, por ende, no puede conocer el verdadero discernimiento. En consecuencia, donde hay autoridad nacida de la búsqueda de seguridad, en esa autoridad están las raíces del egoísmo.

Entonces, ¿qué hemos hecho? Hemos establecido autoridades espirituales desde nuestra debilidad, desde nuestro deseo de poder, desde nuestra búsqueda de seguridad. Y en esta seguridad, a la cual llamamos inmortalidad, queremos residir eternamente. Si consideran con calma, con discernimiento, ese deseo, verán que no es más que una forma refinada de egoísmo. Donde hay una división del pensamiento, donde existe la idea del “yo”, la idea de “lo mío” y “lo tuyo”, no puede haber integridad en la acción y, por lo tanto, no puede haber comprensión de la realidad viviente.

Pero, y espero que comprendan esto, esa realidad viviente, esa totalidad, se expresa a sí misma en la acción de la individualidad. He explicado qué entiendo por individualidad: es el estado en el cual la acción tiene lugar gracias a la comprensión liberada de todos los patrones sociales, económicos o espirituales. Eso es lo que yo llamo individualidad verdadera, porque es una acción nacida de la comprensión plena, mientras que el egoísmo es siempre incompleto, está siempre atado a la lucha incesante, con su angustia y su sufrimiento.

Éstas son unas cuantas de las trabas, de los obstáculos que impiden al hombre realizar la realidad suprema. Esa realidad viviente puede ser comprendida sólo cuando nos hemos liberado de esos obstáculos. La libertad de lo completo, de lo íntegro, no está en escapar de la esclavitud, sino en comprender la acción que implica la armonía de mente y corazón.

Permítanme explicar esto con más claridad. La mayoría de las personas reflexivas se da cuenta, intelectualmente, de muchos obstáculos. Por ejemplo, si ustedes consideran seguridades tales como la riqueza, que acumulan para protegerse, o las ideas espirituales en las que tratan de hallar refugio, verán su total futilidad.

Entonces, si examinan estas seguridades, pueden ver intelectualmente su falsedad; pero para mí, esa conciencia intelectual del obstáculo, no es en absoluto una plena percepción alerta de dicha falsedad. Es meramente un concepto intelectual, no una plena toma de conciencia. Esta conciencia plena existe sólo cuando nos damos cuenta, tanto emocional como mentalmente, de estos impedimentos. Si piensan en estos impedimentos ahora, es probable que los consideren sólo intelectualmente y digan: “Explíqueme un modo mediante el cual pueda librarme de estos impedimentos”. O sea, que están meramente tratando de vencer los impedimentos y, debido a eso, crean otra serie de resistencias. Espero haber dejado esto en claro. Puedo decirles que la seguridad es inútil, que carece de significación, y ustedes quizás admitan esto intelectualmente; pero como han estado acostumbrados a luchar por la seguridad, cuando se vayan de aquí continuarán meramente esa lucha, pero ahora contra la seguridad. Por eso buscan nada más que un nuevo modo, un método nuevo, una nueva técnica, que no es sino un deseo renovado de seguridad bajo otra forma.

Para mí no existe tal cosa como una técnica para vivir, una técnica para la realización de la verdad. Si hubiera una técnica así para que ustedes la aprendieran, serían meramente esclavizados por otro sistema.

La realización de la verdad llega solamente cuando hay integridad de acción sin esfuerzo. Y la cesación del esfuerzo llega mediante la percepción alerta de los obstáculos, no cuando tratamos de vencerlos. O sea, cuando somos plenamente conscientes, cuando estamos plenamente atentos, con nuestra mente y nuestro corazón, con la totalidad del ser; entonces, mediante ese estado de atención plena y alerta, podremos vernos libres de los obstáculos. Experimenten y lo verán. Todo aquello que han conquistado los ha hecho esclavos. Sólo cuando han comprendido un impedimento, con todo el ser, sólo cuando han comprendido realmente la ilusión de seguridad, ya no luchan más contra el impedimento. Pero si sólo son intelectualmente conscientes de los obstáculos, continuarán luchando contra ellos.

La concepción que tienen de la vida se basa en este principio. El esfuerzo que hacen para alcanzar el logro espiritual, la evolución espiritual, es el resultado del deseo que sienten por nuevas seguridades, nuevos engrandecimientos, nuevas glorias y, de aquí, esta lucha continua e incesante.

Digo, pues, que no busquen un camino, un método. No hay método ni camino hacia la verdad. No busquen un camino, más bien tomen conciencia de los impedimentos. La percepción alerta no es algo meramente intelectual; es tanto mental como emocional, es integridad en la acción. Entonces, en esa llama de la percepción alerta, se disuelven todos estos impedimentos porque uno los penetra. Al hacerlo, puede percibir directamente, sin opción, aquello que es verdadero. Nuestra acción nacerá entonces de esa integridad, no de la insuficiencia de la seguridad; y en esa integridad, en esa armonía de mente y corazón, está la realización de lo eterno.

2 de julio de 1933

 

 

 

 

 

 

SEGUNDA  PLÁTICA  EN  ALPINO

Amigos:

Hoy voy a hablar acerca de lo que llaman evolución. Es un asunto difícil de discutir y ustedes pueden tomar en sentido erróneo lo que voy a decir. Si no me entienden del todo, por favor, formúlenme preguntas después.

Para la mayoría de nosotros, la idea de la evolución implica una serie de logros, o sea, logros nacidos de la continua opción entre lo que llamarnos no esencial y lo esencial. Implica vivir lo no esencial y moverse hacia lo esencial. A esta serie de logros continuos que resulta de optar, la llamamos evolución. Toda nuestra estructura de pensamiento se basa en esta idea de progreso y logro espiritual, en la idea de crecer más y más dentro de lo esencial, como resaltado de la continua opción. Así pues, pensamos en la acción como en una serie de logros, ¿no es así?

Ahora bien, cuando consideramos el crecimiento o la evolución como una serie de logros, es natural que nuestras acciones jamás sean completas; siempre crecen de lo inferior a lo superior, siempre trepando, avanzando. Por lo tanto, si vivimos bajo ese concepto, nuestra acción nos esclaviza, es un constante, incesante, infinito esfuerzo, y ese esfuerzo se vuelve siempre hacia la seguridad. Naturalmente, cuando existe esta búsqueda de seguridad, hay temor, y este temor crea la conciencia continua de lo que llamamos el “yo”. ¿No es así? Las mentes de casi todos nosotros están atrapadas en esta idea del logro, de la realización, del trepar más y más alto, es decir, en la idea de escoger entre lo esencial y lo no esencial. Y puesto que esta opción, este progreso al que llamamos acción, no es otra cosa que una lucha incesante, un esfuerzo continuo, nuestras vidas también son un esfuerzo incesante y no un libre, espontáneo fluir de la acción.

Quiero diferenciar entre acción y logro o realización. El logro es una finalidad, mientras que la acción, para mí, es infinita. Ustedes comprenderán esta distinción a medida que prosigamos. Pero, primeramente, entendamos que esto es lo que queremos decir por evolución: un continuo movimiento, a través de la opción, hacia lo que llamamos esencial, persiguiendo siempre logros más y más grandes.

La suprema bendición -y esto para mí no es una mera teoría- es vivir sin esfuerzo. Ahora voy a explicar lo que entiendo por esfuerzo. Para la mayoría de ustedes, el esfuerzo no es sino opción. Viven a base de opción, tienen que elegir. Pero, ¿por qué eligen? ¿Por qué hay una necesidad que los impulsa, los impele, los fuerza a elegir? Yo digo que esta necesidad de elegir existe mientras uno es consciente de su vacuidad, de su soledad interna; esa insuficiencia lo obliga a elegir, a hacer un esfuerzo.

La cuestión no es, entonces, cómo llenar esa vacuidad sino, más bien, cuál es la causa de esa vacuidad. Para mí, la vacuidad es la acción que nace de elegir en procura de ganar. El resultado de esa acción que nace de elegir, es la vacuidad. Y cuando hay vacuidad, se suscita la pregunta: “¿Cómo puedo llenar ese vacío? ¿Cómo puedo librarme de esa soledad, de ese sentimiento de insuficiencia?” A mi entender, no es una cuestión de llenar el vacío, porque uno jamás puede llenarlo. Sin embargo, es lo que la mayoría de las personas trata de hacer. Por medio de la sensación, de la excitación, del placer, por medio de la ternura o de la negligencia, tratan de llenar ese vacío, de aminorar ese sentimiento de vacuidad. Pero nunca llenarán esa vacuidad, porque tratan de llenarla con una acción que nace de las opciones.

La vacuidad existe mientras la acción se basa en las opciones, en el agrado y el desagrado, en la atracción y la repulsión. Ustedes optan, eligen, porque esto no les agrada y aquello les agrada; no están satisfechos con esto, pero quieren satisfacerse con eso otro. O tienen miedo de algo y escapan de ello. Para la mayoría de la gente, la acción se basa en la atracción y la repulsión y, por lo tanto, en el miedo.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando uno descarta esto y elige aquello? Basa sus acciones meramente en la atracción y la repulsión y, con eso, está creando un opuesto. En consecuencia, existe esta continua opción, la cual implica esfuerzo. En tanto uno elija, en tanto exista la opción, tiene que haber dualidad. Uno podrá pensar que ha optado por lo esencial, pero a causa de que su elección ha nacido de la atracción y la repulsión, del deseo y el temor, crea meramente otra vez lo no esencial.

Eso es la vida de ustedes. Un día quieren esto, lo eligen porque les gusta y lo desean porque les brinda alegría y satisfacción. Al día siguiente están hartos de ello, ya no significa nada para ustedes y lo descartan, a fin de elegir otra cosa. De este modo, su opción se basa en la continua sensación; eligen basados en la conciencia de la dualidad, y esta elección sólo perpetúa los opuestos.

Mientras elijan entre opuestos no hay discernimiento y, en consecuencia, tiene que haber esfuerzo, esfuerzo perpetuo, constantes opuestos y dualidad. Esa opción es, por lo tanto, incesante, y el esfuerzo que ustedes hacen es ininterrumpido. Tal acción es siempre finita, siempre lo es en términos de logro; por consiguiente, esa vacuidad que experimentan existirá siempre. Pero si la mente está libre de la opción, si tiene la capacidad de discernir, entonces la acción es infinita.

Explicaré esto nuevamente. Como he dicho, si uno afirma: “Deseo esta cosa”, en esa opción ha creado un opuesto. Además, después de esa opción crea otro opuesto, y así va de un opuesto a otro, mediante un proceso de esfuerzo ininterrumpido. Ese proceso es nuestra vida, y en él hay lucha incesante y aflicción, conflicto y sufrimiento. Si uno se da cuenta de eso, si de verdad siente con todo el ser -o sea, tanto emocional como mentalmente- la futilidad de la opción, entonces no elige más; entonces hay discernimiento, hay una respuesta intuitiva que está libre de toda opción, y eso es percepción alerta.

Si uno se da cuenta de que su opción nacida de los opuestos no hace sino crear otro opuesto, entonces percibe lo que es verdadero. Pero la mayoría de ustedes no tiene ni la intensidad del deseo ni la percepción alerta, porque anhelan el opuesto, anhelan la sensación. Por lo tanto, jamás alcanzan el discernimiento, jamás llegan a tener esa rica, plena percepción sensible que libera a la mente de los opuestos. En esa libertad respecto de los opuestos, la acción ya no es más un logro, sino una realización plena nacida del discernimiento, que es infinito. Entonces la acción surge de nuestra propia plenitud, y en una acción así no hay opción y, por ende, no hay esfuerzo.

Para conocer semejante plenitud, semejante realidad, tenemos que hallarnos en un estado de intensa percepción alerta, la cual puede alcanzarse sólo cuando nos enfrentamos con una crisis. La mayoría de ustedes se enfrenta con una crisis, ya sea en relación con el dinero, con las personas, con el amor o con la muerte. Y cuando están atrapados en una crisis semejante, tienen que optar, tienen que decidir. ¿Cómo deciden? La decisión que toman emana del temor, del deseo, de la sensación. De modo que están meramente posponiendo, optan por lo que es conveniente, placentero; por lo tanto, sólo están creando otra oscuridad a través de la cual tienen que pasar. Únicamente cuando perciben el absurdo de su actual existencia, cuando lo perciben no sólo con el intelecto sino con la totalidad de la mente y del corazón, cuando de verdad perciben lo absurdo de este continuo optar, entonces, desde esa percepción alerta, nace el discernimiento. Entonces ya no optan; actúan. Es fácil dar ejemplos, pero no daré ninguno porque a menudo confunden.

De modo que, para mí, la percepción alerta no resulta del esfuerzo por estar alerta; adviene por sí misma cuando estamos conscientes con la totalidad del ser, cuando nos damos cuenta de la inutilidad de la opción. Actualmente optamos eligiendo entre dos cosas, entre dos cursos de acción; elegimos entre esto y aquello, uno lo comprendemos, lo otro no. Con el resultado de una acción semejante, esperamos llenar nuestra vida. Actuamos de acuerdo con nuestros anhelos, nuestros deseos. Naturalmente, cuando ese deseo se ve satisfecho, la acción llega a su fin. Entonces, puesto que seguimos sintiéndonos solos, aislados, buscamos otra acción, otra satisfacción. Cada uno de ustedes se enfrenta con una dualidad en la acción, optando entre hacer esto o aquello; pero cuando perciban la futilidad de la opción, cuando estén alerta con todo el ser, sin esfuerzo alguno, entonces conocerán el verdadero discernimiento.

Pueden poner a prueba esto sólo cuando se encuentran realmente en una crisis; no pueden hacerlo con el intelecto, cómodamente sentados e imaginando un conflicto mental. Pueden aprehender la verdad de esto sólo cuando están cara a cara con una insistente exigencia de opción, cuando tienen que decidir, cuando todo el ser requiere acción. Si en ese instante perciben con la totalidad del ser y se dan cuenta de la futilidad de la opción, entonces de ello brota la flor de la intuición, la flor del discernimiento. La acción que nace de eso es infinita; entonces la acción es la vida misma. No hay división entre la acción y el actor, es todo un continuo. No existe esa satisfacción temporaria que pronto desaparece.

Pregunta: Explique, por favor, qué quiere usted decir cuando sostiene que la autodisciplina es inútil. ¿Qué entiende por autodisciplina?

KRISHNAMURTI: Si usted ha comprendido lo que he estado diciendo, verá la inutilidad de la autodisciplina. Pero explicaré esto nuevamente y trataré de aclararlo.

¿Por qué piensa usted que debe disciplinarse? ¿Respecto de qué desea disciplinarse? Cuando dice: “Debo disciplinarme”, sostiene ante sí mismo un modelo al que piensa que tiene que ajustarse. La autodisciplina existe cuando usted anhela llenar ese vacío interno, cuando se aferra a cierta descripción de lo que es Dios, de lo que es la verdad, cuando abriga determinados conjuntos de patrones morales que usted mismo se fuerza a aceptar como guías. Es decir, que su acción está regulada, controlada por el deseo de amoldarse. Pero si la acción nace del discernimiento, entonces no hay disciplina.

Por favor, entienda lo que quiero significar por discernimiento. No diga: “He aprendido a tocar el piano. ¿No implica disciplina eso?” O: “He estudiado matemáticas. ¿Acaso eso no es disciplina?” No me estoy refiriendo al estudio de una técnica, el cual no puede ser llamado disciplina. Hablo acerca de la conducta en la vida. ¿He aclarado eso? Me temo que la mayoría de ustedes no lo ha comprendido, porque estar libre de la idea de autodisciplina es sumamente difícil, puesto que desde la infancia hemos sido esclavos de la disciplina, del control. Librarse de la idea de disciplina no quiere decir que deban pasarse a lo opuesto, que deban volverse caóticos. Lo que sostengo es que, cuando hay discernimiento, no se necesita la autodisciplina; entonces no existe la autodisciplina.

Casi todos ustedes están atrapados en el hábito de la disciplina. En primer lugar, sustentan una representación mental de lo que es correcto, de lo que es verdadero, de lo que debería ser un buen carácter. Y tratan de ajustar sus acciones a esta representación mental. Actúan meramente conforme a una imagen mental que conservan. En tanto tengan una idea preconcebida de lo que es verdadero ‑y casi todos ustedes tienen esa idea-, están obligados a actuar de acuerdo con ella. Muy pocos estamos conscientes de que actuamos conforme a un patrón, pero cuando nos damos cuenta de que actuamos de ese modo, entonces ya no copiamos ni imitamos; nuestra propia acción revela aquello que es verdadero.

Ustedes saben, nuestro entrenamiento físico, nuestra preparación religiosa y moral tienden a moldearnos conforme a un patrón. Desde la infancia, casi todos hemos sido educados para encajar en un molde social, religioso o económico, y muy pocos tenemos conciencia de esto. La disciplina se ha vuelto un hábito, y somos inconscientes de ese hábito. Sólo cuando ustedes se den cuenta de que se disciplinan conforme a un patrón, su acción nacerá del discernimiento.

Así que, en primer lugar, tienen que comprender por qué se disciplinan, no por qué deben o no deben disciplinarse. ¿Qué le ha sucedido al hombre en el curso de todos los siglos de autodisciplina? Se ha vuelto más una máquina y menos un ser humano; ha adquirido meramente una mayor habilidad en la imitación, en ser una máquina. La autodisciplina, o sea, el amoldarse a una representación mental establecida, ya sea por uno mismo o por algún otro, no genera armonía; sólo genera caos.

¿Qué sucede cuando intentamos disciplinarnos a nosotros mismos? Nuestra acción está creando siempre vacuidad interna porque tratamos de ajustarla a un patrón. Pero si nos damos cuenta de que actuamos conforme a un patrón ‑un patrón de nuestra propia hechura o creado por algún otro-, entonces percibiremos la falsedad de la imitación, y nuestra acción nacerá del discernimiento, o sea, de la armonía de nuestra mente y nuestro corazón.

Ahora bien, mentalmente quieren ustedes actuar de cierta manera, pero emocionalmente no desean lo mismo, y de aquí resulta el conflicto. A fin de superar ese conflicto procuran asegurarse en la autoridad, y esa autoridad se convierte en la norma a la que se ajustan. En consecuencia, no actúan según lo que realmente sienten y piensan; su acción está motivada por el temor, por el deseo de seguridad, y de una acción así nace la autodisciplina. ¿Entienden?

¿Saben?, comprender con toda la intensidad de nuestro ser es algo muy distinto de una comprensión meramente intelectual. Cuando la gente dice: “Comprendo”, por lo general sólo comprende intelectualmente. Pero el análisis intelectual no los liberará de este hábito de la autodisciplina. Cuando están actuando, no digan: “Debo ver si esta acción ha nacido de la autodisciplina, si está de acuerdo con su modelo”. Un intento así sólo impide la verdadera acción. Pero si al actuar están atentos a la imitación, entonces la acción que emprendan será espontánea.

Como he dicho, si examinan cada acto para determinar si ha nacido de la autodisciplina, de la imitación, sus acciones se vuelven más y más limitadas; entonces hay obstrucción, resistencia. No actúan en absoluto genuinamente. Pero si se dan cuenta, con todo el ser, de lo inútil que es el imitar, el amoldarse, entonces su acción no será imitativa, no estará entorpecida, trabada. Cuanto más analiza uno su acción, menos actúa. ¿No es así? Para mí, el análisis de nuestras acciones no libera a la mente de la imitación, que es amoldamiento, autodisciplina; lo que libera a la mente de la imitación es el estar atentos, alerta con todo el ser en el momento en que actuamos.

A mi entender, el autoanálisis frustra la acción, destruye el vivir completo. Tal vez no estén de acuerdo con esto, pero tengan la bondad de escuchar lo que voy a decir, antes de decidir si están o no están de acuerdo. Digo que este continuo proceso de autoanálisis, que es autodisciplina, pone constantemente una limitación al libre fluir de la vida, que es acción. Porque la autodisciplina se basa en la idea del logro, no en la idea de integridad de acción. ¿Alcanzan a ver la diferencia? En un caso, hay una serie de logros y, por lo tanto, existe siempre una finalidad; mientras que en el otro, la acción nace del discernimiento, y una acción así es armoniosa y, por consiguiente, infinita. ¿He aclarado esto?

Obsérvese a sí mismo la próxima vez que diga: “No debo”. La autodisciplina, el “debo” y el “no debo”, se basan en la idea del logro. Cuando uno se da cuenta de la futilidad del logro ‑cuando se percata de esto con todo su ser, tanto emocional como intelectualmente-, entonces ya no hay más “debo” y “no debo”.

Ahora está usted preso en este intento de amoldarse a una imagen que guarda en su mente, tiene el hábito de pensar “debo” o “no debo”. Por lo tanto, la próxima vez que diga esto, percíbase claramente a sí mismo, y en esa percepción alerta discernirá lo que es verdadero y se liberará del obstáculo que implican el “debo” y el “no debo”.

Pregunta: Usted dice que nadie puede ayudar a otro. Entonces, ¿por qué viaja por todo el mundo dirigiéndose a la gente?

KRISHNAMURTI: ¿Necesita eso ser contestado? Implica muchísimo, si usted lo comprende. Como sabe, la mayoría de nosotros desea adquirir la sabiduría o la verdad por intermedio de algún agente externo. Ningún otro puede convertirlo a usted en un artista, sólo usted mismo puede hacerlo. Eso es lo que quiero decir: yo puedo darle la pintura, los pinceles y la tela, pero usted mismo tiene que llegar a ser el artista, el pintor. Yo no puedo convertirlo en un artista. Ahora bien, en sus intentos de volverse espirituales, casi todos ustedes buscan maestros, salvadores, pero yo digo que ninguno en el mundo puede librarlos del conflicto del dolor. Alguien puede darles los materiales, las herramientas, pero nadie puede darles la llama del vivir creativo.

Usted sabe, nosotros pensamos en términos de técnica, pero la técnica no es lo que viene primero. Primero deben tener la llama del deseo, luego sigue la técnica. “Pero”, dicen ustedes, “déjeme aprender. Si me enseñan la técnica de la pintura, entonces seré capaz de pintar”. Hay muchos libros que describen la técnica de la pintura, pero el aprender meramente la técnica no hará de usted un artista creativo. Cuando uno permanece enteramente solo, sin la técnica, sin maestros, únicamente entonces puede encontrar la verdad.

Ante todo, comprendamos esto. Ahora basa usted sus ideas en el amoldamiento. Piensa que hay un patrón, un camino mediante el cual puede encontrar la verdad; pero si examina esto, descubrirá que no hay sendero que conduzca a la verdad. Para poder ser conducido a la verdad, usted debe saber qué es la verdad, y el líder que lo conduce también debe saberlo. ¿No es así? Yo digo que un hombre que enseña la verdad puede ser que la tenga, pero si ofrece conducirlo hacia la verdad y usted es conducido, entonces ambos están en una ilusión. ¿Cómo puede uno conocer la verdad si todavía está preso en la ilusión? Si la verdad está ahí, se expresa a sí misma. Un gran poeta tiene el deseo, la llama del escribir creativo y escribe. Si usted tiene ese deseo, aprende la técnica.

Yo siento que nadie puede conducir a otro hacia la verdad, porque la verdad es infinita; es una tierra sin senderos, y nadie puede decirle a usted cómo encontrarla. Nadie puede enseñarle a ser un artista; otro sólo puede darle los pinceles y la tela y mostrarle los colores que hay que usar. Nadie me enseñó, se lo aseguro, ni he aprendido de los libros lo que digo. Pero he observado, me he abierto paso y he tratado de descubrir. Sólo cuando usted está absolutamente desnudo, libre de todas las técnicas, libre de todos los maestros, puede descubrir.

4 de julio de 1933

 


TERCERA  PLÁTICA  EN  ALPINO

Amigos:

En estas pláticas he estado tratando de mostrar que donde la acción contiene esfuerzo, autocontrol ‑y he explicado qué entiendo por estos términos-, tiene que haber una disminución y limitación de la vida, pero donde la acción es sin esfuerzo, espontánea, hay integridad de vida. Sin embargo, lo que digo concierne a la plenitud de la vida misma, no al caos de la mal comprendida liberación. Explicaré nuevamente lo que entiendo por acción sin esfuerzo.

Cuando somos conscientes de la insuficiencia, sentimos el deseo de encontrar una meta o un propósito, el cual será nuestra autoridad y, de tal modo, esperamos llenar esa vacuidad, esa insuficiencia. Casi todos estamos buscando continuamente una meta, un propósito, una imagen, un ideal para nuestro bienestar. Trabajamos incesantemente en pos de esa meta, porque somos conscientes de la lucha que surge de la insuficiencia. Pero si comprendiéramos la insuficiencia misma, entonces ya no buscaríamos una meta, la cual no es más que una sustitución.

Para comprender la insuficiencia y su causa, uno debe averiguar por qué busca una meta. ¿Por qué trabajan ustedes por una meta? ¿Por qué quieren disciplinarse conforme a un patrón? Es a causa de que la insuficiencia, de la cual son más o menos conscientes, da origen a un esfuerzo continuado, a una lucha constante, de la cual la mente trata de escapar estableciendo la autoridad de un ideal confortador que ella espera le sirva como guía. Debido a eso, la acción en sí misma carece de significación, se vuelve meramente un escalón hacia un objetivo, una meta. En su búsqueda de la verdad, ustedes utilizan la acción sólo como un medio hacia un fin, y así se pierde el significado de la acción. Hacen un gran esfuerzo para alcanzar una meta, y la importancia de esa acción que desarrollan radica en el fin que ella alcanza, no en la acción misma.

La mayoría de las personas está atrapada en la búsqueda de recompensa, en el intento de escapar del castigo. Trabajan por los resultados, se hallan impulsadas por un motivo y, en consecuencia, su acción no puede ser completa. Casi todos ustedes están cautivos en esta prisión de la insuficiencia; por lo tanto, deben tornarse conscientes de esa prisión.

Si no comprenden lo que quiero decir, por favor, interrúmpanme y lo explicaré nuevamente.

Digo que deben tener conciencia de que son prisioneros; deben darse cuenta de que continuamente están tratando de escapar de la insuficiencia y de que su búsqueda de la verdad no es sino un escape. Lo que ustedes llaman la búsqueda de la verdad, de Dios, por medio de la disciplina y la realización personal, es nada más que un modo de escapar de la insuficiencia.

La causa de la insuficiencia se encuentra en la búsqueda misma del logro, pero ustedes están escapando continuamente de esta causa. La acción que nace de la autodisciplina, la acción que nace del temor o del deseo de lograr, es la causa de la insuficiencia. Entonces, cuando ustedes se dan cuenta de que una acción semejante es, en sí misma, el origen de la insuficiencia, están libres de esa insuficiencia. En el instante en que se dan cuenta del veneno, el veneno deja de ser un problema para ustedes. Es un problema únicamente mientras ignoran la acción de ese veneno en sus vidas.

Pero son muy pocos los que conocen la causa de su insuficiencia, y de esta ignorancia surge el esfuerzo incesante. Cuando nos damos cuenta de la causa ‑que es la búsqueda del logro-, entonces, en esa percepción está la integridad, integridad que no requiere esfuerzo alguno. En nuestra acción no hay, entonces, esfuerzo ni autoanálisis ni disciplina.

De la insuficiencia surge la búsqueda de confortación, la búsqueda de autoridad, y el intento de alcanzar esta meta despoja a la acción de su significado intrínseco. Pero cuando ustedes llegan a percibir plenamente, con la mente y el corazón, la causa de la insuficiencia, entonces la insuficiencia se termina. De esa percepción plena, alerta, surge una acción que es infinita porque tiene significación en sí misma.

Para expresarlo de una manera diferente: en tanto la mente y el corazón estén presos en el anhelo, en el deseo, tiene que haber vacuidad. Uno anhela cosas, ideas, personas, sólo cuando es consciente de su propia vacuidad, y ese anhelo crea una opción. Cuando existe el anhelo, tiene que haber opción, y la opción lo precipita a uno en el conflicto de las experiencias. Uno tiene la capacidad de optar, con lo cual se limita a sí mismo mediante su opción. La liberación existe sólo cuando la mente se ha desembarazado de todas las opciones.

Todo deseo, todo anhelo nos enceguece, y nuestra opción nace del temor, del deseo de consuelo, de bienestar, de recompensa, o como resultado de un cálculo astuto. Nuestra vacuidad interna es la causa de que haya deseo. Puesto que la opción se basa siempre en la idea de ganancia, no puede haber verdadero discernimiento ni verdadera percepción; sólo hay deseo. Cuando ustedes optan, como de hecho optan, esa opción crea meramente otro conjunto de circunstancias que se derivan en más conflicto y opción. Esta opción, nacida de la limitación, pone en marcha una nueva serie de limitaciones, y estas limitaciones crean la conciencia que es el “yo”, el ego. A la multiplicación de las opciones la llamamos experiencia. Acudimos a estas experiencias para librarnos de nuestro cautiverio, pero nunca pueden librarnos del cautiverio, porque pensamos en ellas como en un movimiento continuo de adquisición.

Permítanme ilustrar esto con un ejemplo, el cual quizá logre comunicar lo que pienso. Supongamos que, a causa de la muerte, uno pierde a alguien a quien amaba mucho. Esa muerte es un hecho. Ahora bien, uno experimenta al mismo tiempo una sensación de pérdida y el anhelo de estar nuevamente cerca de esa persona. Desea que su amigo regrese, y dado que no puede volver a tenerlo, la mente crea o acepta una idea para satisfacer ese anhelo emocional.

La persona a quien amábamos ha sido apartada de nosotros. Entonces, a causa de que sufrimos, de que somos conscientes de una intensa vacuidad y soledad interna, anhelamos tener nuevamente al amigo perdido. O sea, que anhelamos terminar con nuestro sufrimiento, desecharlo, olvidarlo; anhelamos amortiguar la conciencia de esa vacuidad, la cual se halla oculta cuando estamos con el amigo amado. Nuestro anhelo surge del deseo de consuelo; pero, dado que no podemos tener el consuelo de su presencia, pensamos en alguna idea que pueda satisfacernos: la reencarnación, la vida después de la muerte, la unidad de toda la vida. En tales ideas ‑no digo que sean correctas o erróneas, las discutiremos en otra oportunidad-, en tales ideas, digo, encontramos consuelo. A causa de que no podemos tener a la persona que amamos, esas ideas nos proporcionan un consuelo mental. O sea, que sin verdadero discernimiento, aceptamos cualquier idea, cualquier principio que momentáneamente parezca satisfacernos, echar a un lado esa conciencia de vacuidad que ocasiona sufrimiento.

Así, nuestra acción se basa en la idea del consuelo, en la idea de la multiplicación de experiencias; nuestra acción está determinada por la opción, la cual tiene sus raíces en el anhelo. Pero tan pronto percibimos con la mente y el corazón, con la totalidad del ser, la futilidad del anhelo, cesa la vacuidad. Ahora ustedes tienen sólo una conciencia parcial de esta vacuidad, por lo que tratan de obtener satisfacción leyendo novelas, perdiéndose en las diversiones que el ser humano ha creado en nombre de la civilización; y a esta búsqueda de sensaciones la llaman experiencia.

Tienen que darse cuenta, tanto con el corazón como con la mente, de que la causa de la vacuidad es el anhelo, el cual da por resultado la opción e impide el verdadero discernimiento. Cuando se dan cuenta de esto, el anhelo se termina.

Como he dicho, cuando sentimos una vacuidad, un anhelo, aceptamos las cosas sin un verdadero discernimiento. Y la mayoría de las acciones que componen nuestra vida se basa en este sentimiento de anhelo. Podemos pensar que nuestras opciones se basan en la razón, en el discernimiento; podemos pensar que consideramos posibilidades y calculamos riesgos antes de hacer una opción. Sin embargo, debido a que hay en nosotros un anhelo, un deseo, un ansia de algo, no podemos conocer la verdadera percepción, el auténtico discernimiento. Cuando nos damos cuenta de esto, cuando lo percibimos con todo el ser ‑con la emoción y la mente-, cuando nos percatamos de la futilidad del anhelo, el anhelo llega a su fin; entonces estamos libres de ese sentimiento de vacuidad. En esa llama de la percepción total, no hay disciplina ni esfuerzo.

Pero nosotros no percibimos plenamente esto; no nos damos cuenta, porque en el anhelo experimentamos placer, porque esperamos continuamente que el placer contenido en el anhelo domine nuestro pesar. Nos esforzamos por alcanzar el placer, aun cuando sabemos que éste no se halla libre de dolor. Si tomamos plena conciencia del significado total de esto, nos habremos forjado un milagro para nosotros mismos; entonces experimentaremos la libertad respecto del anhelo y, por lo tanto, nos habremos librado de la opción. Ya no seremos más esa conciencia limitada, el “yo”.

Donde existe la dependencia, donde recurrimos a otro para obtener apoyo, estímulo, donde depositamos nuestra seguridad en otro, hay soledad, aislamiento. En ese recurrir a otro para nuestra realización, para nuestra felicidad o nuestro bienestar, para nuestro consuelo, en nuestra dependencia de cualquier persona o idea como una autoridad en cuestiones de religión, en todo esto hay total y absoluta soledad. A causa de que somos así de dependientes y, en consecuencia, solitarios, tratamos de obtener consuelo o un modo de escapar; buscamos la autoridad y el apoyo de otro que pueda brindarnos ese consuelo. Pero cuando nos damos cuenta de la falsedad de todo esto, cuando lo percibimos tanto con el corazón como con la mente, entonces llega a su fin el sentimiento de soledad, porque nuestra dicha ya no depende de otro.

Donde hay opción, pues, no puede haber discernimiento, porque el discernimiento está libre de opciones. Donde hay opción y capacidad de elegir, sólo hay limitación. Únicamente cuando cesan las opciones hay liberación, plenitud, riqueza de acción, la cual es la vida misma. La creación se halla exenta de opciones, tal como está exenta de opciones la vida, tal como está exenta de opciones la comprensión. Del mismo modo lo está la verdad; la creación es una acción continua, un devenir eterno en el que no existe la opción. Es discernimiento puro.

Pregunta: ¿Cómo podemos librarnos de la insuficiencia interna sin formar algún ideal de integridad? Después de la realización de la integridad puede no ser necesario un ideal, pero antes de tal realización algún ideal parece inevitable, aunque sea transitorio y cambie de acuerdo con el crecimiento de la comprensión.

KRISHNAMURTI: Su afirmación misma de que necesita un ideal a fin de superar la insuficiencia, muestra que usted sólo está tratando de superponer ese ideal a la insuficiencia. Es lo que casi todos tratamos de hacer. Sólo cuando uno descubre la causa de la insuficiencia y está alerta a esa causa, llega a ser íntegro, completo. Pero ustedes no descubren la causa. No comprenden lo que estoy diciendo o, más bien, lo comprenden sólo con sus mentes, con el intelecto. Cualquiera puede hacer eso, pero el verdadero comprender exige acción.

Ahora siente usted la insuficiencia y, por lo tanto, busca un ideal, el ideal de la integridad. O sea, que está buscando un opuesto de la insuficiencia interna y, al anhelar ese opuesto, crea meramente otro opuesto. Esto puede sonar abstruso, pero no lo es. Ustedes buscan continuamente lo que les parece que es esencial. Un día piensan que esto es lo esencial; optan por ello, se esfuerzan por ello y lo poseen, pero mientras tanto, eso ya se ha vuelto lo no esencial. Ahora bien, si la mente está libre de todo sentido de dualidad, libre de la idea de lo esencial y lo no esencial, entonces usted no tiene que enfrentarse con el problema de la opción, entonces actúa desde la plenitud del discernimiento y ya no busca la imagen de la integridad.

¿Por qué se aferra al ideal de libertad cuando está en una prisión? Usted crea, inventa ese ideal de libertad porque no puede escapar de su prisión. Eso ocurre también con sus ideales, sus dioses, sus religiones: son la creación del deseo de escapar en busca de consuelo. Ustedes mismos han convertido al mundo en una prisión, una prisión de sufrimiento y conflicto; y, a causa de que el mundo es una prisión semejante, crean un Dios ideal, una libertad ideal, una verdad ideal. Y estos ideales, estos opuestos no son más que intentos de escape emocional y mental. Sus ideales son medios para escapar de la prisión en que están confinados. Pero si se vuelven conscientes de esa prisión, si perciben el hecho de que tratan de escapar, entonces esa percepción alerta destruye la prisión; entonces, en vez de perseguir la libertad, conocerán la libertad.

La libertad no llega a quien trata de obtenerla. La verdad no es encontrada por aquél que va en busca de la verdad. Sólo cuando uno comprende, con la totalidad de la mente y del corazón, la naturaleza de la prisión en que vive, cuando comprende el significado de esa prisión, sólo entonces es libre, naturalmente y sin esfuerzo alguno. Esta comprensión puede surgir sólo cuando nos hallamos en medio de una gran crisis, pero la mayoría de nosotros trata de eludir las crisis. O, cuando nos enfrentamos con una crisis, de inmediato buscamos consuelo en la idea de la religión, en la idea de Dios, en la idea de la evolución; nos volvemos hacia los sacerdotes, hacia los guías espirituales, en procura de consuelo, o buscamos diversión en los entretenimientos. Todas éstas son sólo formas de escapar del conflicto. Pero si afrontamos realmente la crisis que tenemos por delante, si nos damos cuenta de la futilidad, de la falsedad del escape como mero medio de posponer la acción, entonces, en ese darse cuenta, en esa percepción ha nacido la flor del discernimiento.

Por lo tanto, usted debe darse cuenta en el momento de la acción, pues ésta revelará las ocultas actividades del anhelo. Pero esta percepción no resulta del análisis. El análisis sólo limita la acción. ¿He contestado esa pregunta?

Pregunta: Usted ha enumerado los sucesivos pasos del proceso de crear autoridades. ¿Podría enumerar los pasos del proceso inverso, el proceso de librarse de toda autoridad?

KRISHNAMURTI: Me temo que la pregunta está erróneamente planteada. Usted no pregunta qué es lo que crea a la autoridad, sino cómo librarse de la autoridad. Por favor, permítame decir esto nuevamente: una vez que percibimos la causa de la autoridad, estamos libres de esa autoridad. Lo que importa es la causa de creación de la autoridad, no los pasos que llevan hacia la autoridad o los pasos que llevan a derribar a la autoridad.

¿Por qué crea usted a la autoridad? ¿Cuál es la causa de su creación de la autoridad? Es, como he dicho, la búsqueda de seguridad, y tendré que repetir esto tan a menudo que se convierta casi en una fórmula para ustedes. Ahora bien, usted busca una seguridad en la cual piensa que no necesitará hacer ningún esfuerzo, una seguridad donde no necesitará luchar con su prójimo. Pero ese estado de seguridad no lo alcanzará yendo en busca de él. Existe un estado que es de realización plena, que es la certidumbre de la bienaventuranza, un estado en el que uno actúa desde la vida misma; pero ese estado se alcanza sólo cuando ya no buscamos la seguridad. Sólo cuando uno comprende con todo su ser que en la vida no hay tal cosa como la seguridad, sólo cuando está libre de esta búsqueda constante, sólo entonces puede haber realización plena.

Por lo tanto, ustedes crean la autoridad bajo la forma de ideales, de sistemas religiosos, sociales y económicos, basados todos en la búsqueda de la seguridad individual. En consecuencia, son ustedes mismos los responsables por la creación de la autoridad, de la cual se han convertido en esclavos. La autoridad no existe por sí misma. No tiene existencia aparte de aquél que la crea. Ustedes la han creado y hasta que no se percaten con todo el ser de la causa de su creación, serán sus esclavos. Y pueden percatarse de esa causa sólo cuando están actuando, no por medio del autoanálisis ni de la discusión intelectual.

Pregunta: Yo no deseo una serie de normas para estar “alerta”, pero me gustaría mucho comprender la percepción alerta. ¿No debe realizarse un gran esfuerzo para estar alerta a cada pensamiento en el instante en que surge, antes de que uno llegue al estado que se halla totalmente exento de esfuerzos?

KRISHNAMURTI: ¿Por qué desea usted estar alerta? ¿Qué necesidad hay de estar alerta? Si está perfectamente satisfecho con lo que es, continúe de ese modo. Cuando dice: “Tengo que estar alerta”, está haciendo de la percepción alerta meramente otro fin a ser alcanzado, y de ese modo jamás llegará a estar alerta. Ha desechado un grupo de normas, y ahora está creando otro grupo, en vez de tratar de estar alerta cuando se halla en medio de una gran crisis, cuando está sufriendo.

Mientras está buscando consuelo y seguridad, mientras está cómodo y tranquilo, usted considera la cuestión de manera meramente intelectual y dice: “Tengo que estar alerta”. Pero cuando en medio del sufrimiento trata de descubrir el significado del sufrimiento, cuando no intenta escapar de él, cuando en una crisis arriba a una decisión ‑no nacida de opción alguna, sino de la acción misma-, entonces llega realmente a estar alerta. Pero cuando trata de escapar, su intento de estar alerta es inútil. En realidad, no quiere estar alerta, no desea descubrir la causa del sufrimiento; todo su interés está puesto en escapar.

Ustedes vienen aquí y me escuchan decirles que es inútil escapar del conflicto. Sin embargo, desean escapar. Por lo tanto, lo que realmente quieren decir es: “¿Cómo podemos hacer ambas cosas?” Subrepticiamente, astutamente, en la trastienda de sus mentes, desean las religiones, los dioses, los medios de escapar que hábilmente han inventado y desarrollado en el curso de los siglos. No obstante, me escuchan cuando digo que jamás encontrarán la verdad mediante la guía de otro, mediante el escape, mediante la búsqueda de seguridad, la cual sólo da como resultado una soledad perpetua. Entonces preguntan: “¿Cómo podemos obtener ambas cosas? ¿Cómo podemos lograr un arreglo entre el escape y la percepción alerta?” Han confundido ambas cosas y buscan un arreglo; por lo tanto, preguntan: “¿Cómo puedo llegar al estado de alerta?” Pero si, en vez de esto, se dicen francamente: “Quiero escapar, deseo consuelo”, entonces encontrarán explotadores que les darán lo que ustedes desean. Ustedes mismos han creado a los explotadores, a causa de su deseo de escapar. Descubra lo que desea, dese cuenta de lo que anhela; entonces no surgirá la pregunta sobre la percepción alerta. A causa de que se siente solo, desea usted consuelo. Pero si busca consuelo, sea honesto, sea franco, dese cuenta de lo que desea y sea consciente de que eso es lo que está buscando. Entonces podemos comprender la cuestión.

Puedo decirle que de la dependencia respecto de otro, de la búsqueda de consuelo, resulta una perpetua soledad. Puedo hacer esto sencillo para usted, y usted, a su vez, puede concordar o discrepar. Puedo mostrarle que en el anhelo hay perpetua vacuidad e insignificancia completa. Pero usted deriva satisfacción de la sensación, del placer, de las fugaces alegrías que llenan sus anhelos, sus deseos. Entonces, cuando le muestro la falsedad del anhelo, usted no sabe cómo actuar. Por consiguiente, como una concesión, comienza a disciplinarse y este intento de disciplina destruye su vivir creativo. Cuando realmente percibe el absurdo, la vacuidad del anhelo, ese anhelo se desprende de usted sin que haga ningún esfuerzo. Pero en tanto esté esclavizado a la idea de la opción, tiene que hacer un esfuerzo, y de esto surge, como un opuesto, el deseo de percepción alerta, el problema de vivir sin esfuerzo.

Pregunta: Usted habla al hombre, pero el hombre ha sido primero un niño. ¿Cómo podemos educar al niño sin que haya disciplina?

KRISHNAMURTI: ¿Está usted de acuerdo en que la disciplina es inútil? ¿Percibe la inutilidad de la disciplina?

Comentario: Pero usted empieza desde el punto en que el hombre es ya un hombre. Yo quiero empezar con el niño como niño.

KRISHNAMURTI: Todos somos niños; todos nosotros tenemos que comenzar no con otros sino con nosotros mismos. Cuando hagamos esto, entonces descubriremos el modo correcto de actuar con los niños.

Ustedes no pueden comenzar con los niños porque sean los padres de los niños, deben empezar consigo mismos. Digamos que usted tiene un hijo. Usted cree en la autoridad y lo educa conforme a esa creencia; pero si comprendiera lo inútil que es la autoridad, lo liberaría de ella. Por lo tanto, en primer lugar, son ustedes mismos los que tienen que descubrir el significado de la autoridad en sus vidas.

Lo que yo digo es muy sencillo. Digo que la autoridad es creada cuando la mente busca consuelo en la seguridad. Así que empiecen consigo mismos. Empiecen con su propio jardín, no con el de algún otro. Usted quiere crear un nuevo sistema de pensamiento, un nuevo sistema de ideas, un nuevo sistema de conducta; pero no puede crear algo nuevo reformando algo viejo. Tiene que romper con lo viejo, a fin de comenzar lo nuevo; pero puede romper con lo viejo únicamente cuando comprende la causa de lo viejo.

6 de julio de 1933

 

 

 

 

SEGUNDA  PLÁTICA  EN  STRESA

Pregunta: Se ha dicho que en realidad usted está encadenando al individuo, no liberándolo. ¿Es cierto esto?

KRISHNAMURTI: Después de que yo haya contestado esta pregunta, usted mismo podrá descubrir si estoy liberando al individuo o si lo estoy encadenando.

Tomemos al individuo tal como es. ¿Qué entendemos por individuo? Una persona controlada y dominada por sus temores, sus desengaños, sus anhelos, lo cual crea una serie de circunstancias que la esclavizan y la fuerzan a encajar en una estructura social. Eso es lo que entendemos por individuo. A causa de nuestros temores, de nuestras supersticiones, nuestras vanidades y nuestros anhelos, hemos creado un conjunto de circunstancias y nos hemos convertido en esclavos de ellas. Casi hemos perdido nuestra individualidad, nuestra singularidad. Cuando usted examine su acción en la vida cotidiana, verá que no es sino una reacción a una serie de patrones, de ideas.

Por favor, siga lo que estoy diciendo y no diga que insto al hombre a liberarse de modo que pueda hacer lo que le plazca, de modo que pueda ocasionar ruina y desastre.

En primer lugar, quiero dejar en claro que los seres humanos no somos sino reacciones a un conjunto de normas e ideas que hemos creado a causa de nuestro sufrimiento y nuestro temor, a causa de nuestra ignorancia, de nuestro deseo de posesión. A esta reacción la llamamos acción individual, pero para mí no es acción en absoluto. Es una constante reacción en la cual no hay acción positiva.

Lo expondré de una manera diferente. Tal como es ahora, el hombre no es sino la vacuidad de la reacción, nada más. No actúa desde la plenitud de su naturaleza, desde su integridad, desde su sabiduría; actúa meramente desde una reacción. Yo sostengo que el caos, la completa destrucción, tienen lugar en el mundo a causa de que no actuamos desde nuestra plenitud, sino desde nuestro temor, desde la falta de comprensión. Una vez que percibamos el hecho de que lo que llamamos individualidad no es sino una serie de reacciones en las que no hay plenitud de acción, una vez que comprendamos que esa individualidad no es más que una serie de reacciones en las que hay una continua vacuidad, un vacío, entonces actuaremos armoniosamente.

¿Cómo va usted a descubrir el valor de cierta norma a la que se atiene? No lo descubrirá actuando en oposición a esa norma, sino sopesando y balanceando lo que usted realmente siente y piensa, frente a lo que esa norma exige. Encontrará que la norma exige ciertas acciones, mientras que su propia acción instintiva tiende en otra dirección. Entonces, ¿qué va usted a hacer? Si hace lo que le requiere su instinto, su acción conducirá al caos, porque nuestros instintos se han pervertido en el curso de siglos de lo que llamamos educación, educación que es enteramente falsa. Su propio instinto le exige un tipo de acción, pero la sociedad, sociedad que nosotros, individualmente, hemos creado durante siglos y a la cual nos hemos esclavizado, le exige otra clase de acción. Y cuando usted actúa de acuerdo con el conjunto de normas requeridas por la sociedad, no está actuando desde la plenitud de comprensión.

Reflexionando realmente sobre las exigencias de sus instintos y sobre las exigencias de la sociedad, descubrirá usted que puede actuar con sabiduría. Esa acción libera al individuo, no lo encadena. Pero la liberación del individuo requiere gran seriedad, exige explorar intensamente en la profundidad de nuestras acciones; no es el resultado de una acción nacida de un impulso pasajero.

Por lo tanto, tienen ustedes que reconocer lo que son ahora. Por bien educados que estén, sólo parcialmente son verdaderos individuos; la mayor parte de ustedes está determinada por la reacción a la sociedad que han creado. No son sino un diente en los engranajes de una tremenda máquina a la que llaman sociedad, religión, política; y mientras son un diente semejante, la acción que desarrollan nace de la limitación y conduce solamente a la falta de armonía y al conflicto. Es la acción de ustedes la que ha resultado en el caos presente. Pero si actuaran desde la propia plenitud, descubrirían el verdadero valor de la sociedad y el instinto generador de esa acción; entonces la acción sería armoniosa, no el producto de una componenda.

En primer lugar, tiene usted que volverse consciente de los falsos valores establecidos a lo largo de siglos y a los cuales nos hemos esclavizado; ha de tener conciencia de los valores para poder descubrir si son falsos o verdaderos, y esto debe hacerlo usted mismo. Nadie puede hacerlo por usted, y en esto radica la grandeza y gloria del hombre. De ese modo, descubriendo el verdadero valor de las normas, uno libera a la mente de las normas falsas transmitidas en el curso de los tiempos. Pero una liberación semejante no implica una acción impetuosa, instintiva y conducente al caos; implica la acción que nace de la armonía plena de mente y corazón.

Pregunta: Usted nunca ha vivido la vida de un hombre pobre; siempre ha tenido la invisible seguridad de sus amigos ricos. Usted habla de la renuncia absoluta a cualquier clase de seguridad en la vida, pero millones de personas viven sin tal seguridad. Usted dice que uno no puede comprender aquello que no ha experimentado; en consecuencia, usted no puede saber lo que realmente son la pobreza y la inseguridad física.

KRISHNAMURTI: Ésta es una pregunta que me formulan con frecuencia; ya la he contestado muchas veces antes, pero responderé a ella nuevamente.

En primer lugar, cuando hablo de seguridad, me refiero a la seguridad que la mente establece para su propio bienestar. La seguridad física, cierto grado de bienestar físico, el hombre lo necesita para poder existir. Así que no confunda ambas cosas. Ahora bien, cada uno de ustedes está buscando no sólo seguridad física, sino también una seguridad mental, y en esa búsqueda establece la autoridad. Cuando uno comprende lo falso de la seguridad que busca, entonces esa seguridad pierde todo valor; entonces uno se da cuenta de que, si bien debe existir un mínimo de seguridad física, aun esa seguridad puede que no tenga sino poco valor. Entonces uno ya no concentra toda su mente y todo su corazón en la constante adquisición de seguridad física.

Lo expondré de una manera diferente y espero que quede claro, pero cualquier cosa que uno dice puede ser fácilmente mal entendida. Tenemos que atravesar la ilusión de las palabras a fin de descubrir el pensamiento que otro desea comunicar. Espero que traten de hacerlo durante esta plática.

Yo digo que la búsqueda de la virtud, que es meramente lo opuesto de lo que ustedes llaman vicio, no es sino una búsqueda de seguridad. A causa de que guardan en la mente un conjunto de normas, persiguen la virtud por la satisfacción que obtienen de ello; porque para ustedes la virtud es tan sólo un medio de obtener seguridad. No tratan de adquirir la virtud por su propio valor intrínseco, sino por lo que ella les da en cambio. Por lo tanto, sus acciones se interesan meramente en la adquisición de la virtud; en sí mismas carecen de valor. La mente de ustedes está buscando constantemente la virtud con el fin de obtener por medio de ella alguna otra cosa; así, la acción que desarrollan es siempre un escalón hacia alguna adquisición ulterior.

Puede ser que la mayoría de los que se encuentran aquí esté buscando una seguridad espiritual antes que una seguridad física. Buscan la seguridad espiritual, o bien porque ya poseen la seguridad física ‑una gran cuenta bancaria, una posición segura, un lugar destacado en la sociedad-, o porque no pueden obtener la seguridad física y, por lo tanto, se vuelven hacia la seguridad espiritual como un sustituto. Pero para mí no hay tal cosa como la seguridad, un refugio en el cual nuestra mente y nuestras emociones puedan encontrar consuelo. Cuando usted se da cuenta de esto, cuando su mente está libre de la idea de consuelo, entonces ya no se aferra más a la seguridad como lo hace ahora.

Usted me pregunta cómo puedo comprender la pobreza cuando no la he experimentado. La respuesta es simple. Puesto que no busco ni seguridad física ni seguridad mental, para mí no tiene importancia alguna si el alimento me lo proveen mis amigos o si trabajo por él. Tiene muy poca importancia si viajo o no viajo.

Si me lo piden, vengo; si no me lo piden, para mí supone muy poca diferencia. Ya que soy rico en mí mismo (no digo esto con presunción), ya que no busco seguridad, tengo muy pocas necesidades físicas. Pero si estuviera buscando el bienestar físico, pondría el acento en las necesidades físicas, haría hincapié en la pobreza.

Veámoslo de otra manera. La mayor parte de nuestras disputas en todo el mundo concierne a la posesión o a la no posesión, a la adquisición de esto y a la protección de aquello. ¿Por qué ponemos semejante énfasis en la posesión? Lo hacemos porque la posesión nos da poder, placer, satisfacción, nos ofrece cierta garantía de individualidad y nos proporciona un campo para desarrollar nuestra acción, nuestra ambición. Ponemos énfasis en la posesión, a causa de lo que derivamos de ella.

Pero si nos volvemos ricos en lo interno, entonces la vida fluye armoniosamente a través de nosotros; entonces la posesión o la pobreza ya no tienen gran importancia. Debido al énfasis que ponemos en la posesión, perdemos la riqueza de la vida. Mientras que si fuéramos íntegros, completos internamente, descubriríamos el valor intrínseco de todas las cosas y viviríamos en la armonía de mente y corazón.

Pregunta: Se ha dicho que usted es la manifestación del Cristo en nuestros tiempos. ¿Qué tiene que decir a esto? Si es verdad, ¿por qué no habla del amor y la compasión?

KRISHNAMURTI: Mis amigos, ¿por qué formulan una pregunta semejante? ¿Por qué pregunta usted si soy la manifestación de Cristo? Lo pregunta porque desea que le asegure que soy o que no soy el Cristo, de modo que pueda usted juzgar lo que digo, conforme al patrón que tiene. Hay dos razones por las que formula esta pregunta: piensa que sabe lo que es el Cristo y, por lo tanto, dice: “Actuaré en conformidad”; o, si yo digo que soy el Cristo, entonces usted piensa que lo que digo es verdadero. No estoy evadiendo la pregunta, pero no voy a decirle quién soy. Eso tiene muy poca importancia y, por otra parte, ¿cómo podría usted saber qué o quién soy yo aun cuando se lo dijera? Una especulación semejante carece de significación. De modo que no nos preocupemos acerca de quién soy yo, sino veamos más bien la razón por la cual ustedes formulan esta pregunta.

Quieren saber quién soy porque están inseguros respecto de ustedes mismos. No estoy diciendo si soy o si no soy el Cristo. No les doy una respuesta categórica porque para mí la pregunta no es importante. Lo que importa es si lo que digo es verdadero, y esto no depende de lo que soy. Es algo que ustedes pueden descubrir sólo si se libran de sus prejuicios y sus patrones de conducta. No pueden alcanzar la verdadera libertad respecto del prejuicio acudiendo a una autoridad, trabajando para un fin. Sin embargo, eso es lo que hacen: subrepticiamente, diligentemente, van en busca de una autoridad y, en esa búsqueda, no hacen otra cosa que convertirse a sí mismos en máquinas imitativas.

Usted pregunta por qué no hablo del amor, de la compasión. ¿Habla la flor acerca de su perfume? Ella simplemente existe. He hablado acerca del amor; pero para mí lo importante no es discutir qué es el amor o qué es la compasión, sino liberar a la mente de todas las limitaciones que impiden el fluir natural de aquello que llamamos amor y compasión. Lo que es el amor, lo que es la compasión, lo sabrá usted por sí mismo cuando su mente y su corazón estén libres de la limitación que llamamos egoísmo, egolatría; entonces lo sabrá sin preguntar, sin discutir, Ahora me formula la pregunta porque piensa que puede actuar de acuerdo con lo que averigüe de mí, que entonces tendrá una autoridad que gobierne su acción.

Digo, pues, una vez más, que la verdadera pregunta no es por qué yo no hablo del amor y la compasión, sino más bien qué es lo que impide el vivir natural y armonioso del hombre, la plenitud de acción que es amor. He hablado acerca de las numerosas barreras que obstruyen nuestro vivir natural, y he explicado que un vivir así no implica una acción instintiva, caótica, sino que es un vivir rico y pleno. El vivir rico y natural ha sido obstaculizado por siglos de amoldamiento, por siglos de lo que llamamos educación, la cual no ha sido sino un proceso de fabricar innumerables máquinas humanas. Pero cuando uno comprende el origen de estas obstrucciones y barreras que hemos creado para nosotros mismos a causa del temor generado por nuestra búsqueda de seguridad, entonces se libera de ellas, entonces hay amor. Pero ésta es una comprensión que no puede ser sometida a discusiones. Nosotros no discutimos la luz del Sol. Está ahí, sentimos su calidez y percibimos su penetrante belleza. Sólo cuando el Sol está oculto discutimos a veces la luz del Sol. Lo mismo ocurre con el amor y la compasión.

Pregunta: Usted no nos ha dado nunca un concepto claro del misterio de la muerte y de la vida después de la muerte; no obstante, habla constantemente de la inmortalidad. Seguramente usted cree en la vida después de la muerte, ¿verdad?

KRISHNAMURTI: Usted quiere saber categóricamente si hay o no hay aniquilación después de la muerte; ése es el enfoque erróneo del problema. Espero que entienda lo que digo, porque de lo contrario mi respuesta no será clara para usted y pensará que no he contestado su pregunta. Por favor, si no comprende, interrúmpame.

¿Qué quiere usted decir cuando habla de la muerte? Es su dolor por la muerte de otro y el miedo a su propia muerte. El dolor se despierta por la muerte de otro. Cuando su amigo muere, se torna usted consciente de la soledad porque ha contado con él, porque usted y él se han complementado el uno al otro, se han comprendido, apoyado y alentado el uno al otro. Así, cuando su amigo se ha ido, usted es consciente de la vacuidad; quiere que esa persona regrese para que llene la parte de su vida que llenaba antes.

Usted quiere a su amigo nuevamente, pero dado que no puede tenerlo se vuelve hacia diversas ideas intelectuales, hacia diversos conceptos emocionales que, según piensa, le darán satisfacción. Acude a tales ideas en busca de alivio, de consuelo, en lugar de descubrir la causa de su sufrimiento y liberarse eternamente de la idea de la muerte. Se vuelve hacia una serie de alivios y satisfacciones que gradualmente disminuyen la intensidad de su sufrimiento; no obstante, cuando la muerte regresa, experimenta el mismo sufrimiento otra vez.

Llega la muerte y le causa un intenso dolor. Alguien a quien usted amaba intensamente ha desaparecido y la ausencia de esa persona acentúa su soledad. Pero en vez de buscar la causa de esa sensación de soledad, trata de escapar de ella mediante satisfacciones mentales y emocionales. ¿Cuál es la causa de esa soledad? La seguridad puesta en otro, la insuficiencia de su propia vida, el continuo intento de eludir la vida. Usted no quiere descubrir el verdadero valor de los hechos; en cambio, atribuye un valor a lo que no es sino un concepto intelectual. Por eso, la pérdida de un amigo le ocasiona sufrimiento, porque esa pérdida lo torna plenamente consciente de su soledad.

Luego está el miedo a nuestra propia muerte. Quiero saber si viviré después de mi muerte, si reencarnaré, si hay para mí una continuidad en alguna forma. Estoy interesado en estas esperanzas y en estos temores porque no he conocido un momento de plenitud y riqueza durante mi vida; no he conocido un solo día sin conflicto, un solo día en que me haya sentido completo en mí mismo, como una flor. Por lo tanto, tengo este intenso deseo de realización personal, un deseo que contiene la idea del tiempo.

¿Qué entendemos cuando hablamos acerca del “yo”? Uno es consciente del “yo” sólo cuando está atrapado en el conflicto de la opción, de la dualidad. En este conflicto nos volvemos conscientes de nosotros mismos y nos identificamos con una cosa u otra, y de esta continua identificación resulta la idea del “yo”. Por favor, considere esto con la mente y el corazón, porque no es una idea filosófica que pueda ser simplemente aceptada o rechazada.

Yo digo que, a causa del conflicto de la opción, la mente ha establecido la memoria, muchas capas de memoria; ha llegado a identificarse con estas capas y se llama a sí misma el “yo”, el ego. Y de aquí surge la pregunta: “¿Qué me sucederá cuando muera? ¿Tendré una oportunidad de vivir nuevamente?” Para mí, estas preguntas nacen del anhelo y de la confusión. Lo importante es liberar a la mente de este conflicto de la opción, porque sólo cuando uno se ha liberado de este modo, puede haber inmortalidad.

Para la mayoría de la gente, la idea de inmortalidad es la de una continuación infinita del “yo” a través del tiempo. Pero yo sostengo que un concepto semejante es falso. “Entonces”, responde usted, “tiene que haber aniquilación total”. Yo digo que tampoco eso es verdadero. Su creencia de que la aniquilación total debe seguir a la cesación de la limitada conciencia que llamamos el “yo”, es falsa. Usted no puede comprender la inmortalidad de ese modo, porque su mente se halla presa en los opuestos. La inmortalidad está libre de todos los opuestos, es acción armoniosa en la cual la mente está por completo libre del conflicto del “yo”.

Yo digo que la inmortalidad existe, inmortalidad que trasciende todas nuestras concepciones, teorías y creencias. Sólo cuando usted tenga la plena comprensión individual de los opuestos, estará libre de los opuestos. En tanto la mente siga creando conflicto a causa de la opción, tiene que haber conciencia como memoria; esta memoria es el “yo”, y el “yo” es el que teme a la muerte y anhela su propia continuación. En consecuencia, no existe la capacidad de comprender la plenitud de la acción en el presente, la cual es inmortalidad.

Según cuenta una antigua leyenda india, cierto brahmín decidió regalar algunas de sus posesiones, en cumplimiento de un sacrificio religioso. Este brahmín tenía un hijo pequeño, quien observaba a su padre y lo acosaba con muchas preguntas, hasta que el padre se sintió molesto. Finalmente, el hijo preguntó: “¿A quién vas a regalarme?” Y el padre replicó furioso: “Te entregaré a la Muerte”. Ahora bien, en los tiempos antiguos se sostenía que cualquier cosa que se dijera tenía que llevarse a cabo; por lo tanto, el brahmín tuvo que enviar a su hijo a la Muerte, de acuerdo con sus palabras irreflexivamente pronunciadas. Mientras el niño se dirigía a la casa de la Muerte, prestó atención a lo que muchos maestros tenían que decir acerca de la muerte y la vida después de la muerte. Cuando llegó a la casa de la Muerte, encontró que la Muerte se hallaba ausente; de modo que esperó tres días sin probar alimento alguno, conforme a la antigua costumbre que prohibía comer en ausencia del anfitrión. Cuando finalmente llegó, la Muerte se disculpó humildemente por haber mantenido a un brahmín esperando, y como señal de arrepentimiento concedió al niño la posibilidad de que pidiera tres deseos.

Para el primer deseo, el niño pidió ser devuelto a la casa de su padre; para su segundo deseo pidió ser instruido en ciertos ritos ceremoniales. Pero el tercer deseo no fue una petición sino una pregunta: “Dime, Muerte”, preguntó, “la verdad acerca de la aniquilación. Según algunos de los maestros a quienes he escuchado en mi camino hacia aquí, hay aniquilación; otros dicen que hay continuidad. Dime, oh Muerte, ¿qué es lo verdadero?” “No me formules esa pregunta”, replicó la Muerte. Pero el niño insistió. De modo que, en respuesta a la pregunta, la Muerte enseñó al niño el significado de la inmortalidad. La Muerte no le dijo si hay continuidad, si hay vida después de la muerte, o si lo que hay es aniquilación. La Muerte le enseñó más bien el significado de la inmortalidad.

Usted quiere saber si hay continuidad. Actualmente algunos científicos están probando que existe. Las religiones la afirman, mucha gente cree en ella, y usted puede creer si lo prefiere. Para mí eso tiene poca importancia. Siempre habrá conflicto entre la vida y la muerte. Sólo cuando uno conoce la inmortalidad, no hay comienzo ni final, sólo entonces la acción implica realmente realización plena y sólo entonces es infinita. Digo, pues, de igual modo, que la idea de la reencarnación tiene poca importancia. En el “yo” no hay nada perdurable; el “yo” está compuesto por una serie de recuerdos que implican conflicto. Usted no puede hacer que ese “yo” sea inmortal. Toda la base de su pensamiento es una serie de logros y, por lo tanto, es un esfuerzo continuo, una continua limitación de la conciencia. Sin embargo, usted espera realizar de ese modo la inmortalidad, sentir el éxtasis de lo infinito.

Yo digo que la inmortalidad es algo real. Usted no puede discutirla; puede conocerla en su propia acción, acción nacida de la plenitud, de la riqueza, de la sabiduría; pero esa plenitud, esa riqueza, no puede obtenerlas escuchando a un guía espiritual o leyendo un libro de enseñanzas. La sabiduría adviene sólo cuando hay plenitud de acción, cuando hay completa percepción sensible de todo su ser en la acción; entonces verá que todos los libros y maestros que pretenden guiarlo hacia la sabiduría, nada pueden enseñarle. Usted puede conocer aquello que es inmortal, eterno, sólo cuando su mente está libre de todo sentido de individualidad que es creado por la conciencia limitada es decir, por el “yo”.

Pregunta: ¿Cuáles son las causas del malentendido que nos hace formularle preguntas en vez de actuar y vivir?

KRISHNAMURTI: Es bueno preguntar, pero ¿cómo reciben ustedes las respuestas? Formulan una pregunta y reciben una contestación, pero ¿qué hacen con ella? Usted me ha preguntado qué hay después de la muerte y yo le he dado mi respuesta. ¿Qué hará, entonces, con esa respuesta? ¿La almacenará en algún rincón de su cerebro y dejará que permanezca allí? Tenemos graneros intelectuales en los que acopiamos las ideas que no comprendemos, pero que esperamos podrán servirnos en la pena y el dolor. Pero si usted comprende, si se entrega con mente y corazón a lo que digo, entonces actuará; su acción habrá nacido de su propia plenitud.

Ahora bien, hay dos maneras de formular una pregunta: uno puede formularla mientras se encuentra en medio de la intensidad del sufrimiento o puede formularla intelectualmente, cuando se siente aburrido y cómodo. Un día quiere saber intelectualmente, otro día pregunta porque sufre y quiere conocer la causa del sufrimiento. Usted puede conocerla sólo cuando pregunta en plena intensidad del sufrimiento, cuando se enfrenta cara a cara con él; sólo entonces conocerá el valor humano de mi respuesta, el valor que tiene para el hombre.

Pregunta: ¿Qué entiende usted exactamente por acción sin un propósito? Si es la respuesta inmediata de todo nuestro ser en la cual la acción y el propósito son una sola cosa, ¿cómo puede toda la acción en la vida cotidiana carecer de propósito?

KRISHNAMURTI: Usted mismo ha respondido a la pregunta, pero ha dado la respuesta sin comprenderla. ¿Qué hará usted en su vida cotidiana sin un propósito? En su vida cotidiana puede tener un plan. Pero cuando experimenta un sufrimiento intenso, cuando está atrapado en una crisis que requiere decisión inmediata, usted actúa sin un propósito; entonces no hay un motivo para su acción, porque está tratando con todo su ser de descubrir la causa del sufrimiento. Pero la mayoría de ustedes no está dispuesta a actuar plenamente. Siempre tratan de escapar del sufrimiento, tratan de evadirlo; no quieren enfrentarse a él.

Explicaré de otro modo lo que quiero decir. Si usted es un cristiano, mira la vida desde un punto de vista particular; si es un hindú, la mira desde un ángulo diferente. En otras palabras, el trasfondo de su mente colorea su visión de la vida, y todo lo que percibe es captado a través de una pantalla de prejuicios y, por lo tanto, su acción debe ser siempre incompleta, siempre debe tener un motivo. Pero si su mente está libre de todo prejuicio, entonces se enfrenta a la vida tal como la vida es, se enfrenta a ella plenamente, sin buscar recompensa ni intentar escapar del castigo.

Pregunta: ¿Cuál es la relación entre la técnica y la vida, y por qué la mayoría de nosotros confunde la una con la otra?

KRISHNAMURTI: La vida, la verdad, es para ser vivida; pero la expresión requiere una técnica. Para pintar, usted necesita aprender una técnica; pero un gran artista, si siente la llama del impulso creativo, no será un esclavo de la técnica. Si uno es rico internamente, su vida es sencilla. Pero ustedes quieren llegar a esa riqueza completa mediante recursos externos tales como la sencillez en el vestir, la sencillez en la vivienda, el ascetismo y la autodisciplina. En otras palabras, la sencillez que resulta de la riqueza interna, ustedes quieren obtenerla por medio de la técnica. No hay técnica que pueda guiarlos hacia la sencillez; no hay sendero que los conduzca a la tierra de la verdad. Cuando usted comprenda eso con todo su ser, entonces la técnica tomará el lugar apropiado en su vida.

8 de julio de 1933 36

 

 

 

CUARTA  PLÁTICA  EN  ALPINO

Amigos:

Antes de contestar algunas de las preguntas que me han sido formuladas, les hablaré brevemente acerca de la memoria y del tiempo.

Cuando encaramos una experiencia de manera total, completa, sin predisposición ni prejuicio alguno, esa experiencia no deja huellas en la memoria. Cada uno de nosotros pasa por experiencias; si las encara completamente, con todo su ser, entonces la mente no queda atrapada en la ola de la memoria. Cuando nuestra acción es incompleta, cuando no encaramos una experiencia plenamente, sino a través de las barreras de la tradición del prejuicio o el temor, entonces esa acción es seguida por el roer de la memoria.

En tanto exista esta cicatriz de la memoria, tiene que haber división del tiempo como pasado, presente y futuro. En tanto la mente esté atada a la idea de que la acción tiene que dividirse en pasado, presente y futuro, hay identificación respecto del tiempo; por lo tanto, hay una continuidad en la cual se origina el miedo a la muerte, el miedo a la pérdida del amor. Para comprender la realidad intemporal, la vida intemporal, la acción debe ser completa. Pero no podemos darnos cuenta de esta realidad intemporal, buscándola; no podemos adquirirla preguntando: “¿Cómo puedo obtener esta conciencia?”

Ahora bien, ¿cuál es la causa de la memoria? ¿Qué es lo que nos impide actuar de manera completa, armoniosa y rica en cada experiencia de la vida? La acción incompleta surge cuando la mente y el corazón se hallan limitados por obstáculos, por barreras. Si la mente y el corazón están libres, encararemos cada experiencia plenamente. Pero casi todos estamos rodeados de barreras: las barreras de la seguridad, de la autoridad, del miedo, de la postergación. Y puesto que tenemos estas barreras, es natural que actuemos dentro de ellas; por lo tanto, somos incapaces de una acción total. Pero cuando nos tornamos conscientes de estas barreras, cuando las percibimos con la mente y el corazón en medio de una crisis, esa percepción alerta libera a nuestra mente, sin esfuerzo alguno, de todas las barreras que han estado impidiendo una acción completa.

Por eso, en tanto haya conflicto, habrá memoria. O sea, que cuando nuestra acción nace de la insuficiencia, de lo incompleto, el recuerdo de esa acción condiciona el presente. Tal recuerdo produce conflicto en el presente y crea la idea de consecuencia en la acción. Ustedes admiran al hombre que es consecuente, al hombre que ha establecido un principio y actúa de acuerdo con ese principio. Vinculan la idea de nobleza y virtud, con una persona que es consecuente. Ahora bien, la consecuencia con un principio es el resultado de la memoria. O sea que, por no haber actuado de manera completa, por no haber comprendido todo el significado de la experiencia en el presente, establecemos de modo artificial un principio conforme al cual resolvemos vivir mañana. Por lo tanto, nuestra mente es guiada, adiestrada, controlada por la falta de comprensión, a la cual ustedes llaman consecuencia.

Ahora, por favor, no se vayan al otro extremo, al opuesto, y piensen que deben ser por completo inconsecuentes. No los estoy instando a que sean inconsecuentes; les digo que se liberen del fetiche de la consecuencia que ustedes mismos han establecido, que abandonen la idea de que tienen que encajar en un molde. Ustedes han establecido el principio de la consecuencia porque no han comprendido; de su falta de comprensión desarrollan la idea de que deben ser consecuentes y, cualquier experiencia que deben afrontar, la miden según la idea que han establecido, según la idea o el principio originado solamente en la falta de comprensión.

Por lo tanto, la consecuencia basada en el vivir conforme a un patrón de conducta existe en tanto nuestra vida carece de riqueza interna, en tanto nuestra acción es incompleta. Si observan su propia mente en acción, verán que todo el tiempo están tratando de ser consecuentes. Dicen “debo” o “no debo”.

Espero que hayan comprendido lo que he dicho en mis pláticas anteriores; de lo contrario, lo que digo hoy tendrá muy poco sentido para ustedes.

Repito que esta idea de la consecuencia nace cuando no encaramos la vida de manera total y completa, cuando la encaramos por medio de un recuerdo; y cuando seguimos constantemente un patrón, una norma, no hacemos otra cosa que incrementar la consecuencia respecto de ese recuerdo. Hemos creado la idea de la consecuencia, al negarnos a encarar libremente, abiertamente, sin prejuicio alguno, cada experiencia de vida. Es decir, siempre estamos encarando las experiencias parcialmente, y de eso surge el conflicto.

Para superar ese conflicto, ustedes dicen que deben tener un principio; establecen un principio, un ideal, y se esfuerzan por condicionar su acción a ese ideal. O sea, que están tratando constantemente de imitar; tratan de controlar su experiencia cotidiana, las acciones del vivir de cada día, mediante la idea de la consecuencia a un principio establecido. Pero cuando realmente comprendan esto, cuando lo comprendan con el corazón y la mente, con la totalidad del ser, entonces verán la falsedad de la imitación, del ser consecuentes. Cuando se dan cuenta de esto, comienzan a liberar a la mente, sin esfuerzo alguno, del largamente arraigado hábito de la consecuencia, aunque esto no quiere decir que deban volverse inconsecuentes.

De modo que, para mí, la consecuencia con un principio es el indicio de la memoria, memoria que resulta de la falta de una verdadera comprensión de la experiencia. Y esa memoria crea la idea del tiempo, la idea del pasado, presente y futuro, sobre la cual se basan nuestras acciones. Consideramos lo que fuimos ayer, lo que seremos mañana. Una idea así del tiempo existirá mientras la mente y el corazón estén divididos. En tanto la acción no nazca de la plenitud, tiene que haber división del tiempo. EL tiempo no es sino una ilusión, no es más que la insuficiencia de la acción incompleta.

Una mente que trata de moldearse según un ideal, de ser consecuente con un principio, es natural que genere conflicto, porque se limita constantemente en la acción. En esa acción no hay libertad, no hay comprensión de la experiencia. Cuando encaran la vida de ese modo, la encaran sólo parcialmente; están optando y en esa opción pierden el significado pleno de la experiencia. Viven de manera incompleta y, por esto, buscan consuelo en la idea de la reencarnación; en consecuencia, preguntan: “¿Qué sucede conmigo cuando muero?” Debido a que no viven plenamente en su vida cotidiana, dicen: “Debo tener un futuro, más tiempo en el cual poder vivir de manera completa”.

No traten de encontrar un remedio para esa insuficiencia; dense cuenta, más bien, de la causa que les impide vivir completamente. Descubrirán que esa causa es la imitación, la conformidad, la consecuencia con un patrón preestablecido, la búsqueda de seguridad que da nacimiento a la autoridad. Todo esto los mantiene alejados de la integridad en la acción porque, bajo su limitación, la acción no llega a ser sino una serie de logros conducentes a un objetivo; de aquí el conflicto continuado y el sufrimiento.

Sólo cuando se enfrenten sin barreras a sus experiencias, encontrarán ustedes una constante felicidad; entonces ya no estarán agobiados por el peso de los recuerdos que impiden la acción. Vivirán en la integridad del tiempo. Eso, para mí, es la inmortalidad.

Pregunta: La meditación y la disciplina mental me han ayudado grandemente en la vida. Ahora, al escuchar su enseñanza, estoy sumamente confundido, porque ella descarta toda autodisciplina. La meditación, ¿carece igualmente de significación para usted? ¿O tiene un nuevo método de meditación para ofrecernos?

KRISHNAMURTI: Como ya he explicado, donde hay opción tiene que haber conflicto, porque la opción se basa en el deseo. Donde hay deseo no hay discernimiento; por lo tanto, su opción crea meramente un obstáculo ulterior. Cuando usted sufre, desea la felicidad, desea consuelo, quiere escapar del sufrimiento; pero, puesto que el deseo impide el discernimiento, acepta usted ciegamente cualquier idea, cualquier creencia que, a su entender, lo aliviará del conflicto. Quizá piense que razona al hacer su opción, pero no es así.

De este modo, ha establecido ideas a las que llama nobles, valiosas, admirables, y fuerza a su mente para que se ajuste a estas ideas; o se concentra en una representación o imagen en particular y, de tal modo, crea una división en sus actos. Trata de controlarlos por medio de la meditación, de la opción. Si no comprende lo que estoy diciendo, tenga la bondad de interrumpirme, así podemos discutirlo.

Como he dicho, cuando uno experimenta dolor, comienza inmediatamente a buscar el opuesto. Desea ser consolado y en su búsqueda acepta cualquier consuelo, cualquier paliativo que pueda brindarle una satisfacción momentánea. Tal vez uno piense que razona antes de aceptar un consuelo, un alivio semejante, pero en realidad lo acepta ciegamente, sin razonar, porque donde hay deseo no puede haber verdadero discernimiento.

Ahora bien, para la mayoría de la gente, la meditación está basada en la idea de elegir, de optar. En la India, esta idea se ha llevado hasta su extremo. Allá, el hombre que puede sentarse inmóvil por un largo período de tiempo, insistiendo continuamente en una sola idea, es considerado espiritual. Pero, en realidad, ¿qué es lo que ha hecho? Ha descartado todas las ideas, excepto la única que ha elegido deliberadamente, y el haberla elegido le brinda satisfacción. Ha adiestrado a su mente para que se concentre en esta única idea, en esta única imagen; controla y, de tal modo, limita su mente y espera superar el conflicto.

Y bien, para mí esta idea de la meditación ‑desde luego, no la he descrito en detalle‑ es totalmente absurda. Eso no es verdadera meditación; es una ingeniosa manera de escapar del conflicto, una proeza intelectual que no tiene nada que ver con el verdadero vivir. Uno ha adiestrado a su mente para que se amolde a cierta pauta según la cual espera afrontar la vida. Pero jamás podrá afrontar la vida mientras esté retenido en un molde. La vida pasará de largo porque uno ya ha limitado su mente por la propia elección que ha hecho.

¿Por qué siente usted que debe meditar? ¿Por meditación entiende usted la concentración? Si está realmente interesado, no lucha, no se fuerza a concentrarse. Sólo cuando no está interesado tiene que forzarse con brutalidad y violencia. Pero al forzarse a sí mismo destruye su mente, y entonces su mente ya no es más libre ni lo es su emoción. Ambas están mutiladas. Yo sostengo que hay júbilo y paz en la meditación sin esfuerzo, y esa meditación puede existir sólo cuando nuestra mente se halla libre de toda opción, cuando ya no está creando una división en nuestro actuar.

Hemos tratado de adiestrar el corazón y la mente para seguir una tradición, un estado de vida, pero mediante semejante adiestramiento no hemos comprendido, sólo hemos creado opuestos. No estoy diciendo que la acción debe ser impetuosa, caótica. Lo que digo es que cuando la mente se halla presa en la división, esa división continuará existiendo aun cuando uno se esfuerce por suprimirla mediante la consecuencia con un principio, aun cuando uno trate de dominarla y superarla estableciendo un ideal. Lo que ustedes llaman vida espiritual es un esfuerzo continuo, una lucha interminable mediante la cual la mente trata de aferrarse a una idea, a una imagen. Por lo tanto, ésa no es una vida plena, completa.

Después de escuchar esta plática, puede que usted afirme: “Me han dicho que debo vivir plenamente, completamente, que no debo atarme a un ideal, a un principio, que no debo ser consecuente; por lo tanto, haré lo que me plazca”. No es ésa la idea con la que deseo que se queden en esta última plática. No me estoy refiriendo a una acción meramente impetuosa, impulsivo, irreflexivo; hablo de la acción que es completa, que es un éxtasis. Y digo que no pueden actuar con plenitud forzando a la mente, moldeándola con dificultad, viviendo ajustados a una idea, a un principio o a una meta.

¿Alguna vez ha considerado a la persona que medita? Es una persona que elige. Elige aquello que le agrada, aquello que le dará lo que llama ayuda. Por lo tanto, lo que en realidad busca, es algo que le brinde consuelo, satisfacción ‑una especie de paz muerta, de estancamiento-. Sin embargo, al hombre que es capaz de meditar lo llamamos un gran hombre, un hombre espiritual.

Todo nuestro esfuerzo se interesa en este superponer las que llamamos ideas acertadas a las que consideramos ideas erróneas, en este intento creamos continuamente una división en nuestro actuar. No liberamos a la mente de la división; no comprendemos que esa continua opción nacida del deseo, de la vacuidad, del anhelo, es la causa de esta división. Cuando experimentamos un sentimiento de vacuidad, queremos escapar de esa insuficiencia que causa sufrimiento. Para este propósito, inventamos una satisfacción intelectual a la que llamamos meditación.

Ahora usted dirá que no le he dado una enseñanza constructiva o positiva. Cuídese del hombre que le ofrece métodos positivos, porque le está dando meramente su propio patrón, su molde. Si usted realmente vive, si trata de liberar al corazón y a la mente de toda limitación ‑no mediante la introspección y el autoanálisis, sino mediante la percepción alerta en la acción-, entonces los obstáculos que ahora le impiden vivir la plenitud de la vida, quedarán eliminados. Esta percepción alerta y sensible, es el júbilo de la meditación, meditación que no es el esfuerzo de una hora, sino que es acción, que es la vida misma.

Usted me pregunta: “¿Tiene un nuevo método de meditación para ofrecernos?” Entonces usted medita a fin de obtener un resultado. Medita con la idea de ganancia, tal como vive con la idea de alcanzar una altura, una cumbre espiritual. Puede esforzarse por esa cumbre espiritual, pero le aseguro que, aunque pueda parecer que la alcanza, seguirá experimentando el sentimiento de vacuidad. Su meditación carece de valor en sí misma, tal como su acción carece de valor en sí misma, porque usted está buscando constantemente una culminación, una recompensa. Sólo cuando la mente y el corazón están libres de esta idea del logro, idea nacida del esfuerzo, la opción y la ganancia, sólo cuando uno está libre de esa idea, digo, existe una vida eterna, la cual no es una finalidad, sino un devenir perpetuo, una perpetua renovación.

Pregunta: Reconozco un conflicto dentro de mí, sin embargo, ese conflicto no crea una crisis, una llama devoradora en mi interior, impulsándome a resolver ese conflicto y a realizar la verdad. ¿Cómo actuaría usted en mi lugar?

KRISHNAMURTI: El interlocutor dice que reconoce dentro de él un conflicto, pero que ese conflicto no causa una crisis y que, por lo tanto, no hay acción. Yo siento que ése es el caso con la mayoría de la gente. Usted pregunta qué debe hacer. Cualquier cosa que trata de hacer, la hace intelectualmente y, por ende, falsamente. Sólo cuando esté dispuesto a afrontar su conflicto y a comprenderlo plenamente, experimentará una crisis. Pero, como una crisis semejante exige acción, la mayoría de ustedes no está dispuesta a afrontarla.

Yo no puedo empujarlo a la crisis. El conflicto existe en usted, pero usted quiere escapar de ese conflicto, quiere encontrar un medio por el cual eludirlo, posponerlo. De modo que cuando dice: “No puedo resolver mi conflicto en medio de una crisis”, sus palabras muestran tan sólo que su mente trata de eludir el conflicto ‑y de eludir la libertad que resulta de afrontarlo completamente-. En tanto su mente esté eludiendo, cuidadosa y subrepticiamente, el conflicto, en tanto busque consuelo por medio del escape, nadie puede ayudarlo a que su acción sea completa, nadie puede empujarlo a una crisis que resuelva su conflicto. Una vez que usted se dé cuenta de esto ‑no sólo viéndolo intelectualmente, sino percibiendo también la verdad de ello-, entonces su conflicto creará la llama que terminará con él consumiéndolo.

Pregunta: Esto es lo que he recogido escuchándolo: uno está alerta solamente en una crisis; una crisis implica sufrimiento. Por lo tanto, si uno está alerta todo el tiempo, debe vivir continuamente en un estado de crisis, o sea, en un estado mental de sufrimiento y angustia. Ésta es una doctrina del pesimismo, no de la felicidad y el éxtasis de los que usted habla.

KRISHNAMURTI: Me temo que no ha escuchado lo que he estado diciendo. Usted sabe, hay dos formas de escuchar: está el mero escuchar las palabras, como escucha cuando no está realmente interesado, cuando no trata de penetrar en las profundidades de un problema; y está el escuchar que capta el verdadero significado de lo que se dice, el escuchar que requiere una mente aguda, alerta. Creo que usted no ha escuchado realmente lo que he estado diciendo.

En primer lugar, si no hay conflicto, si su vida no contiene en sí numerosas crisis y es usted perfectamente feliz, ¿por qué se preocupa, entonces, de los conflictos y las crisis? Si usted no sufre, ¡entonces me alegro muchísimo! Todo nuestro sistema de vida está arreglado de modo que uno pueda escapar del sufrimiento. Pero al hombre que se enfrenta a la causa del sufrimiento y, de tal modo, se libera del sufrimiento, usted lo llama un pesimista.

Explicaré otra vez brevemente lo que he estado diciendo, a fin de que lo comprenda. Cada uno de ustedes está consciente de un gran vacío, una vacuidad interna; estando conscientes de esa vacuidad, o bien tratan de llenarla, o intentan escapar de ella; ambos actos vienen a ser la misma cosa. Eligen lo que llenará esa vacuidad y a esta elección la llaman progreso o experiencia. Pero la elección de ustedes se basa en la sensación, en el anhelo; en consecuencia, no contiene en sí ni discernimiento ni inteligencia ni sabiduría. Eligen hoy aquello que les proporciona una satisfacción mayor, una sensación mayor que la que reciben de su elección de ayer. Así, lo que llaman opción es meramente la manera que tienen de escapar de su vacuidad interna; por consiguiente, sólo están posponiendo la comprensión de la causa del sufrimiento.

Así, al movimiento de dolor en dolor, de sensación en sensación, lo llaman evolución, crecimiento. Un día eligen un sombrero que los satisface; al día siguiente se cansan de esa satisfacción y desean otro ‑o desean un automóvil, una casa o lo que llaman amor-. Más tarde, cuando se cansan de estas cosas, anhelan la idea o la imagen de un dios. De este modo, progresan desde el deseo de un sombrero al deseo de un dios, y en esto piensan que han hecho un admirable avance espiritual. Sin embargo, estas opciones se basan meramente en la sensación, y todo lo que ustedes han hecho es cambiar sus objetos de preferencia.

Donde hay opción tiene que haber conflicto, porque la opción se basa en el anhelo, en el deseo de llenar la vacuidad interna o de escapar de ella. En lugar de intentar comprender la causa del sufrimiento, están tratando constantemente de superar ese sufrimiento o de evadirlo, lo cual es la misma cosa. Pero yo digo que se enfrenten a la causa de su sufrimiento. Esa causa, como lo descubrirán, es el continuo deseo, el anhelo continuo que ciega al discernimiento. Si comprenden eso, si lo comprenden no sólo intelectualmente sino con todo el ser, entonces su acción estará libre de la limitación de las opciones; entonces están viviendo de verdad, viven naturalmente, armoniosamente, no de manera individualista y en un caos total como ahora. Si uno vive plenamente, su vida no da por resultado la discordia, porque su acción nace de la riqueza y no de la pobreza interna.

Pregunta: ¿Cómo puedo conocer la acción y la ilusión de la cual ésta emana, si no pruebo la acción y la examino? ¿Cómo podemos esperar conocer y reconocer nuestras barreras, si no las examinamos? ¿Por qué, entonces, no analizar la acción?

KRISHNAMURTI: Por favor, como mi tiempo es limitado, ésta es la última pregunta que podré contestar.

¿Ha tratado usted de analizar su acción? Entonces, cuando la analizaba, esa acción ya estaba muerta. Si usted trata de analizar su movimiento cuando está bailando, pone fin a ese movimiento; pero si su movimiento nace de la plena percepción alerta, de la conciencia plena, entonces usted sabe, en la acción misma de ese movimiento, lo que su movimiento es; lo sabe sin intentar analizarlo. ¿Lo he aclarado?

Digo que si analiza la acción, nunca actuará; su acción se restringirá lentamente y ello dará como resultado final la muerte de la acción. Lo mismo puede aplicarse a su mente, a su pensamiento, a su emoción. Cuando usted empieza a analizar, pone fin al movimiento; cuando trata de disecar un sentimiento intenso, ese sentimiento muere. Pero si está atento con el corazón y la mente, si de verdad tiene plena conciencia de su acción, conocerá entonces la fuente de la cual su acción emana. Cuando nosotros actuamos, actuamos sólo de manera parcial, no actuamos con la totalidad de nuestro ser. Por esto, en nuestro intento de hacer pesar la mente contra el corazón, en nuestro intento de que lo uno domine a lo otro, pensamos que debemos analizar nuestra acción.

Ahora bien, lo que yo trato de explicar requiere una comprensión que no puede comunicarse mediante palabras. Sólo en el instante de la verdadera percepción alerta puede usted tener conciencia de esta lucha por la dominación; entonces, si le interesa actuar de manera armoniosa y completa, se da cuenta de que su acción ha estado influida por su temor a la opinión pública, por las normas de un sistema social, por los conceptos de la civilización. Entonces se torna consciente de sus temores y prejuicios, sin analizarlos; y en el instante en que se da cuenta de ellos en medio de la acción, estos temores y prejuicios desaparecen.

Cuando uno percibe con la mente y el corazón la necesidad de la acción completa, actúa armoniosamente. Entonces todos sus temores, sus barreras, su deseo de poder, de realización personal, todas estas cosas se revelan a si mismas, y las sombras de la falta de armonía se desvanecen.

9 de julio de 1933

 


Ommen, Holanda, 1933

PRIMERA  PLÁTICA  EN  OMMEN

Si es posible, quisiera que durante las tres semanas que va a durar, este campamento sea diferente de los otros campamentos que tuvimos hasta ahora. Durante estas tres semanas procuraré expresar con claridad mis ideas. Por favor, traten de comprender su plena significación; no se vayan, cuando termine el campamento, con sólo una nueva serie de ilusiones encubriendo las ilusiones viejas. Si lo que digo no está claro, formulen preguntas y lo explicaré una y otra vez, no importa cuán a menudo tenga que hacerlo.

Si todos pensáramos de la misma manera, ustedes no estarían aquí en esta reunión. Pero durante estas pláticas voy a tratar de explicar las diferencias, de modo que nos comprendamos el uno al otro. Seamos francos, no tratemos de asentir a cosas que no comprendemos. Al presente, siento que ustedes no están seguros acerca de lo que pienso. Durante los numerosos campamentos anteriores, hasta el de hoy, siento que jamás hemos tratado de averiguar lo que cada uno piensa realmente. Ustedes nunca han estado muy seguros de lo que pienso ni de lo que ustedes mismos piensan.

El punto importante no es si ustedes están atados por antiguas tradiciones o viejos sistemas de pensamiento, sino que se den cuenta realmente de lo que piensan, que estén totalmente seguros del propio pensar. Entonces, si yo digo algo que se opone a lo que ustedes piensan, no hay arreglo posible. Porque todo arreglo destruye la plenitud de acción. Esto no quiere decir que ustedes deban adoptar mis ideas y forzarse a considerar la vida como yo lo hago. Por favor, no piensen que al combinar sus ideas con las mías van a realizar un todo unificado. Es en la plena realización de un recto pensar que puede haber integridad. Me temo que la mayoría de ustedes procura llegar a un arreglo interno. Esto, entre otras cosas, trataré de explicarlo durante estas tres semanas.

Si estuvieran contentos y felices con la vida, no vendrían aquí. Casi todos están aquí porque perciben que hay mucha crueldad, mucho sufrimiento en el mundo, y como ustedes mismos forman parte de él, quieren averiguar si es posible una comprensión verdadera y perdurable respecto de este caos aterrador. Porque, sin esta comprensión, existe un temor constante a la absoluta vacuidad de la mente y el corazón. Esto podemos discutirlo simple y francamente, sólo cuando ustedes saben por sí mismos lo que realmente piensan; pero si no saben lo que piensan, entonces me temo que no van a comprender lo que trato de decir.

Muchos de ustedes vienen a estas reuniones con el deseo de encontrar un nuevo conjunto de creencias y sistemas en los cuales puedan refugiarse confortablemente. Pero yo no puedo ofrecérselos, puesto que no hay refugios ni escapes respecto de la vida. Estas creencias son trampas e ilusiones que destruyen por completo la comprensión. Inconscientemente, ustedes anhelan siempre estas ilusiones consoladoras; es natural, pues, que lo que digo les cause decepción, perplejidad. Escuchan lo que digo, pero mis palabras los dejan en una gran confusión.

Ahora, antes de continuar con lo que quiero decir, por favor, déjenme aclarar uno o dos puntos. Yo no estoy hablando a un auditorio con una sola mente, un corazón, una creencia; no hablo a un grupo de personas que vienen aquí por placer o a causa del hábito, o a un núcleo de oyentes con espíritu sectario. No hablo a una asamblea de meros reformadores. No me dirijo a un grupo; estoy hablando a individuos. Porque únicamente cuando estamos por completo solos en lo interno, somos capaces de discernir lo verdadero.

Permítanme repetir que no soy un reformador. No estoy aquí para reformarlos, para forzarlos a seguir un nuevo conjunto de creencias. Por favor, comprendan lo que esto significa. La mayoría de ustedes quiere moldearse conforme a cierto patrón, ajustarse a una serie de ideas, de creencias. Ahora bien, este intento de forzar a la mente y al corazón según una creencia, un modelo, debe crear inevitablemente conflicto y sufrimiento. Por lo tanto, no estoy creando un nuevo sistema para que ustedes lo sigan, no les estoy ofreciendo una nueva serie de creencias que les sirvan como guía.

Las personas quieren encajar en un molde, porque piensan que vivir de acuerdo con un patrón puede ser más fácil, más seguro y más libre de sufrimiento que vivir sin tal patrón. Luchan para hacer que sus vidas mentales y emocionales encajen a la fuerza en los surcos de un sistema establecido. Entonces, habiéndose amoldado, tratan de forzar a otros para que reformen sus vidas. Y a esto lo llaman ayudar y reformar al mundo, servir a la humanidad y otras frases que suenan muy bien.

Pues bien, yo no deseo reformarlos. Lo que quiero hacer es ayudarlos a que perciban las barreras que los rodean; cuando las hayan discernido, podrán librarse de ellas por sí mismos, y no reformarse para encajar en algún otro patrón. Cuando ustedes mismos se abran paso por estos patrones y sistemas, su acción se torna espontánea. Entonces ya no está atada por la mera costumbre, ya no nace del mero hábito. Cuando se liberan de las numerosas barreras que encierran a la mente y al corazón, la realidad puede fluir sin obstáculos.

Tal vez ahora la existencia de ustedes sea muy plácida y satisfactoria, lo cual quizá sea tomado por una vida de comprensión, pero en realidad pueden haberse protegido meramente contra problemas y conflictos acudiendo a creencias, ideales y explicaciones. Pero están conscientes de la existencia, únicamente cuando hay conflicto, pena y sufrimiento; gracias a eso adviene la verdadera comprensión de la vida. Por ejemplo, un tobillo luxado: en tanto esté cuidadosamente vendado y no se use, puede que no duela, pero cuando se usa, la sangre bulle a través de él y ocasiona dolor. De igual modo, tienen ustedes muchas ideas tergiversadas y juicios extraviados, de los cuales son por completo inconscientes. Se revelan sólo a causa del conflicto y el sufrimiento, siempre que no los evadan. Cuando toman conciencia, mental y emocionalmente, de estas barreras, sin volver a moldearse conforme a otro patrón, la libertad respecto de estas limitaciones es un avance inteligente, sin que haya una disciplina y un control autoimpuestos.

Casi todos piensan sólo en términos de reforma, pero no en un cambio completo, revolucionario. Insisten, por ejemplo, en el valor de la disciplina. Creen que pueden reformarse sólo mediante un rígido autocontrol. Creen, o bien en una disciplina artificial impuesta externamente tal como la que imponen la sociedad, la religión y las condiciones económicas, o en una disciplina interna conforme a la cual se gobiernan a sí mismos. Un hombre adopta ya sea un patrón externo a modo de faro por el cual guía sus pensamientos, o crea un patrón interno que guía sus acciones. Ése es el caso con la mayoría de la gente. Yo no creo en la disciplina reformadora. Para mí, la disciplina es meramente destructiva, limita el corazón y la mente. Más adelante volveremos a esta cuestión. Hablo de ella aquí sólo para señalar que, desde mi punto de vista, no puede haber reforma en cuanto a la disciplina. Puesto que ustedes creen en ella, puesto que su estructura de pensamiento se basa en la disciplina, en el control, en la autoridad, surge naturalmente una confusión entre lo que yo digo y las convicciones de ustedes.

Al descubrir que las antiguas creencias, tradiciones e ideales ya no tienen ningún significado profundo, buscan ustedes nuevos ideales, una nueva ética y nuevos conceptos para reemplazar a los viejos. Así, van de un maestro a otro, de una secta o religión a otra, esperando que, al juntar muchos finitos, tendrán el infinito, como la abeja que junta miel. O bien buscan un cambio que redituará una sensación nueva y más intensa, o en lugar de eso existe el deseo de una profunda seguridad interna por medio de un nuevo sistema de creencias e ideales y de sus exponentes. ¿Cuál de estas cosas están buscando?

Si no buscan ninguna de estas cosas, ni sensación ni seguridad, entonces hay en ustedes un profundo anhelo de comprender la vida misma, porque se dan cuenta de que únicamente desde esta comprensión puede haber un nuevo concepto de moralidad y acción. Pero para captar plenamente el significado de esto, la mente debe estar libre del deseo de seguridad y de sensación. Ésta es una de las tareas más difíciles: preservar la mente y el corazón de la conformidad y del conocimiento acumulativo, que se vuelven meramente una garantía contra el presente siempre cambiante o contra el futuro. El fondo de reserva de estas garantías crea la conciencia limitada del “yo”. Entre estas garantías protectoras y el movimiento de la vida, tiene que surgir inevitablemente el conflicto. Para escapar de este conflicto, la mente crea más seguridad e ilusiones, volviéndose más y más intrincada y limitada. Tomen el caso de un hombre rico; siente temor al vacío que existiría en su vida si perdiera sus posesiones. Como teme esto, trata de asegurarse cada vez más, mediante el continuo intento de aumentar esas posesiones.

Para librarse de esta búsqueda de seguridad y poder, ustedes crean mentalmente su opuesto. Pero, al hacerlo, están creando meramente otro conjunto de seguridades, sólo que las llaman con nombres diferentes. Este opuesto es nada más que otra forma de seguridad, aun cuando la llamen amor, humildad, servicio, seguimiento de la verdad.

Tratan de ser sinceros respecto de este nuevo opuesto, glorificándolo con los nombres de paz, humildad, servicio, como opuestos a la seguridad, al poder. Abandonan cierto grupo de ideas, de conceptos y crean unos nuevos que se convierten en la seguridad que buscan. Y los protegen tan cuidadosamente como el rico guarda su tesoro, tanto por parte del grupo como del individuo. Por lo tanto, han cambiado -si a esto se le puede llamar cambio en absoluto- meramente de un grupo de ideas a otro con nombres diferentes, pero bajo la nueva envoltura son los mismos deseos, las mismas esperanzas de seguridad.

Para mí, no hay tal cosa como la seguridad; sin embargo, es lo que casi todos buscan constantemente, aun cuando cada cual pueda disfrazarla con una palabra distinta. Con el deseo consciente o inconsciente de alguna clase de seguridad, vienen ustedes a escucharme; toman mis palabras y fabrican con ellas la estructura de lo que anhelan. De esta contradicción surgen la confusión y la apariencia de una cualidad negativa en aquello que digo.

Por esta razón, descubran qué es lo que están buscando. Si encuentran que realmente desean seguridad, entonces investiguen eso profundamente, completamente, con la totalidad del ser. Así comprenderán que la seguridad no existe. Cuando descubran eso, puede que se vuelvan hacia lo opuesto, puede que traten deliberadamente de adquirir inseguridad, la cual será sólo otra forma de seguridad. Cuanto más ahondan en la investigación de su seguridad, tanto más floja se vuelve ésta. Carece de consistencia. Perdería todo su asidero en ustedes, pero tienen miedo de soltarla porque temen al vacío que entonces podría sobrevenir a la mente y al corazón.

Para descubrir por ustedes mismos qué es lo que están buscando, tiene que haber franqueza; franqueza, no sinceridad. Uno puede ser sincero respecto de una idea, pero la idea puede ser una ilusión, puede ser totalmente falsa. Los tontos son sinceros respecto de una idea o de alguna cosa. Después de todo, no hay una gran diferencia entre el tonto que es sincero respecto de una sola idea y aquéllos que tratan de ser sinceros respecto de muchas ideas. La sinceridad implica dualidad. Implica al actor y la cosa o persona o idea respecto de la cual él trata de ser sincero. De esta dualidad surge una contradicción hipócrita. La franqueza no admite dualidad y, en consecuencia, no existe ese permanente esfuerzo por ser alguna cosa, el cual, otra vez, engendra hipocresía. La sinceridad encubre a menudo la trivialidad, pero la franqueza, ese abierto reconocimiento de lo que es, revela una gran riqueza.

Ahora bien, en el intento de descubrir cuáles son sus deseos, no traten de controlar su pensamiento y su emoción. Más bien, permitan a la mente estar despierta de tal manera, que todos los impedimentos, las trabas que ahora abruman al pensamiento, se revelen a sí mismos. En el descubrimiento de estos obstáculos, comprenderán la actividad de sus deseos ocultos. El hombre mantenido en la esclavitud puede liberarse sólo si destruye sus cadenas. De modo que la comprensión de aquello que es, puede darse sólo cuando la mente se halla libre por completo de los impedimentos que ha creado y está creando para sí misma.

Siendo francos, pueden ustedes descubrir sus propias limitaciones, sus propias ilusiones complicadas. Pero si son meramente sinceros, jamás podrán descubrirlas, porque tratan constantemente de actuar conforme a un ideal, lo cual les impide la comprensión de lo verdadero. Sólo cuando la mente se ha desenredado de la ilusión, existe el éxtasis de la vida perdurable.

27 de julio de 1933


 

 

 

 

SEGUNDA  PLÁTICA  EN  OMMEN

Amigos:

Para comprender el movimiento constante de la vida, la mente debe estar libre de la carga del conocimiento explicativo, libre del intento de retener las lecciones autoprotectoras de la experiencia. Tiene que afrontar la vida de nuevo cada día, y en ese afrontar está la comprensión.

La mayoría de nosotros se da cuenta, consciente o inconscientemente, de que existe una vacuidad, una insuficiencia en nuestras vidas, y tratamos de escapar de esa insuficiencia, por medio de la sensación, del olvido o del trabajo. En la búsqueda de sensación vamos de una experiencia a otra; deseamos una mayor variedad en la sensación, y a este movimiento de la sensación lo llamamos experiencia. Sin embargo, ese vacío, esa soledad no cesa de existir. Simplemente tratamos de escapar de ella mediante la experiencia, y este intento de escapar, este esfuerzo por llenar el vacío con las experiencias, con el mero conocimiento, sólo crea una insuficiencia mayor. Donde hay vacuidad, siempre existen un anhelar y un codiciar.

Donde hay deseo, jamás puede haber discernimiento. La opción, que se basa en el deseo, nunca puede generar discernimiento. La opción es el conflicto de los opuestos. Al optar, al elegir entre opuestos, creamos meramente más opuestos. Lo que se considera esencial se convierte en lo no esencial, y este movimiento no es progreso. La opción crea los opuestos. En tanto la mente esté presa en este sistema de opuestos, jamás puede haber discernimiento. Donde hay deseo, hay vacuidad. Uno no puede destruir el deseo, no puede librarse de él, sino que debe descubrir la causa que origina al deseo. Ahora bien, debido a que en nosotros mismos hay insuficiencia, tratamos de llenar esa vacuidad mediante diversas clases de sensación, desde las formas más groseras a las más sutiles. El deseo existe sólo cuando no hay una verdadera comprensión de los valores. Cuando se den cuenta de esto con la totalidad del ser, comenzarán a discernir el valor intrínseco de todas las cosas; entonces ya no percibirán los valores como meros resultados de los opuestos.

Cuando hay deseo, la acción tiene que ser incompleta. Entonces, esa acción incompleta incrementa más aún la vacuidad de la mente y del corazón.

En la percepción alerta hay discernimiento, en el cual no existe la opción. La opción es una lucha incesante, un incesante conflicto.

Pregunta: Explique, por favor, claramente, qué entiende usted por franqueza como algo distinto de la sinceridad. ¿Quiere decir que primero debemos ser absolutamente veraces en nosotros mismos, en lo que hacemos, sentimos y pensamos, a fin de comprender la vida en su totalidad?

KRISHNAMURTI: Lo que entiendo por sinceridad es esto: Usted tiene en su mente un ideal, un preconcepto o un patrón, el cual moldea su pensamiento y su conducta. Trata de ser sincero respecto de ese ideal o principio. A una persona que moldea así su vida, que se atiene rígidamente a una idea o a un principio, ustedes la llaman “sincera”. Cuanto más estrechamente vive ella conforme a ese principio (y los principios e ideales tienen que ser limitados), más sincera es. Para mí, una persona semejante jamás comprende el fluir de la realidad.

Ahora bien, la franqueza es apertura que revela, sin prejuicio alguno, la realidad, el presente. Sólo siendo usted inteligentemente franco puede descubrir su propia limitación. Esto no puede hacerlo siendo meramente sincero conforme a un ideal, a una esperanza. Puede descubrir sus propias pequeñas vanidades, sus trabas y sus presunciones, sólo a través de una absoluta franqueza.

En primer lugar, tiene que averiguar lo que usted es; sólo entonces sabrá cómo actuar en relación con lo que descubra.

La mayoría de la gente piensa conforme a cierto patrón o principio, o su pensamiento está influido o controlado por el medio, lo cual debe, naturalmente, impedir el flujo de la realidad. Para descubrir estos obstáculos, la mente debe darse cuenta de sus propios pensamientos y, permitiéndoles inteligentemente expresarse con libertad, uno comienza entonces a discernir los secretos temores, las secretas esperanzas que constantemente lanzan barreras contra la expresión plena de la vida, lo cual ocasiona sufrimiento. Esto requiere gran franqueza y una necesidad intensa de comprender, pero si hay deseo, se destruye la acción de la inteligencia que implica la comprensión del presente. Esta falta de discernimiento crea dualidad en la acción, y esta insuficiencia es la causa del sufrimiento.

Pregunto: He encontrado que, en el proceso de librarse de las barreras personales, uno siente el impulso de la autodisciplina. Usted dice que no cree en la autodisciplina. ¿Qué es lo que entiende por autodisciplina?

KRISHNAMURTI: No sé si usted ha formulado esta pregunta para descubrir realmente lo que pienso, o si está fuertemente a favor de la autodisciplina que, en su sentir, usted posee, y entonces la contrapone a lo que yo tengo que decir al respecto. Si está resueltamente opuesto a lo que digo, entonces eso pone fin a la discusión. No piense que usted no debe tener autodisciplina porque yo hablo de la inutilidad de la autodisciplina. Casi todos los que se han reunido aquí, ya tienen sus mentes dispuestas en el sentido de que la autodisciplina es esencial. La han practicado durante años. El sistema y las creencias que tienen así lo exigen, sus religiones insisten en ello, sus libros sagrados lo proclaman en voz alta, y ustedes mismos sostienen que la autodisciplina es de gran valor. Pero si quieren averiguar qué es lo que yo pienso al respecto, deben tratar de comprender el significado total de la autodisciplina y no sólo una parte de él.

Una persona que quiere ser consecuente, debe someterse a la autodisciplina. Ahora bien, ¿por qué tiene que ser consecuente? ¿No es, acaso, porque no puede comprender el movimiento rápido del presente? ¿No es porque no puede seguir el rápido cambio y el significado de la experiencia? A causa de que la mente no puede encarar la experiencia, afrontar la vida de una manera completa, total, recurre a un patrón de conducta, a una autoridad tras de la cual se refugia, temerosa de enfrentarse con lo desconocido. Para la comprensión de la experiencia, no hay precedente. La mente trata de vivir en la vibrante plenitud del hoy, con la carga de los reyes muertos. Así, la acción presente es forzada en los canales del pasado. De esto surge el dicho, nacido del temor: “debo” o “no debo”.

Atienda a la falta de comprensión que exige autodisciplina, y no al mejor método de disciplina. Usted es una cosa hoy y otra cosa mañana. Es diferente hoy de lo que será mañana. No obstante, la mente se fuerza y se distorsiona para seguir cierta norma, con lo cual usted crea un conflicto. Por eso nunca hay integridad en la acción, nunca hay una realización plena y verdadera.

La consecuencia con un principio involucra a la memoria, implica el recuerdo de cierto ideal, de cierto patrón predeterminado que se basa en el miedo y en la autoprotección. Lo que los disciplina es el recuerdo de aquello que ya está muerto. Ahora bien, si actúan constantemente conforme a ese recuerdo, ¿cómo pueden vivir espontáneamente o seguir los rápidos movimientos de la verdad? Tienen que comprender el significado del deseo de ser consecuentes ‑la causa-, antes de abandonar la autodisciplina ‑el resultado-.

Debido a que no afrontamos de manera total cada acontecimiento de la vida, surge el conflicto que da origen al recuerdo. La mente se identifica con este sufrimiento, a causa del cual crea para sí misma un principio autoprotector, y con esta medida son juzgadas y controladas todas las experiencias. Sólo cuando sufre, la mente procura escapar, consciente o inconscientemente, hacia el patrón preestablecido, y de esto surgen los defensivos “debo” y “no debo”.

Si usted puede discernir la causa del temor, la cual produce estos ideales autoprotectores que exigen consecuencia y el rígido seguimiento de una disciplina, entonces, sin esfuerzo alguno para superar el temor, la mente se librará de él.

Cuando hay una gran separación entre pensamiento y acción, tiene que haber conflicto, sufrimiento; y la autodisciplina se considera necesaria para tender un puente sobre este abismo, para realizar la integridad. Mediante la autodisciplina jamás puede haber integridad de acción. Ésta puede hacerse realidad cuando la mente se halla libre de las barreras autoprotectoras, de los prejuicios y temores. El mero ajuste a un patrón mediante la autodisciplina y el control, destruye el significado y la reveladora profundidad de la acción; de ese modo, la mente y el corazón se vuelven poco a poco estériles, insustanciales y vacuos.

“He encontrado que en el proceso de librarnos de nuestras barreras personales, uno siente el impulso de la autodisciplina”. Lo que uno conquista no es perdurable. Sólo al comprender la causa de las limitaciones, éstas desaparecen realmente cediendo el lugar a la inteligencia. Donde hay conquista de algo, hay esclavitud. En el conquistar no hay inteligencia; sólo hay dominación y un oculto deterioro. Toda conquista indica el atractivo de algo ulterior, pero la causa de la limitación sigue ahí. Sólo en la inteligente comprensión de la causa de los obstáculos, hay libertad respecto del sufrimiento.

Su intento de vencer las limitaciones está impulsado por el deseo de recompensa. De modo que no ha superado su barrera, en absoluto. Se ha disciplinado sólo con el fin de obtener alguna otra cosa. Y, debido a que piensa en lo que obtendrá a cambio de su acción, de su autodisciplina, su acción y su disciplina no tienen absolutamente ningún valor.

Pregunta: ¿Debe uno desembarazarse del anhelo, a fin de obtener la liberación? Si es así, ¿cómo puede la liberación ser alcanzada sin el ejercicio del autocontrol y la autodisciplina?

KRISHNAMURTI: El anhelo sin comprensión crea conflicto y, para escapar de este sufrimiento, hay una búsqueda de la verdad, de la felicidad, de la liberación. Así que, en vez de buscar la liberación, la verdad, ocupémonos de lo que es más familiar para nosotros, el conflicto y el sufrimiento, interesémonos en la realidad y no en las ilusiones que nos ofrecen escapes y refugios convenientes. Ocupémonos, pues, de la causa del sufrimiento. El deseo mismo, consciente o inconsciente, de evitar el sufrimiento, de encontrarle un sustituto y de cultivar su opuesto, genera falta de comprensión del presente. Los numerosos prejuicios, las múltiples limitaciones que la mente ha erigido         en torno de sí misma en su búsqueda de autoprotección, originan dolor cuando entran en contacto con la siempre viviente cualidad de la experiencia. Este sufrimiento no es para ser superado mediante la autodisciplina y el autocontrol, pero cuando la mente se libera de las limitaciones e ilusiones autoprotectoras, existe el éxtasis de la vida. Esta liberación respecto de lo falso, de lo estúpido, no puede ser realizada por medio del autoanálisis, sino en la percepción plena de la acción misma. La autodisciplina no es sino ajuste a una forma establecida de escape, a un ideal, y en esto no hay inteligencia. La percepción alerta, ese discernimiento en el que no hay ajuste ni compulsión, revela las ilusiones y los obstáculos que se ocultan, impidiendo que la mente actúe con plenitud; sólo esa plenitud de acción hace de la vida un devenir eterno.

Pregunta: En la reunión dedicada a las discusiones, se afirmó que un hombre podía librarse de sus obstáculos, comprendiéndolos. En consecuencia, debemos presumir, que, si sentimos que nuestros obstáculos aún no han desaparecido, es porque todavía no los hemos comprendido totalmente, Muchos de nosotros sentimos que los obstáculos aumentan cuando nos esforzamos en comprenderlos.

KRISHNAMURTI: Es natural que aumenten, porque usted hace un esfuerzo para librarse de los numerosos obstáculos a fin de obtener la verdad, la felicidad o la liberación. Pone énfasis en la liberación, en la verdad, porque le ofrecen un escape, y así los obstáculos aumentan y florecen.

¿Por qué hace un esfuerzo para comprender sus obstáculos? Si uno está profundamente deseoso de descubrir sus obstáculos, no hace un esfuerzo, ¿verdad? Pero usted se esfuerza, ejerce coerción sobre sí mismo porque no existe este deseo devorador.

El anhelo mutila el discernimiento, causando desdicha y angustia. El esfuerzo se hace para superar esto, pero sin conocer la causa. El anhelo es el resultado de los valores falsos. Usted no puede comprender los valores genuinos, cuando la mente se halla obstruida por prejuicios y temores. Debe tomar conciencia de estos prejuicios y temores. Pero esta toma de conciencia, esta percepción inteligente, no nace del esfuerzo, sino del intenso, deliberado deseo de comprender la causa que obstruye la pureza del discernimiento.

El deseo de seguridad es un obstáculo para el discernimiento, pero si usted busca el discernimiento inteligentemente, descubrirá por sí mismo su verdadera significación. Es posible que su mente perciba la naturaleza ilusoria de la seguridad; no obstante, la desea intensamente. De esta contradicción surgen el conflicto y el sufrimiento, la insuficiencia en la acción. Para vencer esta insuficiencia, comienza usted a controlarse, a disciplinarse. Pero esto no elimina, en modo alguno, el conflicto. Esta contradicción existe porque usted no desea profundamente discernir el verdadero significado de la seguridad con sus consoladores ideales y sus ilusiones. Hasta que no exista este deseo ardiente de comprender, debe usted continuar sufriendo, soportando todas las innumerables estupideces y explotaciones.

28 de julio de 1933

 

 

 


 

«Se supone que hemos vivido en esta tierra por un millón de años, y durante esa larga evolución hemos permanecido siendo bárbaros. Podemos ser más limpios, más rápidos en las comunicaciones, tener mejores medios de higiene, de transporte, etc., pero moralmente, éticamente y ‑si puedo usar esa palabra‑ espiritualmente, seguimos siendo bárbaros. Nos matamos unos a otros no sólo en la guerra, sino a través de palabras, de gestos... Cada país en el mundo, como todos ustedes deben saber, está acumulando armamentos ‑cada país, por pobre o rico que sea... Miren el propio país de ustedes‑ la pobreza inmensa, el desorden, la corrupción, todos conocen eso, y la acumulación de armamentos. Se acostumbraba matar a otro con un garrote, ahora se puede volatilizar a la humanidad con una bomba atómica o de neutrones. Hay una inmensa revolución en marcha de la que nosotros muy poco sabemos. El proceso tecnológico es tan rápido, que durante la noche ya hay algo nuevo. Pero éticamente somos lo que hemos sido por un millón de años. ¿Comprenden el contraste? Tecnológicamente, tenemos la computadora que superará en pensamiento al hombre, que puede inventar nuevas meditaciones, nuevos dioses, nuevas teorías. Y el hombre ‑o sea, ustedes y yo‑ ¿qué les va a suceder a nuestros cerebros? La computadora puede hacer casi todas las cosa que pueden hacer los seres humanos, excepto, desde luego, tener sexo o contemplar la luna nueva. Esto no es alguna teoría; está ocurriendo ahora. ¿Qué es, entonces, lo que nos va a suceder a nosotros como seres humanos?»

LA CRISIS DEL HOMBRE

J.Krishnamurti

LA ola de trivialidad que invade el mundo, es hoy motivo de alarma y preocupación general. Frente a la presión de las circunstancias, frente a la incertidumbre del mañana, frente a las exigencias materiales del diario vivir, con su áspera lucha sin cuartel, se busca la fácil salida de la expresión egocéntrico, de las sensaciones y los goces sensoriales. Es sin duda la línea de menor resistencia, pero es también el camino de las ilusiones. Las enfermizas consecuencias de la ambición, la envidia y el miedo, de la busca de seguridad y felicidad personal en las diarias actividades, refléjense en una honda y sorda angustia que oprime los corazones. Y de esta angustia se huye y se busca alivio apelando superficialmente a las distracciones, a las excentricidades de todo género, el cultivo de los intereses, o aun a las actividades intelectuales, sociales o religiosas. Pero todo esto sólo refuerza los factores determinantes del conflicto. Hay confusión, y lejos de auscultar con calma las causas íntimas, los motivos profundos de esa confusión, de esos innumerables problemas y conflictos que a todos afligen, insístese ciegamente en el uso de antídotos y falsos remedios.

El mundo está, sin duda, en crisis. Así como se derrumban los valores de la niñez y la juventud cuando llega la madurez, así también se derrumban hoy los viejos valores sociales y morales en que confiaba el mundo. Y Krishnamurti, en este nuevo y extraordinario conjunto de pláticas que es La crisis del hombre, nos invita a detenernos, a serenarnos y a ponderar el sentido más hondo y final de todo cuanto pensamos y hacemos, de todos nuestros sentimientos, de nuestras emociones y experiencias de cada momento, y hasta de nuestros gestos, para Regar así a percibir lo que realmente somos, el verdadero sentido y valor de nuestra impulsión psicológica, el verdadero estado de nuestra mente.

LA REVOLUCION FUNDAMENTAL

J.Krishnamurti

Es cada día más perceptible y evidente para todos que nuestra sociedad, nuestra civilización, atraviesa por un período crítico, en el que no sólo surgen nuevos y difíciles problemas individuales y colectivos, sino que incluso los viejos problemas y conflictos que originariamente ha debido afrontar la humanidad se toman más agudos, más acuciantes e insolubles.

Es que, por mucho que se haya afirmado lo contrario, la historia no se repite. El hombre no es un simple mecanismo, puesto en juego por leyes y fuerzas también mecánicas y ciegas; ni la sociedad podrá nunca ser conformada, moldeada y dirigida por procesos puramente mecánicos y externos. Cada instante es nuevo, y la humanidad de hoy, con el desarrollo físico y psíquico alcanzado, recorre en la infinita trayectoria de la vida un sector por el que nunca antes pasó, con panoramas, perspectivas, seguridades y peligros otrora desconocidos, que también le exigen un enfoque nuevo, una profunda y fundamental revolución en el común pensar y sentir, una revolución psicológica.

Pero el hombre, no obstante, invariablemente se enfrenta con lo nuevo a través de su viejo bagaje de ideas. La inercia atávica lo mantiene aferrado a todo aquello que le resulta conocido ‑o que cree conocer‑ al orden de cosas acostumbrado y tradicional, a sus creencias y convicciones personales y colectivas: y esta mentalidad, esta conciencia suya como una pantalla en la que contempla sus propias proyecciones- le impide descubrir lo que es nuevo a cada instante, y lo inhabilita para apreciar la verdadera índole de sus torturantes problemas y conflictos, y para superarlos.

En las numerosas pláticas de «La revolución fundamental» poderosamente sugestivas y renovadoras, Krishnamurti brinda con su magistral captación, las insinuaciones que pueden operar en cada cual ese total camino íntimo.

 

 

 

 

 

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