LA
EVOLUCIÓN DEL SIMBOLISMO
SECCIÓN
I
SIMBOLISMO
E IDEOGRAFÍA
¿No es siempre un símbolo para quien sabe
distinguir, una revelación más o menos clara, o
confusa, de lo semejante a Dios?... Al través de
todas las cosas... brilla débilmente algo de la
Idea Divina. Más aún: la enseña más elevada
que
han encontrado jamás los hombres y que han
abrazado, la cruz misma, no posee significación
alguna, salvo una accidental y extrínseca.
CARLYLE, Sartor Resarius
El estudio del significado oculto en cada una de las leyendas religiosas
y profanas de cualquiera nación, ya sea grande o pequeña,
y especialmente en las tradiciones del Oriente, ha ocupado la mayor
parte de la vida de la que estas líneas escribe. Ella es de los
que poseen la convicción de que ninguna fábula mitológica,
ningún suceso tradicional de las leyendas de un pueblo, ha sido
en tiempo alguno pura ficción, sino que cada una de semejantes
narraciones encierra algo de verdaderamente histórico. En esto
difiere la autora de aquellos mitólogos, por grande que sea su
reputación, que no ven en cada mito más que la confirmación
de la tendencia supersticiosa de los antiguos, y que creen que todas
las mitologías han tenido su origen en los mitos solares y se
basan en los mismos. A semejantes pensadores superficiales les ha puesto
admirablemente en el lugar que les corresponde el poeta y egiptólogo
Mr. Gerald Massey, en una conferencia sobre “Luniolatría,
Antigua y Moderna”. Su crítica acerada es digna de reproducirse
en esta parte de nuestra obra, por ser eco fiel de nuestros propios
sentimientos, tan abiertamente expresados desde 1875, cuando escribimos
Isis sin Velo.
Durante los últimos treinta años, el profesor Max Müller
ha estado enseñando en sus libros y discursos, en el Times, Saturday
Review y en varias revistas, desde la tribuna de la Royal Institution,
en el púlpito de la Abadía de Westminster, y en su cátedra
de Oxford, que la mitología es una enfermedad del lenguaje, y
que el antiguo simbolismo era resultado de algo parecido a una aberración
mental primitiva.
“Sabemos -dice Renouf, repitiendo a Max Müller, en sus conferencias
de Hibbert- que la mitología es la enfermedad que brota durante
un estado peculiar de la cultura humana”. Tal es la trivial explicación
de los no evolucionistas, y semejantes explicaciones son todavía
aceptadas por el público inglés, que piensa por cerebros
de otros. El profesor Max Müller, Cox, Gubernatis y otros tratadistas
de mitos solares, nos han descrito al primitivo inventor de mitos como
una especie de metafísico indo germanizado, proyectando su propia
sombra sobre una niebla mental, y hablando ingeniosamente del humo,
o por lo menos de las nubes; convirtiendo el cielo sobre su cabeza en
la cúpula del país de los sueños, pintarrajeada
con las imágenes de pesadillas aborígenes. Conciben al
hombre primitivo a su semejanza, y le contemplan como irresistiblemente
inclinado a la propia mixtificación, o como dice Fontenelle,
“sujeto a contemplar cosas que no existen”. Ellos han presentado
bajo un aspecto falso al hombre primitivo o arcaico, como inducido desde
un principio y de un modo estúpido, por una imaginación
activa y falta de dirección, a creer toda suerte de falsedades,
que eran inmediata y constantemente contradichas por su propia experiencia
diaria; como un necio fantástico en medio de aquellas feas realidades
con que le agobiaba la experiencia, a manera de los iceberg aplastantes
que dejan sus huellas en las rocas sumergidas en el mar. Quédame
por decir, y algún día se reconocerá como cierto,
que estos maestros, aceptados como tales, no se han aproximado más
a los principios de la mitología y del lenguaje, que el poeta
Willie de Burns a Pegaso. He aquí mi contestación: Es
sólo un sueño del metafísico teórico, creer
que la mitología fuese una enfermedad del lenguaje o de cualquier
otra cosa que no sea su propio cerebro. El origen y el significado de
la mitología ha sido totalmente equivocado por estos traficantes
en mitos solares. La Mitología era un modo primitivo de objetivar
el pensamiento primitivo. Estaba fundada en hechos naturales, y todavía
puede comprobarse en los fenómenos. Nada hay de insano ni de
irracional en ella, cuando se la considera a la luz de la evolución,
y cuando se comprende por completo su manera de expresarse por el lenguaje
de los signos. La locura consiste en tomarla por historia humana o por
revelación Divina (1). La Mitología es el depósito
de la ciencia más antigua del hombre, y lo que principalmente
nos interesa, es lo siguiente: cuando sea de nuevo interpretada correctamente,
está destinada a ocasionar la muerte de aquellas falsas teologías
a que sin saberlo ha dado origen (2).
En la fraseología moderna se dice algunas veces que una afirmación
es mítica en proporción de su falsedad; pero la antigua
mitología no era un sistema o modo de falsificación en
ese sentido. Sus fábulas eran medios de comunicar hechos; no
eran ni falsificaciones ni ficciones... Por ejemplo, cuando los egipcios
representaban a la luna como un gato, no eran tan ignorantes que supusiesen
que la luna era un gato; ni veían en su extraviada fantasía
parecido alguno de la luna con un gato; ni tampoco era el mito-gato
mera expansión de metáfora verbal, ni tenían ellos
intención de crear embrollos y enigmas... Habían observado
simplemente que el gato veía en la oscuridad, y que sus ojos
aumentaban y se hacían más luminosos por la noche. La
Luna era durante la noche el vidente en los cielos, y el gato era su
equivalente en la tierra; y así el gato doméstico fue
adoptado como un signo natural y representativo, como una pintura viviente
del orbe lunar... Y de esto provino que el Sol, que en el mundo de abajo
veía durante la noche, pudo también ser llamado el gato,
como sucedió, porque también vela en las tinieblas. El
nombre del gato es mau en egipcio, que significa vidente, de mau, ver.
Un tratadista de mitología asegura que los egipcios “imaginaban
un gran gato tras del sol, el cual era la pupila del ojo del gato”.
Pero esta suposición es por completo moderna. es la mercancía
de Max Müller en el mercado. La Luna, como gato, era el ojo del
sol, porque reflejaba la luz solar, y porque el ojo refleja la imagen
en su espejo. En la forma de la diosa Pashtr, el gato vigila por el
sol, sujetando y destrozando con su garra la cabeza de la serpiente
de las tinieblas, llamada su eterna enemiga.
Ésta
es una exposición muy correcta de los mitos lunares bajo su aspecto
astronómico. Sin embargo, la Selenografía es la menos
esotérica de las divisiones de la simbología lunar. Para
dominar la Selenognosis -si se nos permite la invención de la
palabra- es necesario llegar a conocer a fondo algo más que su
significado astronómico. La Luna está íntimamente
relacionada con la Tierra, como se ha mostrado en las Estancias; y está
más directamente relacionada con todos los misterios de nuestro
Globo, que el mismo Venus-Lucifer, hermano oculto y alter ego de la
Tierra (3).
Las infatigables investigaciones de los mitólogos occidentales,
especialmente de los alemanes, durante el último siglo y en el
presente, han hecho ver a las personas libres de prejuicios, y, por
supuesto, a los ocultistas, que sin el auxilio de la simbología
(con sus siete divisiones, por completo desconocidas de los modernos),
ninguna escritura sagrada antigua puede ser comprendida correctamente.
La simbología debe ser estudiada en cada uno de sus aspectos,
pues cada nación tiene su método peculiar de expresión;
en una palabra, ningún papiro egipcio, ninguna olla india, ningún
ladrillo asirio ni ningún manuscrito hebreo, debe leerse y aceptarse
literalmente.
Esto lo saben los eruditos. Las sabias conferencias de Mr. Gerald Massey,
bastan por sí solas para convencer a cualquier cristiano de recto
criterio, que el aceptar la letra muerta de la Biblia, equivale a caer
en un error más grosero y supersticioso que cualquiera de los
que hasta el presente ha elaborado el cerebro de los salvajes insulares
del mar del Sur. Pero el punto en que el orientalista -ya sea arianista
o egiptólogo- que más ame la verdad, y que con más
ahínco la busque, parece que continúa ciego, es el hecho
de que cada uno de los símbolos en los papiros u ollas, es un
diamante de muchas facetas, cada una de las cuales, no sólo encierra
varias interpretaciones, sino que se relaciona igualmente con varias
ciencias. De esto es un ejemplo la interpretación que se acaba
de citar de la luna simbolizada por el gato, ejemplo de imagen sidéreo-terrestre;
pues la luna encierra muchos otros significados además de éste,
en otras naciones.
Según ha sido demostrado por un sabio masón y teósofo,
Mr. Kenneth Mackenzie, en su Royal Masonic Cyclopedia , hay una gran
diferencia entre el emblema y el símbolo. El primero “comprende
una serie mayor de pensamientos que el último, el cual, puede
decirse más bien que encierra una sola idea especial”.
De aquí que los símbolos -lunares o solares, por ejemplo-
de varios países, comprendiendo cada uno una idea o series de
ideas especiales, forman colectivamente un emblema esotérico.
El último es “una pintura o signo concreto visible, que
representa principios o una serie de principios, comprensibles para
aquellos que han recibido ciertas instrucciones (Iniciados)”.
Diciéndolo aún más claro, un emblema es generalmente
una serie de pinturas gráficas, consideradas y explicadas alegóricamente,
y que desarrollan una idea en vistas panorámicas, presentadas
unas después de otras. De este modo los Purânas son emblemas
escritos. Igualmente lo son el Antiguo o Mosaico y Nuevo o cristiano
Testamentos, o la Biblia, y todas las demás Escrituras exotéricas.
La misma citada autoridad dice:
Todas las sociedades esotéricas han hecho uso de los emblemas
y los símbolos, como sucede con la Sociedad Pitagórica,
la de los eleusinos, la de los Hermanos Herméticos de Egipto,
la de los Rosacruces y la de los Francmasones. Muchos de estos emblemas
no son de conveniente divulgación, y una diferencia muy pequeña
puede hacer que el emblema o símbolo difiera grandemente de su
significado. Los sigilla mágicos, fundados en ciertos principios
de los números, participan de su carácter; y aun cuando
parecen monstruosos y ridículos a los ojos del ignorante, demuestran
todo un cuerpo de doctrina a los que han aprendido a reconocerlos.
Las sociedades antes mencionadas, son todas comparativamente modernas;
pues ninguna de ellas se remonta más allá de la Edad Media.
¡Cuánto más conveniente no es, pues, que los estudiantes
de las escuelas arcaicas más antiguas se abstengan de divulgar
secretos de una importancia mucho más capital para la humanidad
(por ser peligrosos en manos de ignorantes), que los llamados “secretos
masónicos”, que se han convertido actualmente, como dicen
los franceses, en los de Polichinela! Pero esta restricción puede
tan sólo aplicarse al significado psicológico, o más
bien al psicofisiológico y cósmico del símbolo
y emblema, y aun así, sólo parcialmente. Un Adepto debe
negarse a participar las condiciones y modos que conducen a una correlación
de elementos (ya sean psíquicos o físicos), que pueden
producir resultados perniciosos lo mismo que benéficos; pero
siempre está pronto a comunicar al estudiante serio, el secreto
del antiguo pensamiento en todo lo que se refiere a la historia que
se halla oculta bajo símbolos mitológicos, suministrando
así un horizonte mayor a la vista retrospectiva del pasado, que
contenga datos útiles relacionados con el origen del hombre,
la evolución de las Razas y la geognosia; y, sin embargo, esta
es la queja del día, no sólo entre los teósofos,
sino también entre los pocos profanos que se interesan en el
asunto: ¿Por qué -dicen- no revelan los Adeptos lo que
saben? A esto se les podría contestar: ¿Cómo han
de hacerlo, toda vez que de antemano sabemos que ningún hombre
científico aceptaría, ni siquiera como hipótesis,
y mucho menos, por tanto, como teoría o axioma, los hechos que
le comunicasen? ¿Habéis llegado vosotros siquiera a aceptar
o creer en el abecé de la Filosofía Oculta que contiene
el Teosophist, el Buddhismo Esotérico, y otras obras y revistas?
¿No ha sido, hasta lo poco que se ha dado, ridiculizado y escarnecido,
y confrontado con la “teoría animal” y con la del
“mono” de Huxley y de Haeckel por un lado, y con la costilla
de Adán y la manzana por otro? A pesar de estas perspectivas
tan poco envidiables, se da en la obra presente una multitud de hechos;
y el origen del hombre, la evolución del Globo y de las Razas,
humanas y animales, se tratan ahora con toda la extensión que
la escritora puede hacerlo.
Las pruebas que se han presentado en corroboración de las antiguas
enseñanzas, se hallan esparcidas en todas las escrituras de las
civilizaciones de la Antigüedad. Los Purânas, el Zend Avesta
y los antiguos clásicos, están llenos de ellas; pero nadie
se ha tomado la molestia de recopilar estos hechos y confrontarlos entre
sí. La causa de ello es que todos estos hechos fueron registrados
simbólicamente; y que los más expertos, las inteligencias
más penetrantes entre nuestros arianistas y egiptólogos,
han sido oscurecidas por conceptos preconcebidos, y aún con más
frecuencia, por los puntos de vista parciales del significado secreto.
Sin embargo, hasta una parábola es un símbolo hablado;
según piensan algunos, no es más que una ficción
o fábula; mientras que nosotros decimos que es una representación
alegórica de realidades, de la vida, de sucesos y de hechos.
Y así como de una parábola se deduce siempre una moral,
siendo esta moral una verdad y un hecho real de la vida humana, del
mismo modo se deducía un hecho histórico verdadero (por
aquellos que estaban versados en las ciencias hieráticas), de
ciertos emblemas y símbolos registrados en los antiguos archivos
de los templos. La historia religiosa y esotérica de todas las
naciones se encontraba embebida en los símbolos; nunca fue literalmente
expresada en muchas palabras. Todos los pensamientos y emociones, toda
la instrucción y conocimientos revelados y adquiridos de las
primeras Razas, tenían su expresión pictórica en
la alegoría y en la parábola. ¿Por qué?
Porque las palabras habladas tienen una potencia no sólo desconocida,
sino que no se sospecha siquiera, ni se cree naturalmente por los “sabios”
modernos. Porque el sonido y el ritmo están estrechamente relacionados
a los cuatro Elementos de los antiguos; y porque tal o cual vibración
en el aire, es seguro que despierta los Poderes correspondientes, y
la unión con los mismos produce resultados buenos o malos, según
el caso. Nunca se permitió a ningún estudiante recitar
narraciones de hechos históricos, religiosos, ni reales, con
palabras que claramente los determinasen, para evitar que los Poderes
relacionados con tales sucesos pudiesen ser atraídos nuevamente.
Tales acontecimientos se narraban tan sólo durante la Iniciación,
y todos los estudiantes tenían que registrarlos en los símbolos
correspondientes, sacados de su propia mente y examinados después
por su Maestro, antes de ser definitivamente aceptados. Así,
paulatinamente, fue creado el Alfabeto Chino, del mismo modo que poco
antes de éste habían sido determinados los símbolos
hieráticos en el antiguo Egipto. En la lengua china, cuyos caracteres
pueden leerse en cualquier otra lengua, y el cual, como acaba de decirse,
es poco menos antiguo que el alfabeto egipcio de Thoth, todas las palabras
tienen su símbolo correspondiente, en forma pictórica.
Esta lengua posee muchos miles de tales símbolos, letras o logogramas,
cada uno de los cuales significa toda una palabra; pues letras propiamente,
o un alfabeto, como lo entendemos, no existen en el idioma chino, como
tampoco existían en el egipcio, hasta una época mucho
más cercana.
De este modo, un japonés que no sepa una palabra de chino, al
encontrarse con uno de esta nación que nunca haya oído
la lengua del primero, se puede comunicar con él por escrito,
y se comprenderán perfectamente, puesto que su escritura es simbólica.
La explicación de los principales símbolos y emblemas,
es lo que ahora se intenta; pues el Libro III, que trata de Antropogénesis,
sería excesivamente difícil de comprender sin un conocimiento
preparatorio, al menos de los símbolos metafísicos.
Por otro lado, no sería justo entrar en la lectura esotérica
del simbolismo, sin tributar el debido homenaje a quien ha hecho un
grandísimo servicio en este siglo, descubriendo la clave principal
de la antigua simbología hebrea, entretejida de modo acentuado
con la metrología, una de las claves de lo que fue en otro tiempo
Lenguaje del Misterio universal. Me refiero a Mr. Ralston Skinner, de
Cincinnati, autor de The Key to the Hebrew-Egyptian Mystery in the Source
of Measures (Clave del Misterio Hebreo-Egipcio en el Origen de las Medidas),
a quien por este concepto damos las gracias. Místico y kabalista
por naturaleza, trabajó durante muchos años en este sentido,
y sus esfuerzos fueron verdaderamente coronados de gran éxito.
Según él mismo dice:
El que esto escribe está completamente seguro de que hubo un
antiguo lenguaje que se ha perdido para los tiempos modernos hasta la
época presente, pero cuyos vestigios, sin embargo, existen en
abundancia... El autor descubrió que esta razón geométrica
(la razón integral numérica del diámetro a la circunferencia
del círculo) era el origen, muy antiguo y probablemente divino...,
de las medidas lineales... Parece casi probado que el mismo sistema
de geometría, de números, de razón y de medidas,
era conocido y usado en el continente de la América del Norte,
aun antes que lo conocieran los descendientes semitas...
La particularidad de este lenguaje era que podía estar contenido
dentro de otro, de un modo oculto, y que no podía ser percibido
sino con la ayuda de ciertas instrucciones especiales; letras y signos
silábicos poseían al mismo tiempo, los poderes o significado
de los números, de las figuras geométricas, las pinturas,
o la ideografía y símbolos, cuyo objeto dibujado era expresamente
auxiliado por parábolas en forma de narraciones o porciones de
narraciones; y a la vez podían ser expuestas separada, independientemente
y de varios modos, por medio de pinturas, en trabajos en piedra o en
construcciones de tierra.
Para esclarecer una ambigüedad referente al término lenguaje,
diré: primero, que esta palabra significa la expresión
hablada de las ideas; y segundo, que puede significar la expresión
de las ideas en otra forma. Este antiguo lenguaje está de tal
modo compuesto en el texto hebreo que, por medio de los caracteres escritos,
al ser pronunciados forman el lenguaje primeramente definido, puede
comunicarse, intencionalmente, una serie de ideas muy distintas de las
que se expresan por la lectura de los signos fonéticos. Este
segundo idioma manifiesta veladamente series de ideas, copias en la
imaginación de cosas sensibles, que pueden ser dibujadas, y de
cosas que pueden clasificarse como reales sin ser sensibles; como, por
ejemplo, el número 9 puede ser tomado como una realidad aun cuando
no tiene existencia sensible; asimismo una revolución, puede
tomarse como dando lugar, o produciendo una idea real, a pesar de que
semejante revolución no tiene substancia. Este lenguaje de ideas
puede consistir en símbolos que se hallen concretados en términos
y signos arbitrarios, que tengan un campo muy limitado de conceptos
sin importancia, o puede ser una lectura de la Naturaleza, en alguna
de sus manifestaciones, de un valor casi inconmensurable, para la civilización
humana. Una imagen de algo natural, puede dar origen a ideas de asuntos
coordinados que radien en varias y hasta en opuestas direcciones, como
los rayos de una rueda, dando lugar a realidades naturales que pertenezcan
a un género de ideas muy distinto de la tendencia aparente de
la lectura primera, por la que se principió. Una noción
puede originar la noción relacionada; pero al tener esto efecto,
todas las ideas resultantes, por muy incongruentes que en apariencia
sean, tienen que brotar del símbolo original y estar armónicamente
relacionadas unas a otras. Así pues, con una idea dibujada, lo
suficientemente radical, puede llegarse a idear el cosmos mismo hasta
en sus detalles de construcción. Semejante lenguaje común
no se emplea ya; pero el que esto escribe se pregunta si en alguna época
muy remota no era esta lengua, o una semejante, de uso universal en
el mundo, y poseída, a medida que se moldeaba más y más
en sus formas de arcano, por sólo una clase o casta selecta de
la humanidad. Quiero decir con esto, que el lenguaje popular o nativo
comenzó, aun en su origen, a ser usado como vehículo de
este modo especial de comunicar las ideas. Sobre este punto los testimonios
son de mucha fuerza; y verdaderamente, parece como si en la historia
de la raza humana hubiese tenido lugar, por causas que no podemos averiguar,
por lo menos en el presente, la desaparición o pérdida
de un lenguaje primitivo perfecto, y de un sistema perfecto de ciencia.
¿Deberemos decir perfecto porque era de origen y de importancia
divino? (4).
“Origen
divino” no quiere significar aquí una revelación
de un Dios antropomórfico, en una montaña en medio de
truenos y relámpagos; sino, según lo entendemos, un lenguaje
y un sistema de ciencias comunicados a la primera humanidad por una
humanidad más avanzada, tan elevada, que fuese divina a los ojos
de aquella humanidad infantil; en una palabra, por una “humanidad”
de otras esferas: Esta idea no contiene nada de sobrenatural, y el aceptarla
o rechazarla, depende del grado de presunción y arrogancia, de
la persona a quien se le exponga. Porque, si los profesores de la Ciencia
moderna confesasen tan sólo que, aun cuando nada saben del destino
del hombre desencarnado -o más bien, no quieren aceptar nada-,
sin embargo este futuro puede estar preñado de sorpresas y de
revelaciones inesperadas para ellos (cuando sus Egos se vean libres
de sus cuerpos), entonces el escepticismo materialista tendría
mucha menos fortuna que la que tiene. ¿Quién de ellos
sabe, o puede decir, lo que sucederá cuando el Ciclo de Vida
de este Globo toque a su fin, y hasta nuestra madre Tierra caiga en
su último sueño? ¿Quién osará afirmar
que los Egos divinos de nuestra humanidad -al menos los elegidos de
entre las multitudes que pasan a otras esferas- no se convertirán
a su vez en los instructores “divinos” de una nueva humanidad,
por ellos generada, en un nuevo Globo, llamado a la vida y a la actividad
por los “principios” desencarnados de nuestra Tierra? Todo
esto puede haber sido la experiencia del Pasado, y estos extraños
anales yacen embebidos en el “Lenguaje del Misterio” de
las edades prehistóricas; el lenguaje ahora llamado SIMBOLISMO.
SECCIÓN II
EL
LENGUAJE DEL MISTERIO Y SUS CLAVES
Descubrimientos recientes hechos por grandes matemáticos y kabalistas,
prueban de este modo, fuera hasta de sombra de duda, que todas las teologías,
desde la más antigua hasta la última, han surgido, no
sólo de un origen común de creencias abstractas, sino
de un lenguaje esotérico universal o del Misterio. Estos sabios
poseen la clave del lenguaje universal antiguo, y la han usado con éxito,
aunque sólo una vez, para abrir la puerta herméticamente
cerrada que conduce al Vestíbulo de los Misterios. El gran sistema
arcaico conocido desde las edades prehistóricas como la Ciencia
Sagrada de la Sabiduría, que está contenido y puede encontrarse
en todas las religiones antiguas así como en las modernas, tenía,
y tiene aún, su lenguaje universal -sospechado por el masón
Ragón- la lengua de los Hierofantes, que tiene siete “dialectos”,
por decirlo así, cada uno de los cuales se refiere y está
particularmente apropiado a uno de los siete misterios de la Naturaleza.
Cada uno de ellos tenía su simbolismo propio. La Naturaleza podía
ser leída de este modo en su plenitud, o considerada bajo uno
de sus aspectos especiales.
La prueba de esto reside, hasta el presente, en la gran dificultad que
los orientalistas en general, y especialmente los indianistas y egiptólogos,
experimentan en la interpretación de los escritos alegóricos
de los arios y de los anales hieráticos de Egipto. Esto sucede
porque nunca quieren tener presente que todos los anales antiguos estaban
escritos en una lengua que era universal y conocida igualmente por todas
las naciones en los días de la antigüedad, pero que ahora
sólo es inteligible para unos pocos. Así como los números
arábigos son claros para cualquier hombre, sea cual fuere su
nacionalidad; o así como la palabra inglesa and, que se convierte
en et para los franceses, en und para los alemanes, en y para los españoles,
y así sucesivamente, puede empero expresarse en todas las naciones
civilizadas con el signo &, igualmente todas las palabras de esta
Lengua del Misterio significaban la misma cosa para todos los hombres.
Ha habido hombres notables que han tratado de restablecer un lenguaje
filosófico y universal semejante: Delgarme, Wilkins, Leibnitz;
pero Demaimieux, en su Pasigraphie, es el único que ha probado
su posibilidad. El esquema de Valentín, llamado la “Kábala
Griega”, basado en la combinación de letras griegas, puede
servir de modelo.
Los muchos aspectos del Lenguaje del Misterio han conducido a la adopción
de dogmas y ritos variadísimos, en el exoterismo de los rituales
de las Iglesias. Ellos son, también, los que están en
el origen de la mayor parte de los dogmas de la Iglesia Cristiana; como
por ejemplo, los siete Sacramentos, la Trinidad, la Resurrección,
los siete Pecados Capitales y las siete Virtudes. Sin embargo, habiendo
estado siempre las Siete Claves de la Lengua del Misterio bajo la custodia
de los más elevados Hierofantes iniciados de la antigüedad,
sólo el uso parcial de alguna de las siete pasó, por traición
de algunos de los primeros Padres de la Iglesia -ex Iniciados de los
Templos- a manos de la nueva secta de los nazarenos. Algunos de los
primeros Papas fueron Iniciados; pero los últimos fragmentos
de su saber han caído ahora en poder de los Jesuitas, que los
han convertido en un sistema de hechicería.
Se afirma que la India -no con sus actuales límites, sino incluyendo
los antiguos- es el único país en el mundo que cuenta
todavía, entre sus hijos, Adeptos que poseen el conocimiento
de todos los siete subsistemas, y la clave del sistema completo. Desde
la caída de Menfis, Egipto principió a perder todas estas
claves, una a una, y la Caldea sólo conservaba tres en los días
de Beroso. En cuanto a los hebreos, no demuestran en todos sus escritos
más que un conocimiento completo de los sistemas astronómico,
geométrico y numérico de simbolizar todas las funciones
humanas y especialmente las fisiológicas. Nunca han poseído
las claves superiores.
Mr. Gaston Maspero, el gran egiptólogo francés y sucesor
de Mariette Bey, dice:
Cada vez que oigo hablar de la religión de Egipto, me siento
impulsado a preguntar a qué religión egipcia se refieren.
¿Es a la religión de la Cuarta Dinastía, o a la
religión del período de los Ptolomeos? ¿Es a la
religión del vulgo, o a la de los sabios? ¿A aquella que
se enseñaba en las escuelas de Heliópolis o a aquella
otra que se hallaba en las mentes y en los conceptos de la clase sacerdotal
de Tebas? Porque entre la primera tumba de Menfis, que lleva la inscripción
de un rey de la tercera dinastía, y las últimas piedras
grabadas en Esneh, bajo César-Filipo, el Árabe, hay un
intervalo de cinco mil años por lo menos. Dejando a un lado la
invasión de los Pastores, la dominación etíope
y la de los Asirios; la conquista persa, la colonización de los
griegos y las mil revoluciones de su vida política, el Egipto
pasó, durante estos cinco mil años, por muchas vicisitudes
morales e intelectuales. El cap. XVII del Libro de los Muertos, que
parece contener la exposición del sistema del mundo, según
era comprendido en Heliópolis durante la época de las
primeras dinastías, sólo nos es conocido por unas cuantas
copias de la undécima y duodécima dinastía. Cada
uno de los versículos que lo componen era ya interpretado de
tres o cuatro maneras distintas; tan diferentes, que según ésta
o aquella escuela, el Demiurgo se convertía en el fuego del sol,
Ra-shu o en el agua primordial. Quince siglos más tarde, el número
de las interpretaciones había aumentado considerablemente. El
tiempo, en su transcurso, había modificado las ideas sobre el
Universo y las fuerzas que lo rigen. Durante los dieciocho siglos escasos
que existe el Cristianismo, la mayoría de sus dogmas se han elaborado,
desarrollado y cambiado; ¿cuántas veces, pues, no habrá
podido alterar sus dogmas el clero egipcio, durante los cincuenta siglos
que separan a Teodosio de los Reyes Constructores de las Pirámides?
(1)
Creemos que en este punto ha ido el eminente egiptólogo demasiado
lejos. Los dogmas exotéricos pueden haber sido a menudo alterados,
pero nunca los esotéricos. No ha tenido presente la sagrada inmutabilidad
de las verdades primitivas, sólo reveladas en los misterios de
la Iniciación. Los sacerdotes egipcios habían olvidado
mucho, pero no alteraron nada. La pérdida de gran parte de las
enseñanzas primitivas fue debida a las muertes repentinas de
grandes Hierofantes, que fallecieron antes de haber tenido tiempo de
revelar todo a sus sucesores, y principalmente a causa de la falta de
herederos dignos del conocimiento. Sin embargo, han conservado en sus
rituales y dogmas las principales enseñanzas de la Doctrina Secreta.
Así, en el capítulo d el Libro de los Muertos, mencionado
por Maspero, se encuentra: 1º A Osiris diciendo que es Tum (la
fuerza creadora de la Naturaleza que da forma a todos los seres, espíritus
y hombres, generado por sí mismo, y por sí mismo existente),
salido de Nun, el río celestial, llamado la Madre-Paterna de
los Dioses, la deidad primordial, que es el Caos o el Océano,
impregnado por el Espíritu invisible; 2º Él encontró
a Shu, la fuerza solar, en la Escalera de la Ciudad de los Ocho (los
dos cuadrados del Bien y del Mal), y aniquiló los principios
malos de Nun (el Caos), los Hijos de la Rebelión; 3º Él
es el Fuego y el Agua, esto es, Nun, el Padre Primordial, y creó
a los Dioses de sus miembros - catorce dioses (dos veces siete), siete
oscuros y siete luminosos (los siete Espíritus de la Presencia
de los cristianos y los Siete Espíritus malos); 4º Él
es la Ley de la Existencia y del Ser, el Bennu o Fénix, el Ave
de la Resurrección en la Eternidad, en quien la Noche sigue al
Día y el Día a la Noche - alusión a los ciclos
periódicos de resurrección cósmica y de reencarnación
humana; ¿pues qué otra cosa puede significar? “El
Viajero que cruza por millones de años, es el nombre de uno;
y las Grandes Verdes (Aguas Primordiales o Caos), es el nombre del otro”:
uno produciendo millones de años en sucesión, y el otro
absorbiéndolos, para devolverlos; 5º Él habla de
los Siete Luminosos que siguen a su señor, Osiris, que confiere
la justicia, en Amenti.
Todo esto se ha demostrado ahora que ha sido la fuente y el origen de
los dogmas cristianos. Lo que los judíos tenían en Egipto,
por Moisés y otros Iniciados, se tornó bastante confuso
y desfigurado en épocas posteriores; pero lo que la Iglesia tomó
de ambos, está todavía peor interpretado.
Sin embargo, su sistema se ha probado actualmente que es idéntico
en esta parte especial de la simbología -principalmente la clave
de los misterios de la astronomía relacionados con los de la
generación y concepción- a aquellas ideas de las antiguas
religiones cuya teología ha desarrollado el elemento fálico.
El sistema judío de medidas sagradas, aplicado a los símbolos
religiosos, es el mismo, en lo que se refiere a las combinaciones geométricas
y numéricas que los de Grecia, Caldea y Egipto; puesto que fue
adoptado por los israelitas durante los siglos de su esclavitud y cautiverio
en aquellas dos últimas naciones (2). ¿Cuál era
este sistema? El autor de The Source of Measures tiene la íntima
convicción de que “los Libros Mosaicos tenían por
objeto, por medio de un lenguaje artificial, el establecer un sistema
geométrico y numérico de ciencia exacta, que debía
servir como origen de las medidas”. Piazzi Smyth cree lo mismo.
Algunos eruditos deducen que este sistema y estas medidas sn idénticos
a los usados en la construcción de la gran Pirámide; pero
esto es tan solo en parte. “El fundamento de esas medidas era
la razón de Parker”, dice Mr. Ralston Skinner en The Source
of Measures.
El autor de esta obra tan extraordinaria lo ha encontrado, dice, en
el uso de la razón integral del diámetro a la circunferencia
de círculo, descubierto por John A. Parker, de Nueva York. Esta
razón es de 6561 para el diámetro, y 20612 para la circunferencia.
Dice, además, que esta razón geométrica fue el
origen antiquísimo y probablemente divino de lo que ahora se
ha convertido, por uso exotérico y aplicación práctica,
en las medidas lineales británicas, “cuya unidad fundamental,
esto es, la pulgada, era igualmente la base de uno de los codos reales
egipcios y del pie romano”.
Descubrió también que había una forma modificada
de la razón, a saber, 113 a 355; y que mientras la última
razón señalaba por medio de su origen a la integral exacta
pi, ó 6561 a 20612, servía también como base para
cálculos astronómicos. El autor descubrió que un
sistema de ciencia exacta, geométrica, numérica y astronómica,
fundada en estas relaciones, y que se ha visto usado para la construcción
de la gran pirámide egipcia, era en parte el contenido de este
lenguaje que se halla contenido y oculto en la letra del texto hebreo
de la Biblia. La pulgada y la regla de dos pies, 24 pulgadas, interpretada
para el uso de los elementos del círculo, y las relaciones mencionadas,
se vio que estaban en la base o fundamento de este sistema natural de
ciencia egipcio, y hebreo; mientras que, por otra parte, parece evidente
que el sistema mismo era considerado como de origen y revelación
divinos.
Pero veamos lo que dicen los adversarios de las medidas de la pirámide
del profesor Piazzi Smyth.
Mr. Petrie parece negarlas y echar por tierra los cálculos de
Piazzi Smyth en sus relaciones bíblicas. Otro tanto ha estado
haciendo Mr. Proctor, el campeón “coincidentalista”,
durante muchos años, en todas las cuestiones de ciencias y artes
antiguas. Al hablar de “la multitud de relaciones independientes
de la Pirámide, que se han manifestado al tratar los piramidalistas
de relacionar la Pirámide con el sistema solar”, dice:
Estas coincidencias (las que “existirían aunque no existiese
la Pirámide”) son mucho más curiosas que cualquier
coincidencia entre la Pirámide y los números astronómicos;
las primeras son tan exactas y notables como reales; las segundas, que
son sólo imaginarias (?), han sido establecidas únicamente
por el procedimiento que los chicos de escuela llaman “hinchar
el perro”; y ahora las nuevas medidas tomadas harán que
se rehaga el trabajo todo de nuevo (3).
A esto contesta con razón Mr. C. Staniland Wake:
Tienen que haber sido, sin embargo, más que meras coincidencias,
si los constructores de la pirámide poseían el conocimiento
astronómico desplegado en su perfecta orientación y en
sus otras características astronómicas admitidas (4).
Los poseían seguramente; y en este “conocimiento”
estaba basado el programa de los Misterios y de la serie de Iniciaciones:
de aquí la construcción de la Pirámide, registro
perdurable y símbolo indestructible de estos Misterios e Iniciaciones
en la Tierra, como lo son en el Cielo los cursos de las estrellas. El
ciclo de la Iniciación era una reproducción en miniatura
de aquella gran serie de cambios cósmicos a que los astrónomos
han dado el nombre del año tropical o sideral. Lo mismo que a
la conclusión del ciclo del año sideral (25.868 años),
vuelven los cuerpos celestes a las mismas posiciones relativas que ocupaban
al principio; así, al finalizar el ciclo de la Iniciación,
el hombre interno recobra el estado prístino de pureza y conocimiento
divinos, de donde partió al emprender su ciclo de encarnación
terrestre.
Moisés, Iniciado en la Mistagogía egipcia, basó
los misterios religiosos de la nueva nación que creó,
sobre la misma fórmula abstracta derivada de este ciclo sideral,
que simbolizó bajo la forma y medidas del tabernáculo,
que se supone construyó en el desierto. Sobre estos datos, construyeron
los últimos Grandes Sacerdotes judíos la alegoría
del Templo de Salomón - edificio que no ha tenido nunca existencia
real, como tampoco el rey Salomón, que es simplemente un mito
solar, como el de Hiram Abif de los masones, según Ragón
tiene bien demostrado. Así pues, si las medidas de este templo
alegórico, símbolo del ciclo de la Iniciación,
coinciden con las de la Gran Pirámide, es debido al hecho de
que las primeras se derivaron de las últimas, por medio del Tabernáculo
de Moisés.
Que nuestro autor ha descubierto de un modo innegable una y hasta dos
de las claves se demuestra plenamente en la obra citada. No se necesita
más que leerla para sentir una convicción creciente de
que el significado oculto de las alegorías y parábolas
de ambos Testamentos, se halla ahora de manifiesto. Pero que él
debe este descubrimiento mucho más a su propio genio que a Parker
y a Piazzi Smyth, es igualmente cierto. Pues, como se ha mostrado, no
es tan seguro que las medidas de la Gran Pirámide, tomadas y
adoptadas por los piramidistas bíblicos, estén fuera de
toda duda. Una prueba de ello es la obra llamada The Pyramids and Temples
of Gizeh (Las Pirámides y Templos de Gizeh), por Mr. F. Petrie,
además de otras obras escritas muy recientemente para contradecir
los mencionados cálculos que sus autores llaman “tendenciosos”.
Colegimos que casi todas las medidas de Piazzi Smyth difieren de las
hechas posteriormente con más cuidado por Mr. Petrie, quien termina
la Introducción de su obra con el siguiente período:
Respecto de los resultados de toda investigación, muchos de los
teóricos estarán de acuerdo con un americano que era creyente
entusiasta en las teorías de la Pirámide cuando vino a
Gizeh. Tuve allí el gusto de disfrutar de su compañía
durante un par de días, y la última vez que comimos juntos,
me dijo en tono triste: “Tengo la misma impresión que si
hubiera asistido a un funeral. Como quiera que sea, haced que las antiguas
teorías tengan un entierro decente, pero teniendo cuidado de
no enterrar vivas, en nuestra prisa, a las solamente heridas”.
Respecto del cálculo, en general, del difunto J. A. Parker, y
especialmente acerca de su tercera proposición, hemos consultado
a algunos eminentes matemáticos, quienes en resumen han dicho
que:
El argumento de Mr. Parker se basa en consideraciones sentimentales
más bien que en consideraciones matemáticas, y lógicamente
carece de fuerza.
La Proposición III, a saber que:
El círculo es la base o principio natural de toda área,
siendo artificial y arbitrario el haber hecho esto con el cuadrado,
en la ciencia matemática
es un ejemplo de proposición arbitraria, y no se puede tener
confianza en ella en el razonamiento matemático. La misma observación
es aún más aplicable a la Proposición VII, que
declara que:
Puesto que el círculo es la forma primitiva en la Naturaleza,
y por ello la base del área; y puesto que el círculo es
medido por el cuadrado e igual al mismo sólo en razón
de la mitad de su circunferencia por el radio, por lo tanto, la circunferencia
y el radio, y no el cuadrado del diámetro, son los únicos
elementos naturales y legítimos del área, por los cuales
todas las formas regulares se hacen iguales al cuadrado, e iguales al
círculo.
La Proposición IX es un ejemplo notable de falso razonamiento,
aun cuando es en el que se basa principalmente la cuadratura de Mr.
Parker. Afirma que:
El círculo y el triángulo equilátero son opuestos
uno al otro en todos los elementos de su construcción, y de aquí
que el diámetro de un círculo, que es igual al diámetro
fraccionario de un cuadrado, esté en razón duplicada e
inversa al diámetro de un triángulo equilátero,
cuya área sea uno, etc., etcétera.
Admitiendo, en gracia del argumento, que se pueda decir que un triángulo
tenga un radio en el sentido que le damos al radio de un círculo
-pues lo que Parker llama el radio de un triángulo es el radio
de un círculo inscrito en el triángulo, y por lo tanto,
de ningún modo el radio del triángulo- y admitiendo por
un momento las otras proposiciones matemáticas e imaginarias,
unidas en sus premisas, ¿por qué hemos de deducir que
si el triángulo y el círculo son opuestos en todos los
elementos de construcción, el diámetro de cualquier círculo
definido ha de estar en la razón duplicada e inversa del diámetro
de un triángulo dado equivalente? ¿Qué relación
necesaria hay entre las premisas y la deducción? El razonamiento
es de una clase desconocida en geometría, y no sería aceptado
por verdaderos matemáticos.
Que el sistema arcaico esotérico haya o no originado la pulgada
inglesa, es de poca importancia, sin embargo, para el metafísico
estricto y verdadero. No es incorrecta la interpretación esotérica
de la Biblia de Mr. Ralston Skinner, sólo porque las medidas
de la Pirámide pueda verse que no concuerdan con las del Templo
de Salomón, con las del Arca de Noé, etc., o porque la
Cuadratura del Círculo de Mr. Parker sea rechazada por los matemáticos.
Pues la interpretación de Mr. Skinner depende principalmente
de los métodos kabalísticos y del valor rabínico
de las letras hebreas. Sin embargo, es de mucha importancia comprobar
si las medidas usadas en la evolución de la religión simbólica
aria en la construcción de sus templos, en las cifras que se
dan en los Purânas, especialmente en su cronología, sus
símbolos astronómicos, la duración de los ciclos
y otros cómputos, eran o no las mismas empleadas en las medidas
y signos bíblicos. Pues esto probará que, a menos que
los judíos tomasen su codo y medidas sagradas de los egipcios
(Moisés siendo iniciado por sus Sacerdotes), tuvieron que adquirir
estas nociones en la India. En todo caso, las transmitieron a los primeros
cristianos. De aquí que los ocultistas y kabalistas son los verdaderos
herederos del conocimiento o Sabiduría Secreta que se encuentra
en la Biblia; pues ellos únicamente comprenden su verdadero significado,
mientras que los judíos y cristianos profanos están atenidos
a la corteza y a la letra muerta de la misma. Se ha demostrado ahora
por el autor de The Source of Measure, que este sistema de medidas fue
el que condujo a la invención de los nombres de Dios, Elohim
y Jehovah, y a su adaptaciòn al falicismo; y que Jehovah es una
copia, no muy lisonjera, de Osiris. Pero tanto este autor como Mr. Piazzi
Smyth parecen estar bajo la impresión de que a) la prioridad
del sistema pertenece a los israelitas, siendo la lengua hebrea el lenguaje
divino, y b) que este lenguaje universal pertenece a la revelación
directa.
La última hipótesis es tan sólo correcta en el
sentido mostrado en el último párrafo de la Sección
precedente; salvo que no estamos todavía de acuerdo, respecto
de la naturaleza y carácter del divino “Revelador”.
La primera hipótesis respecto de la prioridad dependerá,
por supuesto, para el profano, de a) el testimonio interno y externo
de la revelación, y b) de las ideas preconcebidas de cada cual.
Esto, en todo caso, no puede impedir que el kabalista deísta,
o el ocultista panteísta, crean cada cual a su modo; sin que
el uno convenza al otro. Los datos que la historia suministra, son muy
pobres y demasiado poco satisfactorios para que ninguno de ellos pueda
probar el escéptico cuál tiene razón.
Por otro lado, las pruebas que la tradición proporciona, son
rechazadas tan constantemente, que no da lugar a esperar que se resuelva
la cuestión en la época presente. Mientras tanto, la ciencia
materialista continuará riéndose tanto de los kabalistas
como de los ocultistas; pero una vez descartada la enojosa cuestión
de la prioridad, la ciencia, en las ramas de la filología y de
la religión comparada, se verá últimamente precisada
a pronunciarse, y obligada a admitir la aserción común.
Uno a uno van siendo los asertos admitidos, a medida que los hombres
científicos, uno después de otro, se ven obligados a reconocer
los hechos que de la Doctrina Secreta se han dado, aun cuando raramente
reconocen que se les han anticipado. Así ocurrió en los
días en que gozaba de más autoridad la opinión
de Mr. Piazzi Smyth respecto de la pirámide de Gizeh, siendo
su teoría que el sarcófago de pórfido de la Cámara
del Rey, que era “la unidad de la medida de las dos naciones más
ilustradas de la tierra, Inglaterra y América”, no fue
más que un “arcón de trigo”. Esto lo negamos
rotundamente en Isis sin Velo, que precisamente se acababa de publicar.
Entonces la prensa de Nueva York se levantó en armas (los periódicos
el Sun y principalmente el World) contra nuestra presunción de
corregir o demostrar errores a semejante estrella del saber. En esta
obra habíamos dicho que Herodoto, al tratar de aquella pirámide:
... pudo haber añadido que exteriormente simbolizaba el principio
creador de la Naturaleza, y también arrojaba luz sobre los principios
de la geometría, matemáticas, astrología y astronomía.
Interiormente, era un templo majestuoso, en cuyos sombríos retiros
tenían lugar los Misterios, y cuyos muros habían presenciado
a menudo las escenas de la iniciación de miembros de la familia
real. El sarcófago de pórfido que el profesor Piazzi Smyth,
astrónomo Real de Escocia, degrada convirtiéndolo en arcón
de trigo, era la fuente bautismal al salir de la cual el neófito
“nacía de nuevo” y se convertía en adepto
(5).
Entonces se rieron de nuestra afirmación. Fuimos acusados de
haber tomado nuestras ideas del “iluso” Shaw, escritor inglés
que había sostenido que el sarcófago había sido
usado para celebrar los Misterios de Osiris, aunque no conocíamos
la existencia de este autor. Y ahora, seis o siete años después
(1882), he aquí lo que Mr. Staniland Wake escribe:
La llamada Cámara del Rey, de la que dice un entusiasta piramidista:
“Las paredes pulimentadas, los hermosos materiales, las grandes
proporciones y el lugar preferente, hablan con elocuencia de futuras
glorias”; si no era la “cámara de perfecciones”
de la tumba de Cheops, era, probablemente, el lugar en donde el que
se iniciaba era admitido después de haber pasado por el estrecho
y empinado pasaje y por la gran galería, con su modesta terminación,
que gradualmente le preparaban para la etapa final de los Sagrados Misterios
(6).
Si Mr. Staniland Wake hubiese sido un teósofo, hubiera podido
añadir que el pasaje empinado y estrecho que conducía
a la Cámara del Rey tenía una “puerta estrecha”
en verdad; la misma “entrada angosta” que “conduce
a la vida” o nuevo renacimiento espiritual a que alude Jesús
en Mateo (7); y que era esta entrada en el Templo de la Iniciación,
a la que se refería el escritor que registró las palabras
que se suponen pronunciadas por un Iniciado.
De este modo, las más grandes inteligencias científicas,
en lugar de encogerse de hombros ante lo que suponen “fárrago
de ficciones absurdas y supersticiones”, como se llama generalmente
a la literatura brahmánica, tratarán de aprender el lenguaje
universal simbólico, con sus claves numéricas y geométricas.
Pero aun en esto fracasarán si participan de la creencia de que
el sistema kabalístico judío contiene la clave de todo
el misterio; pues no es así. Ni tampoco lo posee enteramente
en la actualidad ninguna Escritura; pues ni aun los Vedas son completos.
Cada religión antigua no es más que un capítulo
o dos del volumen de los misterios arcaicos primitivos; sólo
el Ocultismo oriental puede vanagloriarse de estar en posesión
de todo el secreto, con sus siete claves. En esta obra se establecerán
comparaciones y se explicarán tanto como sea posible, dejando
el resto a la intuición personal del estudiante. Al decir que
el Ocultismo oriental posee el secreto, no se quiere significar que
la que escribe pretenda tener conocimiento “completo”, ni
siquiera aproximado, porque sería absurdo. Lo que sé,
lo digo; lo que no puedo explicar, tiene el estudiante que encontrarlo
por sí mismo.
Pero aun suponiendo que todo el ciclo del Lenguaje universal del Misterio
sea dominado durante siglos, basta con lo que ha sido ya descubierto
en la Biblia por algunos sabios, para que pueda demostrarse matemáticamente
lo que se afirma. Como el judaísmo se sirvió de dos claves
de las siete, y han sido descubiertas ahora estas dos claves, ya no
se trata de especulaciones e hipótesis individuales, y mucho
menos de “coincidencias”, sino de una interpretación
correcta de los textos de la Biblia, del mismo modo que cualquiera que
sepa aritmética, lee y comprueba una suma. De hecho, todo lo
que hemos dicho en Isis sin Velo se encuentra ahora corroborado en Egyptian
Mystery or The Source of Measures, con tales interpretaciones de la
Biblia por medio de las claves numéricas y geométricas.
Unos cuantos años más y este sistema destruirá
la interpretación de la letra muerta de la Biblia del mismo modo
que la de todas las demás creencias exotéricas, presentando
los dogmas al desnudo, en su significado verdadero. Y entonces este
significado innegable, por más completo que sea, quitará
el velo del Misterio del Ser, y además cambiará por completo
los sistemas modernos científicos de la Antropología,
Etnología y especialmente de la Cronología. El elemento
de Falicismo encontrado en todos los nombres de Dios y en las narraciones
del Antiguo Testamento, y en parte en el Nuevo, podrá también
con el tiempo hacer variar mucho las opiniones materialistas modernas,
en Biología y Fisiología.
Tales aspectos de la Naturaleza y del hombre (despojados de su repulsiva
crudeza moderna), por la autoridad de los cuerpos celestes y de sus
misterios, quitarán el velo que cubre las evoluciones de la mente
humana, y mostrarán cuán natural era semejante curso del
pensamiento. Los llamados símbolos fálicos se han hecho
repulsivos sólo a causa del elemento animal y material introducido
en ellos. En un principio estos símbolos eran sólo naturales;
pues tuvieron su origen en las razas arcaicas, que procedían,
según su conocimiento personal, de antepasados andróginos;
y eran las primeras manifestaciones que presenciaron de los fenómenos
de la separación de los sexos y del subsiguiente misterio de
crear a su vez. Si las razas posteriores los han degradado, especialmente
“el pueblo escogido”, esto no afecta al origen de los símbolos.
La reducida tribu semítica -una de las más pequeñas
ramificaciones de los cruzamientos de la cuarta y quinta subraza, las
llamadas mogola-turania e indo-europea, después de la sumersión
del gran Continente- sólo podía aceptar su simbología
en el espíritu que se le daba por las naciones de donde procedía.
Puede ser que, en las primeras épocas mosaicas, no fuese la simbología
tan grosera como se hizo después bajo el manejo de Esdras, que
reformó todo el Pentateuco. Pues el mito, por ejemplo, de la
hija del Faraón (la mujer), el Nilo (el Gran Abismo y el Agua)
y el niño encontrado flotando en la barquilla de juncos, no había
sido compuesto primitivamente para Moisés, ni por él;
sino que se ha descubierto su mayor antigüedad en los fragmentos
de los ladrillos babilónicos, en la leyenda del rey Sargón,
que vivió mucho antes que Moisés.
Mr. George Smith, en su Assyrian Antiquities (8), dice: “En el
palacio de Sennacherib, en Kuyunjik, encontré otro fragmento
de la curiosa historia de Sargón... publicada en mi traducción
en las Transactions of the Society of Biblical Archeology” (9).
La capital de Sargón, el Moisés Babilónico, “era
la gran ciudad de Agade, llamada Accad por los semíticos, mencionada
en el Génesis (10) como la capital de Nimrod... Accad está
situada cerca de la ciudad de Sippara en el Éufrates y al norte
de Babilonia” (11). Otra “coincidencia” extraña
se encuentra en el hecho de que el nombre de la vecina ciudad de Sippara
es el mismo que el de la mujer de Moisés, Zipporah (12). Por
supuesto que la leyenda es una hábil adición hecha por
Esdras, quien no debía ignorar el original. Esta curiosa fábula
se encuentra en fragmentos de tablillas de Kuyunjik, como sigue:
1. Sargina, el rey poderoso, el rey de Accad, soy yo.
2. Mi madre era una princesa, a mi padre no le conocí; un hermano
de mi padre gobernaba en la comarca.
3. En la ciudad de Azupiran, situada en la proximidad del río
Éufrates.
4. Mi madre, la princesa, me concibió; con sufrimientos me dio
a luz.
5. Me colocó en un arca de juncos; con betún cerró
mi salida.
6. Me lanzó al río, el cual no me ahogó.
7. El río me llevó a Akki, el conductor acuático,
me llevó.
8. Akki, el conductor acuático, con ternura entrañable,
me recogió (13).
Y ahora comparemos la narración de la Biblia en el Éxodo:
Y cuando ella (la madre de Moisés) no pudo ocultarlo por más
tiempo, tomó un arca de juncos y la untó de barro y pez,
puso al niño en ella y lo echó a flotar por la orilla
del río (14).
Mr. G. Smith continúa luego diciendo:
Este suceso se cree que tuvo lugar cosa de 1600 años antes de
Cristo, más bien antes de la supuesta época de Moisés;
y como sabemos que la fama de Sargón llegó a Egipto, es
muy probable que esta narración estuviese relacionada con el
suceso relatado en el Éxodo II; pues toda acción, una
vez ejecutada, tiene tendencia a repetirse.
Pero ahora que el profesor Sayce ha tenido el valor de hacer retroceder
las fechas de los reyes caldeos y asirios en 2000 años más,
Sargón debió preceder a Moisés lo menos en 2000
años. La confesión es muy significativa, pero a las cantidades
les faltan uno o dos ceros.
Ahora bien; ¿cuál es la deducción lógica?
Seguramente aquella que nos da derecho para decir que la fábula
que cuenta Esdras de Moisés la había aprendido en Babilonia,
y que aplicó la alegoría que se refería a Sargón,
al legislador judío. En una palabra, que el Éxodo no fue
escrito nunca por Moisés, sino reconstruido por Esdras con antiguos
materiales. Y siendo así, ¿por qué no ha podido
este hombre versado en el último culto fálico caldeo añadir
otros símbolos y mitos, mucho más groseros en su elemento
fálico? Se nos dice que la creencia primitiva de los israelitas
era muy diferente de la que fue desarrollada, siglos más tarde,
por los talmudistas, y antes que estos, por David y Ezequías.
Todo esto, a pesar del elemento exotérico, tal como ahora se
encuentra en los dos Testamentos, es lo suficiente para clasificar a
la Biblia entre las obras esotéricas, y relacionar su sistema
secreto con el simbolismo indo, caldeo y egipcio. Todos los símbolos
y números bíblicos, sugeridos por observaciones astronómicas,
pues la Astronomía y la Teología están estrechamente
relacionadas, se encuentran en los sistemas indos, tanto exotéricos
como esotéricos. Estos números y sus símbolos,
los signos del Zodíaco, los planetas, sus aspectos y nodos -este
último término habiendo pasado ahora a nuestra botánica
moderna- son conocidos en la Astronomía como sextiles, cuartiles,
etc., y han sido usado durante siglos y evos por las naciones arcaicas;
y, en cierto sentido, tienen el mismo significado que los numerales
hebreos. Las primeras formas de la Geometría elemental debieron,
seguramente, ser sugeridas por la observación de los cuerpos
celestes y sus agrupaciones. De aquí que los símbolos
más arcaicos en el Esoterismo oriental sean un círculo,
un punto, un triángulo, un cuadrado, un pentágono, un
hexágono y otras figuras planas con varios lados y ángulos.
Esto nos muestra que el conocimiento y el uso de la simbología
geométrica son tan antiguos como el mundo.
Partiendo de esta base, es fácil comprender cómo la misma
Naturaleza pudo haber enseñado a la humanidad primitiva, aun
sin la ayuda de sus divinos instructores, los primeros principios de
un lenguaje de símbolos, numérico y geométrico
(15). De aquí que encontremos números y figuras usados
como expresión y anales del pensamiento en todas las Escrituras
simbólicas arcaicas. Son siempre las mismas con sólo ciertas
variaciones, resultantes de las primeras figuras. Así fue como
la evolución y correlación de los misterios del Kosmos,
de su crecimiento y desarrollo -espiritual y físico, abstracto
y concreto- fueron primeramente registrados en cambios de forma geométrica.
Cada Cosmogonía ha principiado con un círculo, un punto,
un triángulo y un cuadrado hasta el número 9, todo luego
sintetizado por la primera línea y un círculo, la Década
pitagórica mística, la suma de todo, que abarcaba y expresaba
los misterios de todo el Kosmos; misterios registrados de un modo cien
veces más completo en el sistema indo que en otro, para aquel
que pueda comprender su lenguaje místico. Los números
3 y 4 en su suma de 7, así como también 5, 6, 9 y 10,
son las piedras angulares de las Cosmogonías Ocultas. Esta Década
y sus mil combinaciones se encuentran en todas partes del mundo. Pueden
ser reconocidas en las cavernas y en los templos abiertos en la roca
del Indostán y del Asia Central; en las pirámides y monolitos
de Egipto y América; en las catacumbas de Ozimandyas; en los
baluartes de las fortalezas coronadas de nieve del Cáucaso; en
las ruinas de Palenque; en la Isla de Pascua; en todas partes doquier
el hombre antiguo ha sentado su planta. El 3 y 4, el triángulo
y el cuadrado, o los signos universales masculino y femenino, que muestran
el primer aspecto de la deidad que se desarrolla, se hallan para siempre
estampados en la Cruz del Sur en los Cielos, lo mismo que en la Cruz
Ansata egipcia, como lo ha expresado muy bien el autor de The Source
of Measures:
El Cubo desdoblado es al desplegarse una cruz de la Tau, o forma egipcia,
o de la forma de la cruz cristiana... Un círculo unido a la primera,
da la Cruz Ansata... los números 3 y 4 que se cuentan en la cruz,
muestran una forma del candelabro (hebreo) de oro (en el Sanctasantórum)
y los 3 + 4 = 7 y 6 + 1 = 7, días en el círculo de la
semana, como las siete luces del sol. Igualmente, así como la
semana de siete luces dio origen al mes y al año, así
es también el indicador del tiempo del nacimiento... La forma
de la cruz se muestra, pues, por el uso relacionado de la fórmula
113:355, y el símbolo se completa fijando un hombre en la cruz
(16). Esta clase de medida fue hecha para concordar con la idea del
origen de la vida humana, y de aquí la forma fálica.
Las Estancias muestran la cruz y estos números como representando
un papel muy importante en la Cosmogonía arcaica. Por otro lado,
nos aprovecharemos de los testimonios recogidos por el mismo autor,
en la sección que acertadamente llama “Vestigios Primordiales
de estos Símbolos”, para mostrar la identidad de los símbolos
y su significado esotérico en todo el mundo.
Desde el punto de vista general tomado de la naturaleza de la forma
de los números... es un asunto interesantísimo de investigación,
el cuándo y dónde fueron primeramente conocidos su existencia
y su uso. ¿Ha sido cuestión de revelación en lo
que conocemos como época histórica, ciclo excesivamente
moderno, comparado con la edad de la raza humana? Parece, efectivamente,
que la fecha de su posesión por el hombre, está mucho
más lejana en el pasado respecto de los antiguos egipcios, que
estos respecto de nosotros.
Las islas de Pascua, en el “medio del Pacífico”,
presentan la apariencia de ser picos, restos de las montañas
de un continente sumergido, por existir en estos picos multitud de estatuas
ciclópeas, vestigios de la civilización de un pueblo numeroso
e inteligente, que por necesidad debió de haber ocupado un área
muy extensa. En la espalda de estas imágenes, se ve la “cruz
ansata” y la misma modificada de conformidad con los contornos
del cuerpo humano. La descripción completa con la representación
del territorio y sus abundantes estatuas, así como también
copias de las imágenes, se encuentran en el número de
enero de 1870 del London Builder...
En el Naturalist, que se publica en Salem, Massachusetts, en uno de
los primeros números (sobre el 36), se encuentra una descripción
de algunas figuras, esculpidas en las rocas de las crestas de las montañas
de la América del Sur, mucho más antiguas, según
se asegura, que las razas hoy existentes. Lo extraño de estos
trazos consiste en que exhiben los contornos de un hombre extendido
sobre una cruz (17), por medio de una serie de dibujos de los cuales
resulta que de la forma de un hombre se desprende la de una cruz, pero
hecho de tal modo, que la cruz puede ser tomada por el hombre, o el
hombre por la cruz.
Es sabido que la tradición ha conservado entre los aztecas una
relación muy perfecta del diluvio... El barón Humboldt
dice que debemos buscar el país de Aztalán, el país
original de los aztecas, por lo menos tan alto como el paralelo 42 de
latitud Norte, desde donde, viajando, llegaron por fin al valle de Méjico.
En este valle, los montículos de tierra del lejano Norte se convierten
en la elegante pirámide de piedra de oras estructuras, cuyos
restos se están encontrando ahora. La relación entre los
restos aztecas y los egipcios, es bien conocida... Atwater está
convencido de que conocían la Astronomía, por el examen
de cientos de aquéllas. Humboldt da, acerca de una de las construcciones
piramidales más perfectas de los aztecas, la descripción
siguiente:
“La forma de esta pirámide (de Papantla), que tiene siete
pisos, es más puntiaguda que la de ningún otro monumento
de esta clase descubierto hasta el presente; pero su altura no es extraordinaria,
pues sólo es de 57 pies, y su base de 25 por lado. Sin embargo,
es notable en un sentido: está construida toda ella de piedras
talladas de un tamaño extraordinario y de preciosa forma. Tres
escalera conducen a la cima, cuyos escalones están adornados
con esculturas jeroglíficas y pequeños nichos, presentados
con gran simetría. El número de estos nichos parece hacer
alusión a los 318 signos simples y compuestos de los días
de su calendario civil”.
318 es el valor Gnóstico de Cristo, y el número famoso
de los disciplinados o circuncidados servidores de Abraham. Cuando se
considera que 318 es un valor abstracto y universal, que expresa el
valor del diámetro tomando la circunferencia como unidad, se
hace manifiesto su uso en la composición del calendario civil.
Idénticos signos, números esotéricos y símbolos
se encuentran en Egipto, el Perú, Méjico, la Isla de Pascua,
India, Caldea y Asia Central -hombres crucificados, y símbolos
de la evolución de las razas procedentes de Dioses-, y sin embargo,
he aquí a la ciencia repudiando la idea de una raza humana que
no sea hecha a nuestra imagen; a la Teología defendiendo sus
6.000 años desde la creación; a la Antropología
enseñando nuestra descendencia del mono, y al clero derivándola
de Adán, 4.004 años antes de Cristo!!
¿Debemos nosotros (por temor a incurrir en la pena de ser llamados
necios, supersticiosos y hasta mentirosos) abstenernos de presentar
pruebas, tan buenas como cualesquiera otras, sólo porque no haya
aún alboreado el día en que se darán todas las
Siete Claves a la Ciencia, o más bien a los hombres de saber
que investigan el ramo de la simbología? ¿Debemos, frente
a los abrumadores descubrimientos de la Geología y la Antropología
respecto a la antigüedad del hombre, circunscribirnos a los 6.000
años y a la “creación especial”, o a aceptar
con sumisa admiración nuestra genealogía y descendencia
del mono, a fin de evitar la penalidad que comúnmente recae sobre
todos los que se apartan de las trilladas sendas, tanto de la Teología
como del Materialismo? No así, mientras se sepa que los anales
secretos guardan las Siete Claves mencionadas sobre el misterio de la
génesis del hombre. Por deficientes, materialistas y erróneas
que sean las teorías científicas, están mil veces
más cerca de la verdad que las vaguedades de la Teología.
Éstas se hallan en las agonías de la muerte, para todos
los que no sean incondicionalmente santurrones y fanáticos. Algunos
de sus defensores podría decirse que han perdido la razón.
Pues, ¿qué puede uno pensar cuando, frente a los absurdos
de la letra muerta de la Biblia, son estos, sin embargo, sostenidos
públicamente y con tanta fiereza como siempre; y cuando se ve
a sus teólogos afirmar que aun cuando “las escrituras se
abstienen cuidadosamente (?) de contribuir de un modo directo al conocimiento
científico, ellos no han tropezado nunca con ninguna declaración
que no pueda sostener la luz de la Ciencia Progresiva” (!!!) (18).
De aquí que no tengamos otra alternativa que o aceptar ciegamente
las deducciones de la Ciencia, o romper con ella, y hacerle frente sin
temor, declarando lo que la Doctrina Secreta nos enseña, y estando
por completo dispuestos a sufrir las consecuencias.
Pero veamos si la Ciencia, con sus especulaciones materialistas, y hasta
la Teología en el estertor de su agonía, y en su lucha
suprema para reconciliar los 6.000 años desde Adán con
las Geological Evidences of the Antiquity of Man (Evidencias Geológicas
de la Antigüedad del Hombre), de Sir Charles Lyell, no nos ayudan
inconscientemente ellas mismas. La Etnología, según confesión
de algunos de sus más instruidos entusiastas, encuentra ya imposible
explicar las variedades de la raza humana, a menos de no aceptar la
hipótesis de la creación de varios Adanes. Hablan de “un
Adán blanco y de otro negro; de un Adán rojo y de otro
amarillo” (19). Si fuesen indos que enumerasen los renacimientos
de Vâmadeva en el Linga Purâna, poco más podrían
decir. Pues, hablando de los repetidos nacimientos de Shiva, dice aquella
Escritura, que en un Kalpa era blanco, en otro negro y en otro de color
rojo, después de lo cual el Kumâra se convierte en “cuatro
jóvenes de tez amarilla”. Esta extraña coincidencia,
como diría Mr. Proctor, habla en favor de la intuición
científica; pues Shiva-Kumâra representa, alegóricamente,
a las Razas humanas durante la génesis del hombre. Y también
condujo a otro fenómeno de intuición, esta vez en las
filas teológicas. El autor desconocido del Primeval Man (El Hombre
Primitivo), en un desesperado esfuerzo para escudar la Revelación
divina, de los inexorables y elocuentes descubrimientos de la Geología
y Antropología, al hacer la observación de que “sería
una desgracia que los defensores de la Biblia se viesen reducidos a
la alternativa de abandonar la inspiración de la Escritura, o
de negar las conclusiones de los geólogos”, encuentra una
transacción. Aún más, dedica un voluminoso libro
a probar el hecho de que “Adán no fue el primer hombre
(20) creado en la tierra”. Las exhumadas reliquias del hombre
preadámico, “en lugar de debilitar su fe en la Escritura,
añaden más pruebas a la veracidad de la misma” (21).
¿Cómo es esto? De la manera más sencilla del mundo;
pues el autor aduce que, en adelante, “nosotros” (el clero)
“podemos dejar a los hombres científicos proseguir sus
estudios, sin intentar refrenarlos con el temor de la herejía”.
A la verdad, ¡esto debe de ser un consuelo para los Sres. Huxley,
Tyndall y Sir C. Lyell!
La narración de la Biblia no principia con la creación,
como comúnmente se supone, sino con la formación de Adán
y Eva, millones de años después de haber sido creado nuestro
planeta. Su historia anterior, en lo que concierne a la Escritura, no
se ha escrito aún... Pudo haber habido no una, sino veinte razas
diferentes en la tierra antes del tiempo de Adán, lo mismo que
puede haber veinte razas distintas de hombres en otros mundos (22).
¿Quiénes
o qué eran esas razas, puesto que el autor persiste en sostener
que Adán es el primer hombre de nuestra raza? ¡Eran la
raza y las razas Satánicas! “Satán nunca (estuvo)
en el cielo, (siendo) los ángeles y los hombres una especie”.
La raza preadámica de “Ángeles fue la que pecó”.
Satán fue “el primer Príncipe de este mundo”,
leemos. Habiendo muerto a consecuencia de su rebelión, permaneció
en la tierra como Espíritu desencarnado, y tentó a Adán
y a Eva.
Las primeras edades de la raza satánica, y especialmente durante
la vida del mismo Satán (!!!), pueden haber constituido un período
de civilización patriarcal y de relativo reposo (época
de los Tubal-Caínes y de los Jubales, cuando tanto la Ciencia
como las artes intentaron arraigarse en aquel suelo maldito)... ¡Qué
asunto para un poema épico!... Hay incidentes inevitables que
debieron haber ocurrido. Vemos ante nosotros... al alegre amante primitivo
galanteando a su ruborosa novia en una noche húmeda de rocío,
bajo los robles daneses, que entonces crecían en donde ahora
ningún roble crece.... al anciano patriarca primitivo... a la
prole primitiva inocente saltando alegremente a su lado... ¡Mil
cuadros semejantes se despliegan a nuestra vista! (23).
La mirada retrospectiva hacia esta “ruborizada novia” satánica,
en los días de la inocencia de Satán, no pierde nada de
su poesía al ganar en originalidad. Todo lo contrario. La novia
cristiana moderna -que no se ruboriza a menudo en nuestros días
delante de sus alegres amantes del día- pudiera hasta aprender
una lección moral de esta hija de Satán, creada en la
exuberante fantasía de su primer biógrafo humano. Estos
cuadros -y para apreciarlos en todo su valor es necesario examinarlos
en el libro que los describe- se han imaginado todos con el objeto de
reconciliar la infalibilidad de la Escritura revelada con la Antiquity
of Man (Antigüedad del Hombre) de Sir. C. Lyell, y otras obras
científicas que la perjudican. Pero esto no impide que exista
una verdad y un hecho en el fundamento de estas extravagancias, que
el autor no ha querido nunca firmar ni con su nombre ni con otro alguno.
Pues sus razas preadámicas (no satánicas, sino simplemente
atlantes, y antes que estos los hermafroditas) se encuentran mencionadas
en la Biblia, cuando se lee esotéricamente, así como se
encuentran en la Doctrina Secreta. Las Siete Claves descubren los misterios,
pasados y futuros, de las siete grandes Razas Raíces, y de los
siete Kalpas. Aunque la génesis del hombre y hasta la geología
esotérica serán seguramente rechazadas por la Ciencia
(tanto como las razas satánicas y preadámicas), sin embargo,
si, no teniendo otro camino para salir de apuros, los hombres científicos
se ven en el caso de escoger entre las dos versiones, tenemos la seguridad,
a pesar de la Escritura, y una vez que el Lenguaje del Misterio se halle
casi dominado, de que optarán por las enseñanzas arcaicas.
SECCIÓN
III
LA
SUBSTANCIA PRIMORDIAL Y EL PENSAMIENTO DIVINO
Como parecería irracional que conocemos ya todas
las causas existentes, debe concedérsenos permiso
para suponer, si fuese necesario, la existencia de un
agente completamente nuevo.
Suponiendo que la hipótesis ondulatoria explique
todos los hechos, lo cual no es todavía perfectamen-
te seguro, nos hallaremos en el caso de resolver si
la existencia del éter ondulatorio queda así probada.
No podemos asegurar de un modo positivo que nin-
guna otra suposición pueda explicar los hechos. Se
admite que la hipótesis corpuscular de Newton que-
dó destruida por la de la ondulación, y al presente no
existe rival. Sin embargo, sería mucho de desear
que para todas las hipótesis semejantes se encontra-
se alguna confirmaión colateral, alguna evidencia
aliunde del supuesto Éter. Algunas hipótesis consis-
ten en la suposición de la estructura diminuta de los
cuerpos y sus operaciones. Dada la naturaleza del
caso, estas presunciones no pueden ser nunca pro-
badas por medios directos. Su único mérito consis-
te en su adaptación para explicar los fenómenos.
Son ficciones representativas.
Logic, por ALEJANDRO BAINLL. D., parte II,
página 133.
El Éter, ese Proteo hipotético (una de las “ficciones
representativas” de la ciencia moderna, que, sin embargo, ha sido
aceptada hace tanto tiempo), es uno de los “principios”
inferiores de lo que llamamos la Substancia Primordial (Âkâsha
en sánscrito), uno de los sueños de los antiguos, que
se ha convertido ahora en el sueño de la ciencia moderna. Es
la mayor, así como la más atrevida, de las especulaciones
que sobreviven de los antiguos filósofos. Para los ocultistas,
empero, tanto el Éter como la Substancia Primordial son realidades.
Para decirlo claro, el Éter es la Luz Astral, y la Substancia
Primordial es el Âkâsha, el Upâdhi del Pensamiento
Divino.
En el lenguaje moderno, este último estaría mejor llamado
Ideación Cósmica, espíritu; y el primero, Substancia
Cósmica, Materia. Estos (el Alfa y la Omega del Ser) no son sino
las dos facetas de la Existencia Absoluta. A ésta jamás
se dirigieron ni la llamaron por ningún nombre en la antigüedad,
excepto alegóricamente. En la raza aria más antigua, la
inda, el culto de las clases intelectuales nunca consistió, como
ente los griegos, en una adoración a la forma y al arte maravilloso,
que llevó a los últimos al antropomorfismo. Pero mientras
el filósofo griego adoraba la forma, y sólo el sabio indo
“percibía la verdadera relación entre la hermosura
terrestre y la verdad eterna”, las gentes incultas de todas las
naciones nunca han comprendido ninguna de las dos cosas.
Ni aun ahora las comprenden. La evolución de la idea de Dios
va a la par que la propia evolución intelectual del hombre. Tan
verdad es esto, que el ideal más noble a que el espíritu
religioso de una época pueda remontarse, parecerá una
caricatura grosera a la mente filosófica de una época
posterior. Los mismos filósofos tenían que ser iniciados
en los misterios perceptivos, antes de que pudieran asir la idea correcta
de los antiguos con relación a este asunto, el más metafísico
de todos. De otro modo -fuera de semejante Iniciación- para cada
pensador habrá un “hasta aquí llegarás, pero
no más allá”, limitado por su capacidad intelectual,
de un modo tan claro e infalible, como lo está el progreso de
cualquier nación o raza, en su ciclo, por la ley de Karma. Fuera
de la Iniciación, los ideales del pensamiento religioso contemporáneo
tendrán siempre las alas cortadas, sin poder remontar su vuelo;
pues tanto los pensadores idealistas como los realistas, y hasta los
librepensadores, no son sino la demostración y producto natural
de su época y de todo lo que los rodea. Sus ideales son tan sólo
el necesario resultado de sus temperamentos, y la expresión de
aquella fase del progreso intelectual que ha alcanzado una nación,
en su colectividad. De aquí, como ya se ha observado, que los
más altos vuelos de los metafísicos occidentales modernos
hayan quedado muy lejos de la verdad. Muchas de las especulaciones agnósticas
corrientes sobre la existencia de la “Primera Causa” no
son casi más que un materialismo velado; pues sólo es
diferente la terminología. Hasta un pensador tan grande como
Mr. Herbert Spencer, habla a veces de lo “Incognoscible”
en términos que demuestran la influencia letal del pensamiento
materialista, el cual, como el mortal Sirocco, ha secado y esterilizado
toda corriente de especulación ontológica.
Por ejemplo, cuando llama a la “Primera Causa” (lo “Incognoscible”)
un “poder que se manifiesta por medio del fenómeno”,
y “una energía infinita y eterna”, está bien
claro que sólo ha concebido el aspecto físico del Misterio
del Ser, o sea tan sólo las Energías de la Substancia
Cósmica. El aspecto coeterno de la Realidad Una, la Ideación
Cósmica, está en absoluto fuera de consideración;
y en cuanto a su Nóumeno, parece no existir en la mente del gran
pensador,. Sin duda alguna, este modo de tratar el problema sólo
bajo un aspecto es debido, en gran parte, a la práctica perniciosa
del Occidente de subordinar la Conciencia a la Materia, o considerarla
como un “producto derivado” del movimiento molecular.
Desde las primeras edades de la Cuarta Raza (cuando sólo al Espíritu
se rendía culto, y cuando el Misterio estaba de manifiesto) hasta
los últimos días gloriosos del arte griego, en la aurora
del Cristianismo, sólo los helenos se habían atrevido
a levantar públicamente un altar al “Dios Desconocido”.
Sea lo que fuese lo que San Pablo pueda haber abrigado en su mente profunda,
cuando declaró a los atenienses que este “Desconocido”
a quien adoraban ignorantemente era el verdadero Dios anunciado por
él, aquella Deidad no era “Jehovah”, ni era tampoco
“el hacedor del mundo y de todas las cosas”. Pues no se
trata del “Dios de Israel”, sino de lo “Desconocido”
de los Panteístas antiguos y modernos, que “no mora en
los templos construidos con las manos.
El pensamiento Divino no puede ser definido, ni su significación
explicarse, excepto por las innumerables manifestaciones de la Substancia
Cósmica, en la que el primero es sentido espiritualmente por
los que pueden. Decir esto, después de haberlo definido como
la Deidad Desconocida, abstracta, impersonal, asexual, que tiene que
colocarse en la raíz de todas las Cosmogonías y su evolución
subsiguiente, equivale a no decir absolutamente nada. Es lo mismo que
intentar resolver una ecuación trascendental de condición,
teniendo a mano, para deducir el verdadero valor de sus términos,
sólo cierto número de cantidades desconocidas. Su lugar
se encuentra en las primitivas cartas simbólicas antiguas, en
las cuales, como ya se ha mostrado, está representado por una
obscuridad sin límites, en cuyo fondo aparece el primer punto
central en blanco -simbolizando de este modo el Espíritu Materia
coevo y coeterno, haciendo su aparición en el mundo fenomenal,
antes de su primera diferenciación. Cuando “el Uno se convierte
en Dos”, puede entonces nombrársele como Espíritu
Materia. Al “Espíritu” pueden referirse todas las
manifestaciones de la conciencia, reflejada o directa, y de la “intención
inconsciente” -adoptando una expresión moderna usada en
la llamada filosofía occidental-, como se evidencia en el Principio
Vital, y en la sumisión de la Naturaleza al orden majestuoso
de la Ley inmutable. “La Materia” debe ser considerada como
lo objetivo en su más pura abstracción, la base existente
por sí misma, cuyas manvantáricas diferenciaciones septenarias
constituyen la realidad objetiva, base de los fenómenos de cada
fase de la existencia consciente. Durante el período del Pralaya
Universal, la Ideación Cósmica es inexistente; y los distintos
estados diferenciales de la Substancia Cósmica se resuelven nuevamente
en el estado primitivo de objetividad abstracta potencial.
El impulso manvantárico principia con el redespertar de la Ideación
Cósmica, la Mente Universal, simultánea y paralelamente
con la primitiva emersión de la Substancia Cósmica -siendo
esta última el vehículo manvantárico de la primera-
de su estado praláyico indiferenciado. Entonces, la Sabiduría
Absoluta se refleja en su Ideación; la cual, por un proceso trascendental,
superior e incomprensible a la conciencia humana, se convierte en Energía
Cósmica: Fohat. Vibrando en el seno de la Substancia inerte,
Fohat la impulsa a la actividad y guía sus primarias diferenciaciones
en todos los Siete planos de la Conciencia Cósmica. De este modo,
hay Siete Protilos (como ahora se les llama, mientras que la antigüedad
aria los llamaba los Siete Prakritis o Naturalezas), que diversamente
sirven como base relativamente homogénea, que en el curso de
la creciente heterogeneidad, en la evolución del Universo, se
diferencian en los fenómenos maravillosamente complejos que se
presentan en los planos de percepción. El término “relativamente”
se ha empleado de propósito, porque resultando la existencia
misma de semejante proceso de las segregaciones primarias de la Substancia
Cósmica indiferenciada, dentro de sus bases septenarias de evolución,
nos obliga a considerar el Protilo de cada plano sólo como una
fase intermedia que asume la Substancia en su paso desde lo abstracto
a la completa objetividad. El término Protilo se debe a Mr. Crookes,
el químico eminente que ha dado este nombre a la premateria,
si puede llamarse así a las substancias primordiales y puramente
homogéneas, sospechadas, ya que no realmente encontradas por
la Ciencia en la última composición del átomo.
Pero la segregación incipiente de la materia primordial en átomos
y moléculas sólo principia después de la evolución
de nuestros Siete Protilos. El último de estos es el que Mr.
Crookes se ocupa en buscar, por haber percibido recientemente la posibilidad
de su existencia en nuestro plano.
Se dice que la Ideación Cósmica es no existente durante
los períodos praláyicos, por la sencilla razón
de que no hay nadie ni nada que perciba sus efectos. No puede haber
manifestación de conciencia, de semiconciencia ni siquiera “intención
inconsciente”, excepto por medio del vehículo de la Materia;
esto es, en este nuestro plan, en donde la conciencia humana, en su
estado normal, no puede remontarse más allá de lo que
se conoce como metafísica trascendental; pues sólo por
medio de una agregación o construcción molecular surge
el Espíritu como corriente de subjetividad individual o subconsciente.
Y como la Materia que existe fuera de la percepción en una mera
abstracción, los dos aspectos de lo Absoluto (Substancia Cósmica
e Ideación Cósmica) son mutuamente interdependientes.
Hablando con estricta exactitud, para evitar confusiones e interpretaciones
erróneas, la palabra “Materia” debería ser
aplicada al agregado de objetos de posible percepción, y la palabra
“Substancia” a los Nóumenos; pues dado que los fenómenos
de nuestro plano son la creación del Ego que percibe -las mdificaciones
de su propia subjetividad-, todos los “estados de materia que
representan el agregado de los objetos percibidos” no pueden tener
para los hijos de nuestro plano sino una existencia relativa y puramente
fenomenal. Como dirían los modernos idealistas, la cooperación
del Sujeto y del Objeto, resulta en el objeto de sensación o
fenómeno.
Pero esto no conduce necesariamente a la conclusión de que suceda
lo mismo en todos los demás planos; de que la cooperación
de ambos en los estados de su diferenciación septenaria, resulte
en un agregado septenario de fenómenos, que son igualmente no
existentes per se, aunque sean realidades concretas para las Entidades
de cuya experiencia forman parte; del mismo modo que las rocas y ríos
a nuestro alrededor, son reales desde el punto de vista del físico,
aunque son ilusiones de los sentidos, sin realidad desde el del metafísico.
Sería un error decir y hasta concebir semejante cosa. Desde el
punto de la metafísica más elevada, todo el Universo,
incluso los Dioses, es una Ilusión (Mâyâ). Pero la
ilusión de aquel que es en sí mismo una ilusión
difiere en cada plano de conciencia; y no tenemos más derecho
a dogmatizar sobre la posible naturaleza de las facultades perceptivas
de un Ego que se halla, por ejemplo, en el sexto plano, que el que tenemos
para identificar nuestras percepciones con las de una hormiga en su
modo de conciencia, o para convertirlas en modelo para la misma. La
Ideación Cósmica, enfocada en su principio, o Upâdhi
(Base), resulta como conciencia del Ego individual. Su manifestación
varía según el grado de Upâdhi. Por ejemplo, por
medio de lo conocido como Manas, surge como conciencia mental; y por
medio de la construcción más finamente diferenciada de
Buddhi, sexto estado de materia (teniendo como base la experiencia de
Manas), como una corriente de Intuición Espiritual.
El Objeto puro aparte de la conciencia nos es desconocido mientras vivimos
en el plano de nuestro Mundo de tres dimensiones; pues sólo conocemos
los estados mentales que excita en el Ego que percibe. Y en tanto que
dure el contraste del Sujeto y el Objeto, esto es, mientras que no disfrutemos
más que de nuestros cinco sentidos, y no sepamos el modo de divorciar
nuestro Ego, que es todo percepción, de la esclavitud de estos
sentidos, será imposible al Yo personal romper la barrera que
le separa del conocimiento “ de las cosas en sí mismas”,
o sea de la Substancia.
Aquel Ego, progresando en un arco de subjetividad ascendente, tiene
que agotar las experiencias de todos los planos. Pero hasta que la Unidad
se sumerja en el Todo, ya sea en este o en cualquier otro plano, y que
tanto el Sujeto como el Objeto se desvanezcan en la negación
absoluta del Estado Nirvánico -negación repetimos, sólo
desde nuestro plano-, no se llega a escalar aquel pináculo de
Omnisciencia, el Conocimiento de las Cosas en sí mismas, y a
aproximarse a la solución del enigma aun más importante,
ante el cual, hasta el más elevado Dhyân Chohan, tiene
que humillarse en el silencio y la ignorancia -el Inexplicable misterio
de lo que los vedantinos llaman Parabrahman.
Por lo tanto, siendo tal el caso, todos los que han tratado de dar un
nombre al Principio Incognoscible, no han hecho más que degradarlo.
Hasta el hablar de la Ideación Cósmica -salvo en su aspecto
fenomenal- es lo mismo que tratar de embotellar el Caos primordial,
o poner una etiqueta a la Eternidad.
¿Qué es, pues, la “Substancia Primordial”,
ese objeto misterioso del que ha hablado siempre la Alquimia y que se
ha convertido en tema de la especulación filosófica de
todas las edades? ¿Qué puede ser, finalmente, aun en su
prediferenciación fenomenal? Aun aquélla es el Todo de
la Naturaleza manifestada, y nada para nuestros sentidos. Se la menciona
bajo diferentes nombres en todas las cosmogonías; todas las filosofías
se refieren a ella, y está demostrado ser, hasta el presente,
el Proteo siempre incomprensible en la Naturaleza. Lo tocamos y no lo
sentimos; lo miramos y no lo vemos; lo respiramos y no lo percibimos;
lo oímos y lo olemos sin el menor conocimiento de su existencia;
pues está en cada molécula de lo que en nuestra ilusión
e ignorancia consideramos como Materia en cualquiera de sus estados,
o en lo que concebimos como una sensación, un pensamiento, una
emoción. En una palabra; es el Upâdhi o vehículo
de todos los fenómenos posibles, ya sean físicos, mentales
o psíquicos En las primeras frases del Génesis, lo mismo
que en la Cosmogonía caldea; en los Purânas de la India
y en el Libro de los Muertos de Egipto; en todas partes él abre
el ciclo de la manifestación. Es llamado el “Caos”
y la Faz de las Aguas incubadas por el Espíritu, procedente de
lo desconocido, bajo cualquier nombre que se le dé a ese Espíritu.
Los autores de las sagradas Escrituras de la India profundizan más
el origen de las cosas evolucionadas que Thales o Job, pues dicen:
“De Esto, de este mismo Yo, fue producido el Éter”
-dice el Veda (2).
Es, pues, evidente, que es este Éter (nacido del cuarto grado
de una emanación de la “Inteligencia asociada con la Ignorancia”)
el principio elevado, la Entidad deifica a que rendían culto
los griegos y latinos, bajo el nombre de “Pater, Omnipotens AEther”,
y “Magnus AEther”, en sus agregados colectivos. La gradación
septenaria y las innumerables subdivisiones y diferencias hechas por
los antiguos entre los poderes del Éter colectivamente (desde
su borde externo de efectos, con el cual nuestra Ciencia está
tan familiarizada, hasta la “Substancia Imponderable”, que
se admitió como “Éter del Espacio”, y que
ahora está a punto de ser rechazada), han constituido siempre
un mortificante enigma para todos los ramos del conocimiento.
De la Inteligencia (llamada Mahat en los Purânas) asociada con
la Ignorania (Ishvara como deidad personal), acompañada de su
poder proyectivo, en el cual la cualidad de la torpeza (tamas, insensibilidad)
predomina, procede del Éter - del éter, el aire; del aire,
el calor; del calor, el agua, y del agua, la tierra, con todo lo que
hay en ella.
Los
mitólogos y simbologistas de nuestra época, confundios
por esta incomprensible glorificación por un lado y degradación
por otro, de la misma Entidad deificada y en los mismos sistemas religiosos,
caen a menudo en las equivocaciones más ridículas. La
Iglesia, firme como una roca en cada uno y en todos sus primeros errores
de interpretación, ha hecho del Éter la morada de sus
legiones satánicas. Toda la jerarquía de los Ángeles
“Caídos” está allí; los Cosmocratores,
los “Portadores del Mundo”, según Bossuet; Mundi
Tenentes, los “Mantendedores del Mundo”, como los llama
Tertuliano; Mundi Domini, “Dominaciones del Mundo”, o más
bien Dominadores; los Curbati o “Encorvados”, etc., ¡convirtiendo
de este modo a las estrellas y a los orbes celestiales en Demonios!
De este modo ha interpretado la Iglesia el versículo: “Pues
no luchamos contra la carne y la sangre, sino contra los principados,
contra los poderes, contra los directores de las tinieblas de este mundo”
(3). Más adelante menciona San Pablo las malicias espirituales
(“wickedness” en los textos ingleses) diseminadas en el
Aire -Spiritualia neuitiae coelestibus-; dando los textos latinos varios
nombres a estas “malicias”, los “Elementales”
inocentes. Pero esta vez tiene razón la Iglesia, aunque se equivoca
al llamarlos demonios. La Luz Astral o Éter inferior está
lleno de entidades conscientes, semiconscientes e inconscientes; sólo
que la Iglesia tiene menos poder sobre ellos, que sobre los microbios
invisibles o que sobre los mosquitos.
La diferencia establecida entre los siete estados del Éter -
que es uno de los Siete Principios Cósmicos, mientras que el
AEther de los antiguos es el Fuego Universal- puede verse en los mandamientos
de Zoroastro y de Pselo, respectivamente. El primero dijo: “Consultadlo
tan sólo cuando esté sin forma o figura” -absque
forma et figura -, lo que significa sin llamas o ascuas. “Cuando
tenga una forma, no le hagáis caso”- enseña Pselo-
“pero cuando no tiene forma, obedecedle, pues entonces es fuego
sagrado, y todo lo que os revele será verdad” (4). Esto
prueba que el Éter, que es en sí un aspecto del Âkâsha,
tiene a su vez varios aspectos o “principios”.
Todas las naciones antiguas deificaban al AEther en su aspecto y potencia
imponderables. Virgilio llama a Júpiter Pater Ominipotens AEther,
y “el gran AEther” (5). Los indos también lo han
colocado entre sus deidades, bajo el nombre de Âkâsha, la
síntesis del Éter. Y el autor del sistema homoemeriano
de filosofía, Anaxágoras de Clasomene, creía firmemente
que los prototipos espirituales de todas las cosas, lo mismo que sus
elementos, se encontraban en el AEther sin límites, donde eran
generados, de donde evolucionaban y adonde volvían: una enseñanza
oculta.
Es, pues, claro que del AEther, en su aspecto sintético más
elevado, una vez antropomorfizado, surgió la primera idea de
una deidad personal creadora. Entre los filósofos indos, los
Elementos son tâmasa, esto es, “no iluminados por la inteligencia,
a la cual obscurecen”.
Tenemos que agotar el asunto del significado místico del Caos
Primordial y del Principio Raíz, y mostrar cómo se hallaban
relacionados en las filosofías antiguas con el Âkâsha
(traducido erróneamente por Éter), y también con
Mâyâ, la Ilusión, de la cual Ishvara es el aspecto
masculino. Más adelante hablaremos del Principio Inteligente,
o más bien de las propiedades inmateriales e invisibles, en los
elementos materiales y visibles, que “brotaron del Caos Primordial”.
Porque, “¿qué es el Caos primordial, sino el AEther?”
-se pregunta en Isis sin Velo. No el éter moderno; no el que
se reconoce ahora como tal, sino el AEther con todas sus propiedades
misteriosas y ocultas, conteniendo en sí los gérmenes
de la creación universal. El AEther Superior o Âkâsha
es la Virgen Celestial, Madre de todas las formas y seres existentes,
de cuyo seno, tan pronto como fue “incubado” por el Espíritu
Divino, brotaron a la existencia la Materia y la Vida, la Fuerza y la
Acción, AEther es el Aditi de los indos y es el Âkâsha.
La electricidad, el magnetismo, el calor, la luz y la acción
química son tan poco comprendidos aún hoy, que nuevos
hechos vienen constantemente a ensanchar el horizonte de nuestro conocimiento.
¿Quién sabe dónde termina el poder de este gigante
proteo, el AEther, o cuál es su origen misterioso? ¿Quién,
decimos, puede negar el espíritu que obra en él, y despliega
de su seno todas las formas visibles?
Sería fácil tarea demostrar que las leyendas cosmogónicas
de todo el mundo están basadas en el conocimiento por los antiguos
de aquellas ciencias que se han aliado en nuestra época para
apoyar la doctrina de la evolución; y que una investigación
más profunda haría ver que estos antiguos conocían
mucho mejor que nosotros hoy el hecho de la evolución misma,
tanto en su aspecto físico como en el espiritual.
Entre los antiguos filósofos, la evolución era un teorema
universal, una doctrina que abarcaba el todo, y un principio establecido;
mientras que nuestros modernos evolucionistas sólo pueden exponernos
meras teorías especulativas; con teoremas particulares, si no
completamente negativos. Es inútil que los representantes de
nuestra moderna sabiduría cierren el debate y pretendan que es
un asunto terminado, sólo porque la oscura fraseología
de la relación mosaica... contradiga las explicaciones definidas
de la “Ciencia Exacta” (6).
Si nos dirigimos al “Libro de las Leyes de Manu”, encontramos
el prototipo de todas estas ideas. Perdidas en gran parte en su forma
original para el mundo de Occidente, desfiguradas por las interpolaciones
y adiciones posteriores, han conservado, sin embargo, lo bastante de
su antiguo espíritu para demostrar su carácter.
“El Señor existente por Sí Mismo, desvaneciendo
las tinieblas (Vishnu, Nârâyana, etc.), se hizo manifiesto,
y deseando producir seres de su Esencia, creó, al principio,
sólo el agua. En ella sembró semilla. Ésta se convirtió
en un Huevo de Oro”.
¿De dónde proviene este Señor existente por Sí
Mismo? Es llamado Esto, y se habla de él como siendo “Tinieblas
imperceptibles, sin cualidades definidas, indescubrible, incognoscible,
como totalmente dormido”. Habiendo morado en aquel Huevo durante
todo un Año Divino, el principio “a quien el mundo llama
Brahmâ, hace estallar este Huevo en dos, y de la porción
superior forma el cielo, de la inferior la tierra, y del centro el firmamento
y “el lugar perpetuo de las aguas” (7).
Pero, inmediatamente después de estos versículos, hay
algo más importante para nosotros, porque corrobora por completo
nuestras enseñanzas esotéricas. En los versículos
14 a 36 se da la evolución en el orden descrito en la Filosofía
Esotérica. Esto no puede contradecirse fácilmente. Hasta
Medhâtithi, el hijo de Virasvâmin y autor del Comentario
el Manubhâsya, cuya época, según los orientalistas
occidentales, es de 1.000 (D. de C.), nos ayuda con sus observaciones
a la aclaración de la verdad. No quiso decir más, porque
sabía lo que tenía que ser reservado de los profanos,
o bien estaba realmente confundido. Sin embargo, lo que dice muestra
claramente el principio septenario en el hombre y en la Naturaleza.
Principiemos con el capítulo 1 de las Ordenanzas o “Leyes”,
después que el Señor existente por Sí Mismo, el
Logos Inmanifestado de las “Tinieblas” Desconocidas, se
manifiesta en el Huevo de Oro. De este “Huevo” de Brahmâ.
11. “Aquello que es la Causa indistinta (indiferenciada), eterna,
que es y no es, de Ello salió aquel principio masculino llamado
en el mundo Brahmâ”.
Aquí encontramos, como en todos los sistemas filosóficos
genuinos, el mismo “Huevo”, el Círculo o Cero, la
Infinidad sin límites, mencionada como Ello (8), y Brahmâ,
la primera Unidad sola, mencionada como el Dios “Masculino”,
esto es, el Principio fructificador. Es ello o 10 (diez), la Década.
Solamente en el plano de lo Septenario, o nuestro Mundo, es llamado
Brahmâ. En el de la Década Unificada, en el reino de la
Realidad, este Brahmâ masculino es una ilusión.
14. “Del Yo Supremo (Âtmanah) él creó la Mente,
que es y no es; y de la Mente, el Ego-ísmo (la Conciencia-Propia),
a) el dueño; b) el Señor”.
a) La mente es Manas. Medhâtithi, el comentador, observa justamente
sobre este punto, que es lo contrario de esto, y demuestra desde luego
la interpolación y el arreglo, pues Manas es el que brota de
Ahamkâra o Conciencia Propia (Universal), lo mismo que Manas en
el microcosmo emana de Mahat, o Mahâ-Buddhi (Buddhi en el hombre).
Porque Manas es dual. Como Celebrooke ha mostrado y traducido, “la
Mente, sirviendo a la vez para el sentido y para la acción, es
un órgano por afinidad, que está en estrecha unión
con el resto” (9). “El resto” significa aquí
que Manas, nuestro Quinto Principio (quinto, porque el cuerpo fue llamado
el primero, lo cual es lo contrario del verdadero orden filosófico)
, está en afinidad tanto con Âtmâ-Buddhi como con
los cuatro Principios inferiores. De aquí nuestra enseñanza,
a saber: que Manas sigue a Âtmâ-Buddhi al Devachan; y que
el Manas inferior, esto es, las escorias o residuos inferiores de Manas,
permanecen con el Kâma Rûpa en el Limbus o Kâma Loka,
la mansión de las “cáscaras”.
b) Medhâtithi traduce esto como “la conciencia una del Yo”
o Ego, y no como el “dueño”, como hacen los orientalistas.
También de este modo traducen la sloka siguiente:
16. “Habiendo él hecho también las partes sutiles
de aquellos seis (el gran Yo y los cinco órganos de los sentidos),
de brillantez inconmensurable, para entrar en los elementos del Yo (âtmamâtrâsu),
creó todos los serees”.
Mientras que, según Medhâtithi, debió leerse mâtrâbhih,
en lugar de “âtmamâtrâsu”, y de este modo
hubiera dicho:
“Después de haber compenetrado las partes sutiles de aquellos
seis, de brillantes inconmensurable, por los elementos del yo, creó
todos los seres”.
Esta última interpretación debe de ser la correcta, puesto
que Él, el Yo, es lo que llamamos Âtmâ, y constituye
así el séptimo principio, la síntesis de los “seis”.
Tal es también la opinión del editor del Mânava
Dharma Shâstra, quien parece haber penetrado de un modo intuitivo
mucho más profundamente en el espíritu de la filosofía,
que el traductor, el difunto doctor Burnell; pues vacila poco entre
el texto de Kullûka Bhatta y el comentario de Medhâtithi.
Rechaza los tanmâtra, o elementos sutiles, y el âtmamâtra
de Kullûka Bhatta, y dice, aplicando los principios al Yo Cósmico:
“Los seis parecen más bien ser el Manas, más los
cinco principios del éter, el aire, el fuego, el agua y la tierra.
Habiendo unido cinco porciones de estas seis con el elemento espiritual
(el séptimo), él creo (así) todas las cosas existentes...
Âtmamâtra es, por lo tanto, el átomo espiritual,
opuesto a sus propios elementos elementales, no reflexivos”.
Del siguiente modo corrige la traducción del versículo
17:
“Como los elementos sutiles de las formas corporales de este Uno
dependen de estos seis, el sabio llama a su forma Sharîra”.
Y añade que “elementos” significan aquí porciones
o partes (o principios), cuya interpretación está confirmada
por el versículo 19, que dice:
“Este (Universo) no eterno nace, pues, del Eterno, por medio de
los elementos sutiles de las formas de aquellos siete gloriosísimos
principios (Purusha)”.
Comentando esta enmienda de Medhâtithi, el editor hace la observación
de que “probablemente significan los cinco elementos, más
la mente (Manas), y la conciencia propia (Ahamkâra) (10); “los
elementos sutiles” (significando) como antes “delicadas
porciones de forma” (o principios)”. Así lo demuestra
el versículo 20, cuando dice de estos cinco elementos o “delicadas
porciones de forma” (Rûpa más Manas y Conciencia
Propia), que ellos constituyen los “Siete Purusha” o Principios,
llamados en los Purânas los “Siete Prâkritis”.
Además, estos “cinco elementos” o “cinco porciones”
se mencionan en el versículo 27 como “las llamadas porciones
atómicas destructibles”, siendo, por lo tanto, “distintas
de los átomos del Nyâya”.
Este Brahmâ creador que surge del Huevo del mundo o Huevo de Oro
une en sí mismo ambos principios: femenino y masculino. Es, en
una palabra, como todos los Protologos creadores. De Brahmâ, sin
embargo, no se podría decir como de Dionisio, “
“ un Jehovah lunar, Baco verdaderamente, con David bailando desnudo
ante su símbolo en el arca; pues ningunas Dionisias licenciosas
han sido establecidas nunca en nombre y honor suyo. Todo el tal culto
fálico era exotérico, y los grandes símbolos universales
fueron desnaturalizados en todo el mundo, lo mismo que los de Krishna
lo son ahora por los Vallabâchâras de Bombay, los partidarios
del Dios “niño”. Pero ¿son estos dioses populares
la verdadera Deidad? ¿Son ellos la cúspide y la síntesis
de la creación séptuple, incluso el hombre? ¡Imposible!
Cada uno y todos, tanto paganos como cristianos, son uno de los peldaños
de la escala septenaria de la Conciencia Divina. Ain-Soph se dice también
que se manifiesta por medio de las Siete Letras del nombre de Jehovah,
a quien, habiendo usurpado el lugar de lo Ilimitado Desconocido, le
dieron sus devotos sus Siete Ángeles de la Presencia -sus Siete
Principios. Pero, verdaderamente, se les menciona en casi todas las
escuelas. En la filosofía Sânkhya pura, Mahat, Ahamkâra
y los cinco Tanmâtras, son llamados los siete Prakritis, o Naturalezas,
y se cuentan desde Mahâ-Buddhi, o Mahat, hasta la Tierra (11).
Sin embargo, por desfigurada que haya sido por Esdras, para propósitos
rabínicos, la versión original elohística; por
repulsivo que sea a veces hasta el significado esotérico en los
pergaminos hebreos -que lo es mucho más que pueda serlo su velo
o vestidura externa-, una vez eliminadas las porciones que versan sobre
Jehovah, los Libros Mosaicos están llenos de conocimientos puramente
ocultos de inestimable valor, especialmente los primeros seis capítulos.
Leídos con la ayuda de la Kabalah, se encuentra un templo sin
rival de verdades ocultas, un pozo de bellezas profundamente escondidas,
bajo formas cuya estructura visible, a pesar de su aparente simetría,
no puede resistir la crítica de la fría razón ni
revelar su edad, pues pertenece a todas las edades. Hay más sabiduría
en los Purânas y en la Biblia, oculta bajo sus fábulas
exotéricas, que en toda la ciencia y hechos exotéricos
de la literatura del mundo; y más verdadera Ciencia Oculta, que
en el conocimiento exacto de todas las academias. O, hablando de un
modo más claro y acentuado: hay tanta sabiduría esotérica
en algunas partes de los Purânas y del Pentateuco exotéricos,
como de tontería y de imaginación infantil intencionada,
cuando se leen bajo el solo aspecto de la letra muerta y de las interpretaciones
asesinas de las grandes religiones dogmáticas, y especialmente
de sus sectas.
Que lea cualquiera los primeros versículos del Génesis
y que reflexione sobre ellos. Allí “Dios” ordena
a otro “Dios”, quien obedece su orden. Así se lee
hasta en la misma cuidada traducción protestante inglesa de la
edición autorizada por el rey Jaime I.
En el “principio” (la lengua hebrea no tiene palabra para
expresar la idea de la Eternidad) (12), “Dios” hizo los
Cielos y la Tierra; y esta última “estaba vacía
y sin forma”, mientras que el primero no es de hecho tal Cielo,
sino lo “Profundo”, el Caos, con las tinieblas sobre su
faz (13).
“Y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de
las Aguas” o Gran Océano del Espacio Infinito. Y este Espíritu
es Nârâyana o Vishnu.
“Y Dios dijo: hágase el firmamento...” y “Dios”,
el segundo, obedeció e “hizo el firmamento”. “Y
Dios dijo: hágase la luz”, y “hubo la luz”.
Ahora bien; la última no significa luz en modo alguno, sino el
Adam Kadmon andrógino como en la Kabalah, o Sephira (la Luz Espiritual),
pues los dos son uno; o los Ángeles secundarios, según
el Libro de los Números caldeo, siendo los primeros los Elohim,
que son el agregado de aquel Dios “formador”. ¿Pues
a quién se dirige aquella orden? ¿Y quién es el
que ordena? Lo que ordena es la Ley Eterna, y el que obedece los Elohim,
la cantidad conocida operando en x y con x, o el coeficiente de la cantidad
desconocida, las Fuerzas de la Fuerza Una. Todo esto es Ocultismo, y
se encuentra en las Estancias arcaicas. No tiene importancia alguna
el que llamemos a estas “Fuerzas” los Dhyân Chohans,
o los Auphanim como lo hace Ezequiel.
“La Luz una Universal, que es Tinieblas para el hombre, es por
siempre existente” -dice el Libro de los Números caldeo-.
De ella procede periódicamente la Energía, la cual se
refleja en lo Profundo o Caos, depósito de los Mundos futuros,
y que una vez despierta, agita y fructifica las Fuerzas latentes, que
son sus siempre eternas y presentes potencialidades. Entonces despiertan
de nuevo los Brahmâs y los Buddhas -las Fuerzas coeternas- y un
nuevo Universo surge a la existencia.
En el Sepher Yetzirab, el Libro Kabalístico de la Creación,
el autor ha repetido evidentemente las palabras de Manu. En él
se representa a la Substancia Divina como siendo lo único existente
desde la eternidad absoluta y sin límites, y como habiendo emitido
de sí misma el Espíritu (14). “Uno es el Espíritu
del Dios vivo; ¡bendito sea Su nombre que por siempre vive! Voz,
Espíritu y Verbo, esto es el Espíritu Santo” (15).
Y ésta es la Trinidad abstracta kabalista, antropomorfizada por
los Padres cristianos con tan poco escrúpulo. De este Triple
Uno emanó todo el Kosmos. Primero, del Uno emanó el número
Dos o Aire (el Padre), el Elemento creador; y luego el número
Tres, Agua (la Madre), procedió del Aire; el Éter o Fuego
completa el Cuatro Místico, el Arbo-al (16). “Cuando lo
Escondido de lo Oculto quiso revelarse, hizo primero un Punto (el Punto
Primordial o el Primer Sephira, Aire o Espíritu Santo) figurado
en una Forma sagrada (los Diez Sephiroth o el Hombre Celeste), y lo
cubrió con una Vestidura rica y espléndida: que es el
Mundo” (17).
“Hizo el Viento Su mensajero, al Fuego flamígero Su servidor”
(18), dice el Yetzirab, mostrando el carácter cósmico
de estos últimos Elementos euhemerizados (humanizados) (19),
y que el Espíritu compenetra todos los átomos en el Kosmos.
Pablo llama a los Seres Cósmicos invisibles los “Elementos”.
Pero actualmente los Elementos han sido degradados y limitados a los
átomos, de los cuales nada se sabe hasta ahora, y que son tan
sólo “hijos de la necesidad”, como lo es también
el Éter. Según decimos en Isis sin Velo:
Los pobres Elementos primordiales han sido desterrados hace mucho tiempo,
y nuestros ambiciosos físicos rivalizan en quién será
el primero en añadir una substancia simple más a la nidada
volátil de las setenta y tantas.
Mientras tanto, existe una furiosa guerra en la química moderna
sobre la cuestión de términos. Se nos niega el derecho
de llamar a estas substancias “elementos químicos”;
pues según Platón, no son ellas los “principios
primordiales de las esencias por sí mismas existentes, de las
cuales se formó el Universo”. Semejantes ideas, asociadas
con la palabra “elemento”, eran bastante buenas para la
antigua filosofía griega, pero la ciencia moderna las rechaza;
pues, como dice el profesor Crookes, “son términos desgraciados”,
y la ciencia experimental “no quiere nada con ninguna clase de
esencias, excepto con aquellas que pueden verse, olerse o gustarse.
Las demás las deja a los metafísicos...” ¡Debemos
sentirnos agradecidos hasta por esto!
Esta “Substancia Primordial” es llamada por algunos el Caos.
Platón y los pitagóricos la denominaban el Alma del Mundo,
después de haber sido impregnada por el Espíritu de aquello
que incuba las Aguas Primitivas o Caos. Reflejándose en él
-dicen los kabalistas-, el Principio incubador “creó”
la fantasmagoría de un Universo visible manifestado. El Caos
antes, y el Éter después de esa “reflexión”,
es siempre la deidad que compenetra todo el Espacio y todas las cosas.
Es el Espíritu invisible a imponderable de las cosas, y el fluido
invisible aunque bien tangible, que radia de los dedos del magnetizador
saludable; pues es la Electricidad Vital, la Vida misma. El Marqués
de Mirville le daba, irrisoriamente, el nombre de “Todopoderoso
nebuloso” y los teurgistas y ocultistas lo denominaban hasta el
presente “Fuego Vivo”; y no hay un indo, entre los que practican
cierta clase de meditación al amanecer, que no conozca sus efectos.
Es el “Espíritu de Luz” y Magnes. Como lo expresó
con verdad un adversario nuestro, Magus y Magnes son dos ramas que salen
del mismo tronco, y que producen las mismas resultantes. Y en esta denominación
de “Fuego Vivo” podemos descubrir también el significado
de la confusa sentencia del Zend Avesta, que dice que hay “un
Fuego que da el conocimiento del futuro, la ciencia y el lenguaje amable”;
esto es, desarrolla una elocuencia extraordinaria en la sibila, en el
sensitivo y hasta en algunos oradores. Escribiendo sobre este asunto,
en Isis sin Velo dijimos que era:
El Caos de los antiguos, el Fuego Sagrado de Zoroastro, o el Atash-Behram
de los parsis; el fuego de Hermes, el fuego de Elmes de los antiguos
alemanes; el Relámpago de Cibeles; la Antorcha encendida de Apolo;
la Llama en el altar de Pan; el Fuego inextinguible del templo de la
Acrópolis y del de Vesta; la Llama de fuego del yelmo de Plutón;
las Chispas brillantes en los tocados de los Dióscuros, en la
cabeza de la Gorgona, en el yelmo de Palasy en el báculo de Mercurio;
el Ptah-Ra egipcio; el Zeus Cataibates griego (el descendiente) de Pausanias;
las Lenguas de Fuego de Pentecostés; la Zarza ardiente de Moisés;
el Pilar de Fuego del Éxodo y la Lámpara encendida de
Abraham; el Fuego Eterno del “abismo sin fondo”; los vapores
del oráculo de Delfos; la Luz Sideral de los rosacruces; el Âkâsha
de los Adeptos indos; la Luz Astral de Eliphas Lévi; el Aura
Nerviosa y el Fluido de los magnetizadores; el Od de Reichenbach; el
Psychod y Fuerza Ecténica de Thury; la “Fuerza Psíquica”
de Sergeant Cox, y el magnetismo atmosférico de algunos naturalistas;
el galvanismo, y por último, la electricidad; todos estos no
son sino nombres distintos para diferentes manifestaciones o efectos
de la misma Causa misteriosa que todos lo compenetra, al Archaeus griego.
Ahora añadimos: es todo esto y mucho más. Este “Fuego
se menciona en todos los Libros Sagrados indos, así como también
en las obras kabalísticas. El Zohar lo explica como el “Fuego
Blanco Oculto, en el Risha Havurah”, la Cabeza Blanca, cuya Voluntad
hace emanar el fluido ígneo en 370 corrientes en todas direcciones
del Universo. Es idéntico a la “Serpiente que corre con
370 saltos”, del Siphra Dzenioutha, la cual, cuando el “Hombre
Perfecto”, el Metraton, es elevado, esto es, cuando el Hombre
Divino habita en el hombre animal, se convierte en tres Espíritus,
o Âtmâ-Buddhi-Manas, en nuestra fraseología teosófica.
Por tanto, el Espíritu o Ideación Cósmica, y la
Substancia Cósmica -uno de cuyos principios es el Éter-
son uno, e incluyen a los Elementos en el sentido que les atribuye San
Pablo. Estos Elementos son la Síntesis velada que representa
a los Dhyân Chohans, Devas, Sephiroth, Amshaspends, Arcángeles,
etc., etc. El Éter de la Ciencia -el Ilus de Beroso o el Protilo
de la Química- constituye, por decirlo así, el material
relativamente tosco, del cual los Constructores mencionados, siguiendo
el plan trazado eternamente para ellos en el Pensamiento Divino, forman
los Sistemas en el Kosmos. Son “mitos”, se nos dice. No
más mito que el Éter y los Átomos, contestamos
nosotros. Estos últimos son necesidades absolutas de la Ciencia
Física, y los Constructores son una absoluta necesidad de la
Metafísica. “Nunca los habéis visto”, es la
objeción que se nos echa en cara. Y preguntamos a los materialistas:
¿Habéis visto jamás al Éter o a vuestros
Átomos, o tan siquiera a vuestra Fuerza? Además, uno de
los más grandes evolucionistas occidentales de nuestros días,
el co-”descubridor” con Darwin, míster A. R. Wallace,
al discutir lo inadecuado de la Selección Natural para explicar
por sí sola la forma física del Hombre, admite la acción
directiva de “inteligencias superiores”, como “parte
necesaria de las grandes leyes que rigen al Universo material”
(20).
Estas “inteligencias superiores” son los Dhyân Chohans
de los ocultistas.
Verdaderamente, hay pocos mitos en cualquiera de los sistemas religiosos
dignos de tal nombre que no tengan un fundamento histórico, así
como científico. Los “mitos” -dice con justicia Pococke-
“se prueba ahora que son fábulas, en la precisa proporción
en que dejamos de entenderlos; eran verdades en la proporción
en que eran antes entendidos”.
La idea prevaleciente más definida que se encuentra en todas
las antiguas enseñanzas, con referencia a la Evolución
Cósmica, y a la primera “creación” de nuestro
Globo con todos sus productos orgánicos e inorgánicos
-palabra extraña para usarla un ocultista- es que todo el Kosmos
ha surgido del Pensamiento Divino. Este Pensamiento impregna la Materia,
que es coeterna con la Realidad Única; y todo lo que vive y alienta
se desenvuelve de las emanaciones del Uno Inmutable, Prabrahman-Mûlaprakriti,
la Raíz Una Eterna. El primero de estos, en su aspecto del Punto
Central vuelto hacia dentro, por decirlo así, en regiones por
completo inaccesibles a la inteligencia humana, es la Abstracción
Absoluta; mientras que en su aspecto de Mûlaprakriti, la Eterna
Raíz del todo da a los menos una idea confusa del Misterio del
Ser.
Por lo tanto, se enseñaba en los templos internos que este Universo
visible de Espíritu y Materia no es sino la Imagen concreta de
la Abstracción ideal; él fue construido sobre el modelo
de la primera Idea Divina. De este modo, nuestro Universo ha existido
desde la Eternidad en estado latente. El Alma que anima este Universo
puramente espiritual, es el Sol Central, la deidad misma más
elevada. No fue el Uno quien construyó la forma concreta de la
idea, sino el Primer Engendrado; y, como fue construido en la figura
geométrica del dodecaedro (21), el Primer Engendrado “tuvo
a bien emplear 12.000 años en su creación” Este
número está expresado en la cosmogonía tyrrhenia
(22), que muestra al hombre creado en el sexto milenium. Esto concuerda
con la teoría egipcia de los 6.000 “años”
(23), y con el cómputo hebreo. Pero ésta es su forma exotérica.
El cómputo secreto explica que los “12.000 y los 6.000
años” son Años de Brahmâ, un día de
Brahmâ, siendo igual a 4.320.000.000 de años. Sanchoniathon
(24), en su Cosmogonía, declara que cuando el Viento (Espíritu)
se enamoró de sus propios principios (el Caos), tuvo lugar una
unión íntima, cuya conexión fue llamada Photos
(........ ) y de ésta surgió la semilla de todo. Y el
Caos no conoció su propia producción, pues era insensible;
pero de su abrazo con el Viento fue generado Môt, o el Ilus (limo)
(25). De éste procedieron los Esporos de la creación y
la generación del Universo (26).
Zeus-Zên (AEther), y Chthonia (la Tierra Caótica) y Metis
(el Agua), sus esposas; Osiris -que también representa al AEther,
la primera emanación de la Deidad Suprema, Amun, origen primitivo
de la Luz- e Isis-Latona, la Diosa Tierra y el Agua otra vez; Mithras
(27), el Dios nacido de la roca, símbolo del Fuego del Mundo
masculino, o la Luz Primordial personificada; y Mithra, la Diosa del
Fuego, su madre y su mujer a la vez -el elemento puro del Fueo, el principio
activo o masculino, considerado como luz y calor en conjunción
con la Tierra y el agua, o la materia, el elemento femenino o pasivo
de la generación Cósmica-; Mithras, que es el hijo de
Bordj, la montaña del mundo persa (28), de la cual fue él
exhalado como un rayo radiante de luz. Brahmâ, el Dios del fuego
y su prolífica consorte; y el Agni indo, la deidad refulgente,
de cuyo cuerpo brotan mil corrientes de gloria y siete lenguas de fuego,
y en cuyo honor ciertos brahmanes conservan hasta el presente un fuego
perpetuo; Shiva, personificado por Meru, la montaña del mundo
de los indos, el terrorífico Dios del Fuego, que dice la leyenda,
ha descendido del cielo, como el Jehová judío, “en
un pilar de fuego”; y una docena más de deidades arcaicas
de doble sexo; todas proclaman claramente su significado oculto. ¿Y
qué podrían significar estos mitos dobles, sino el principio
psíquico químico de la creación primordial; la
Primera Evolución en su triple manifestación de Espíritu,
Fuerza y Materia; la correlación divina en su punto de partida,
alegorizada por el matrimonio del Fuego y del Agua, productos del Espíritu
electrizador (la unión del principio activo masculino con el
elemento pasivo femenino), que se convierten en los padres de su hijo
telúrico, la Materia Cósmica, la Materia Prima, cuya Alma
es el AEther, y cuya sombra es la Luz Austral? (29).
Pero los fragmentos de los sistemas cosmogónicos que han llegado
hasta nosotros son ahora rechazados como fábulas absurdas. Sin
embargo, la Ciencia Oculta, que ha sobrevivido hasta de la Gran Inundación
que sumergió a los gigantes antediluvianos, y con ellos hasta
su memoria misma (salvo los anales reservados en la Doctrina Secreta,
la Biblia y otras Escrituras), aun conserva la Clave de todos los problemas
del mundo.
Apliquemos esta Clave a los raros fragmentos de Cosmogonías por
largo tiempo olvidadas, y por medio de sus esparcidas parcelas, tratemos
de restablecer la que una vez fue Cosmogonía Universal de la
Doctrina Secreta. La Clave sirve para todas. Nadie puede estudiar seriamente
las antiguas filosofías sin percibir que la semejanza sorprendente
de conceptos entre todas, muy a menudo en su forma exotérica
e invariablemente en su espíritu oculto, es el resultado, no
de la mera coincidencia, sino de un designio marcado; y que durante
la juventud de la humanidad hubo un solo lenguaje, un conocimiento y
una religión universales, cuando no había iglesias, ni
credos, ni sectas, sino cuando cada hombre era un sacerdote para sí
mismo. Y si se demuestra que ya en aquellas edades, ocultas a nuestra
vista por el crecimiento exuberante de la tradición, el pensamiento
religioso humano se desarrollaba en simpatía uniforme en todas
las partes del globo; entonces se hará evidente que, sea cual
fuese la latitud en que haya nacido, ya sea en el frío Norte,
o en el ardiente Mediodía, en Oriente o en Occidente, ese pensamiento
fue inspirado por las mismas revelaciones, y el hombre fue criado bajo
la sombra protectora del mismo Árbol del Conocimiento.
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