MILAGRO EN EL ACONCAGUA

Autores:

Maria Eliana Aguilera Hormazabal

Quintín García Muñoz

Cuento editado en el libro de antología de poetas y narradores chilenos

Riobellavista

Gracias a Mago Editores (Chile)

 

 

Los tonos rosados y azules del atardecer impregnaban la brisa de aquel día de verano. Ingrid esperaba a su amado John. Ya hacía tantos años que se amaban, que cada célula de su cuerpo se había transmutado y reflectaba el inmenso amor que se profesaban. El hecho de que estuviesen separados físicamente por doce mil kilómetros  cada vez había sido menos impedimento para que sus mentes trabajasen al unísono. En realidad, la unión de dos almas solo es posible porque los seres humanos están separados,  y de la misma forma que un águila estaría equivocada si pensase que podría volar mejor sin la resistencia del aire, de igual manera estaría en un error quien creyese que cuanto más cerca estuviesen dos cerebros, menos impedimentos habría y  mejor funcionaría la transmisión del pensamiento y de la luz. En realidad la separación física es la verdadera fuerza que como  un impelente deseo hace anhelar vehemente esa fusión de energías a dos mentes. Si Ingrid y John, o cualquiera que aspirase a vivir en el mundo espiritual, hubiesen estado físicamente juntos, todo se habría desvanecido como un castillo de naipes, o mejor dicho, nunca habría existido, pues ese mundo se mantiene por la utilización del pensamiento, y éste es su verdadera esencia. Cuando dos personas están juntas no se plantean comunicarse mentalmente pues es mucho más sencillo hablar. Para pensar y utilizar la imaginación creadora se hace casi imprescindible estar “en soledad”.

La luz de John se insufló con poderosa energía en la esfera de luz que rodeaba a  Ingrid y una vez más ocurrió el milagro de la unión que colmaba a ambos de paz. El mago envolvió al hada con colores e Ingrid entonó un cántico que, ascendiendo en espirales, se podía escuchar en las montañas cercanas. Innumerables seres vivientes esperaban impacientes el canto del hada y los resplandecientes colores del aliento de su amado John.

Día tras día, atardecer tras atardecer, todos los devitas o angelitos transmisores de “la palabra” colaboraban con cariñoso agrado en la construcción de aquellas melodías.

Aun siendo verano existían extensas zonas de nieve perpetua y en la noche podían alcanzarse muchos grados bajo cero.

 

En arrobamiento espiritual, engalanados por sus cánticos vespertinos, Ingrid y John ascendieron a las cumbres. Caminaron como nubes vaporosas sobre las delicadas flores de su jardín mental,  mientras Linnsss, su amado pájaro, modelado con la materia de sus mentes, revoloteaba impaciente y ávido de nuevas aventuras.

-¡Nuestro Linnsss!

En un momento determinado algo insólito ocurrió. Un violento resplandor fulguró en la lejanía. Los jóvenes pensaron que tal vez había ocurrido algo misterioso y envueltos por Linnsss se dirigieron hacia aquella zona. Al principio no vieron nada y regresaron al jardín, pero Ingrid había cambiado de estado de ánimo y su corazón había perdido la alegría danzarina. Le rogó a John que diesen otra pasada por la zona norte. De nuevo volaron y esta vez, sí  que Ingrid descubrió algo. Había un avión incrustado bajo una alfombra blanca. Los supervivientes tiritaban de frío.

-¡La mayoría son niños! -exclamó sobrecogida la doncella de ojos de océano.

Estaban todos a punto de helarse y alejados del avión esperando una segunda e inminente explosión. Ingrid y John contemplaban aquella delicada situación y aunque deseaban cobijarles, no sabían cómo. La joven de corazón dorado estaba consternada a causa del dolor de aquellos niños. Les abrazaba, pero sus delicadas  y etéreas manos atravesaban los cuerpos infantiles sin ser capaces de establecer contacto .

Ella miró a John y le pidió que, utilizando su magia, les envolviera en una esfera.

El mago rogó a Ingrid que le abrazara muy fuertemente, y juntos, incluida la materia transparente de Linnsss se situaron justo en medio de los supervivientes. Acompasados por el canto de Ingrid, iniciaron la construcción de una esfera de luz. El hada sabía que cuanto más abrazase a John, más calor desprenderían. Era una ley de la electricidad. El acercamiento del polo positivo y del negativo engendraba la luz. Y ellos ya sabían desde hacía mucho tiempo que lo mismo ocurría en el plano espiritual. La fusión y acercamiento de dos vehículos etéricos ocasionaba un resplandor que llamaba la atención de los devas elementales y con su vibración electrificaban el entorno produciendo calor al contacto con otros cuerpos etéricos.

-¿Cómo describir el trabajo mágico de aquellos dos seres de amor y de luz?

Tal vez nos podríamos hacer una idea aplicando nuestra imaginación y nuestra capacidad de visualización.

Los dos cuerpos de luz creados por las mentes de los magos se posaron en el centro de aquellos muchachos. Luego se abrazaron unidos por un amor abstracto y por lo tanto eterno. No es un amor a una forma física determinada. Es una atracción producida por su capacidad de visión del Universo. Esta atracción es como mirar a la lejanía y poder contemplar la creación del mundo a la vez. Creer en la inteligencia, sabiduría y bondad de las mentes rectoras. Es sentirse uno con el inmenso océano de vida que es el Espacio. Es la confianza en que un orden cósmico proporciona los campos de actuación de las conciencias. Es saber que hay devas y ángeles que a una palabra nuestra modifican la materia viva, pues ellos son serviciales por naturaleza. Es confiar en que después del dolor y del sufrimiento viene la sabiduría y la alegría danzarina. Es en definitiva la visualización de lo más Sagrado que unos seres humanos pueden conseguir.

Esa es la unión de dos almas en la eternidad del espacio y del tiempo. Y ese era el poder de nuestros héroes.

Una vez establecida esa fusión, lo demás es relativamente sencillo, pues hay fuerzas a nuestro alrededor que nos ayudan. Y así, se fueron tejiendo gran cantidad de lotos luminosos o anillos de luz que sirvieron de estructura para que la energía se distribuyese. Podríamos contemplar numerosos cordones dorados repasando incansablemente los corazones de Ingrid y John, que luego atravesaban los cuerpos de los muchachos. A su vez todas esas líneas envueltas por varios círculos o franjas más grandes en sentido horizontal que giraban continuamente y conformando una gran esfera de tono rosado y azulado que envolvía brillantes y multicolores puntos de luz.

Ingrid y John estaban exhaustos cuando al amanecer un helicóptero encontró a los accidentados. Ya no podían más. Unas horas más tarde llegaron soldados de un destacamento de montaña, incluidos entre ellos algunos marinos del buque insignia de Chile, La Esmeralda, que se habían alistado como voluntarios, pues varios de sus hijos estaban entre aquellos niños.

Algunos pequeños balbucearon algo medianamente inteligible y que luego se comprendería:

-Una es...fe...ra...

El percance no había ocurrido lejos de Portillo. En línea recta, a través de las inmensas montañas, a unos veinte kilómetros del Salto del Soldado. Bajaron a los muchachos a un hermoso colegio de la ciudad de Los Andes que limita con la carretera que enlaza la ciudad con Valparaíso y Viña del Mar. Junto al precioso campo de fútbol de hierba, en un enorme gimnasio, permanecieron los rescatados hasta que todos los padres de los niños pudieron ir a recogerles.

El Mercurio entrevistó a dos niñas rescatadas  que se llamaban Vale y Perla.

-Sí. Eran dos seres luminosos que se abrazaban. La mujer entonaba hermosas melodías…y nosotras ... ¡Estábamos tan bien allí junto a ellos!

-También había como un pájaro de fuego transparente con ellos -añadió Ángel, un muchacho que se acercó con curiosidad.

Y quizás todo habría quedado en  una anécdota o como una bella alucinación colectiva, si no hubiese sido por un segundo extraño y simultáneo acontecimiento. Ese mismo día descubrieron en un hermoso jardín de una casita de Los Andes a una anciana de cabello blanco que había muerto sentada en posición de loto dentro de un círculo formado por un macizo de flores de lavanda. En el suelo, junto a ella, había depositada una novela titulada “Ingrid y John o Unificación de las Almas”  y al lado del bello libro una libreta con unos dibujos: la cima del Aconcagua. Acurrucados en una de sus laderas unos niños envueltos por los brazos de una figura de mujer. Por si pudiese haber alguna duda de su mensaje, la fecha exacta del acontecimiento.

¡Quién podría dudar de que un bello milagro, como tantos ocurren todos los días, había acontecido en  la montaña más alta de América!

Allá arriba en los cerros, en el lugar de la salvación, se dice que algunos montañeros cuando predomina el color violeta del  atardecer pueden  vislumbrar la silueta de una esfera luminosa.

No se sabe si hacer caso a los fatigados montañeros que tienen el privilegio de ascender hasta allí, pero sí que es verdad, y todo el mundo lo puede comprobar, que, sobre aquellos riscos, permanentemente, vuelan dos águilas trazando círculos entrelazados y dibujando el signo del infinito. También se cuenta que en las noches de intenso frío, el canto de Ingrid envuelve las hermosas cumbres nevadas y que refulgentes tonalidades de colores semitransparentes iluminan a los montañeros extraviados.

Amado lector, si alguna vez viajas hasta tan bellos parajes, camina al atardecer y cuando el sagrado y profundo silencio sea tu única compañía, podrás escuchar un sonido ululante, parecido a una canción  en la lejanía. En ese preciso instante, una nueva esperanza nacerá en tu corazón, la de intuir que el alma y el amor son inmortales e imperecederos.

 

 

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Revista Alcorac

Entrevista con las hadas.

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