El Hijo de Osiris

“El hombre que amó mil corazones”

Autor: Quintín García Muñoz

 

 





Reg. Prop. Int. Z-259-08
ISBN:978-84-612-5905-2

Impreso en : www.eimpresion.com

 

 

 


 

 

 

Mi más profundo agradecimiento a
D. Salvador Navarro Zamorano
Escritor, humanista y amigo.

 


 

 

 

 

P R Ó L O G O

 


He presentado algunas obras literarias ante un público pero esta es la primera vez que prologo un libro escrito por un amigo.

Es un libro impregnado de espiritualidad, con rasgos autobiográficos, y páginas escritas con una sencillez que me impresionaron al leerlas y ver temas tan delicados como el de una mujer que va descubriendo su propia grandeza conviviendo con sus miserias terrenales.

Somos como sombras engendrando sombras. Vivimos en un mundo de sombras de sueño y sueños de sombras. Por esta obra pasa la brisa de un espiritualismo desconocido y presentido al mismo tiempo. Puede funcionar como un espejo, donde la imagen se proyecta y luego desaparece. Pero en cada página hay un mensaje: “Ser inmortal es esperar la inmortalidad”. La fe es la experiencia viva, íntima certeza, visión directa. La idea de Dios en el hombre.

Ser lo es todo. La acción de los no creyentes es más fecunda en el campo espiritual que la de los creyentes, estériles y pacíficos; la paz es siempre estéril, no pesa en la balanza de la historia. Este libro está fuera de lo que llamamos religión, que esencialmente es religión policíaca, otra forma de ateísmo.

Aunque en forma de Diario íntimo, hay un diálogo simple, entre un alma sedienta de comprender y conocer y otra que desborda amor. Los dos personajes a través de sus entrevistas, van desvelando los misterios de los que somos depositarios los hombres, haciéndolos surgir uno a uno en un nacimiento de alborozos y lágrimas de alegría.

Quintín García, autor del libro, hace pasar por las páginas del “Hijo de Osiris”, la tradición esotérica que esconde todas las religiones, con un estilo directo que revela su experiencia y que transfiere al lector como una lección magistral de su espiritualidad personal.

Me parece una obra didáctica, con merecimientos suficientes para leer más de una vez y poner en práctica sus revelaciones, al tiempo que da a conocer rasgos del alma del autor y un camino emprendido para su descubrimiento. La parte correspondiente a sus experiencias con una mujer a la que llama “maestra”, indica sensibilidad extraordinaria y fe en su existencia como espíritu inmortal.

Miguel y Emilia, me parecieron alguna vez personajes cervantinos, Alonso Quijano y Sancho Panza, el uno todo espíritu y el otro simple materia, que se revela al final de la obra poseyendo un saber ganado por el conocimiento y la presencia de su espejo, el caballero de la Triste Figura. Así Miguel va desposeyendo a Emilia de su barro terrenal para descubrir en el interior de la vasija material su trascendencia, su infinitud, su eternidad.

Cada libro que leo donde el esoterismo es el tema, se me presenta como una Revelación, ante mis ojos; no todos los ojos ni todas las mentes son hechas para la contemplación y la comprensión del Espíritu. Contemplar es función espiritual, distinta y superior a la facultad de ver; comprender es una función psíquica, muy distinta, a la función mecánica de leer.

Cada libro puede ser una Obra Magna, pero no todos pueden comprenderlo. Contemplar y comprender, son grados de Iniciación, en el mundo esotérico. Dos virtudes de la diosa Minerva que llevan las almas al cielo del éxtasis, condición de almas superiores.

Es un privilegio encontrar un libro sin tiempo, que permite ser admirado por un núcleo de almas. Unas puras, otras más superiores. Y la belleza espiritual pide una disposición especial de Espíritu, que no a todas las almas les es dado ese divino don.

Pero, en todos los siglos, a pesar de las tristezas de las épocas, la Tierra conserva un grupo de almas capaces de revelar la grandeza del Espíritu, de vibrar y conmoverse como nuestra Emilia, y digo nuestra, porque ella es, en el fondo, cada uno de nosotros, capaz de conmoverse con los ritmos armoniosos de las líneas de fuego que son los caminos del alma, en vuelos atrevidos de la música verbal.

Para esta alma femenina los iniciados de todos los tiempos han hablado y escrito sus palabras, transcritas a los grandes libros, y que son el corazón de la inmortalidad.

Este es un libro que he leído pero no he discutido con su autor. Dejemos siempre que lo discutan otros lectores. He tenido que limitarme modestamente a repasarlo, amando los momentos que absorbieron mi atención y mi corazón. Sus páginas son todo amor.

Ahora entra en el dominio público. Cada libro existe en el momento de su redacción, cuando arrancamos los más ocultos secretos de nuestro vientre misterioso y desconocido, para realizar el hecho tangible de crearlo. Realizada, se entrega sus secretos sencillos y profundos a la atención amorosa de los lectores.

Cada autor está oculto tras sus obras y no es que ello sea un desnudo ni sean fragmentos de una autobiografía, pero sí que puedo afirmar que este libro de mi amigo Quintín es una revelación de Sí Mismo. El alma de Miguel y Emilia no son más que un pretexto para mostrar su propia alma. No conocemos el mundo, sino por lo que el mundo es en nosotros. Y ser siempre Sí Mismo es la condición de ser siempre verdadero.

Eso ha hecho Quintín García Muñoz.

El argumento de esta novela no ha sido copiado de la Vida, sino ideado en el seno de ella. La Vida solamente ha dado los elementos creadores del libro. Y como todo lo humano, es real, fragmentos de la humanidad. Es un relato vivido dentro del autor. Dos figuras de hombre y mujer, proyectadas como sombras que han vivido unos momentos del tiempo, que vinieron de la Nada para desaparecer en la infinitud de lo incognoscible.

Y aquí os dejo, apreciado lector, con la lectura de las páginas que vienen a continuación, que son como canciones de almas solitarias. Una que ha escapado del naufragio y otra que bajo el influjo de la Revelación y la Belleza encontró la Ciudad Eterna.

Lo cruel del momento en que vivimos, es que el erial intelectual tienda a hacerse una regla, de la cual, las pocas excepciones, que debieran confirmarla, se hacen cada vez más raras.

Permitidme, pues, esta invitación para la entrada que conduce a la puerta de los dioses.

Bunyola (Mallorca) Julio de 2008.


Salvador Navarro Zamorano.

 

 

 

 

Capítulo 1




Estimado lector, me llamo Emilia y regento un pequeño restaurante junto a una de las montañas más bellas del Pirineo español. Para mantener mi anonimato no diré exactamente cual de ellas es. Tal vez no es la más grande, pues hay otras mucho más altas, pero su nombre significa en un dialecto antiguo algo parecido a “espada”. Su cumbre, desde lejos, aparenta ser muy afilada, sin embargo se puede ascender hasta casi su vértice, a través de onduladas y agradables praderas. En algunos días del final del verano, cuando las hojas amarillentas dejan entrever en lontananza pequeños ventisqueros de nieve, y, todavía, la hierba alegra con su manto verde los ojos del cansado habitante de la ciudad, ávido buscador de tesoros naturales, se puede contemplar el color dorado y rojizo del sol en sus llanuras septentrionales y ascendentes. Entonces, una silenciosa y callada voz que surge del corazón, colma de emoción nuestro espíritu y unas dulces y bellas lágrimas riegan las cansadas mejillas que la Vida ha ido desgastando paulatinamente.
No hace mucho tiempo que mi oficio era el que a todos les gusta denominar como “la profesión más antigua del mundo”, es decir, era una mujer pública. Es cierto que ya disfrutaba de enormes ventajas, pues la suerte, dentro de lo que cabe, me había sonreído. Tres amigas regentábamos un elegante club de alterne en una de las más populosas ciudades de España. Yo, apenas tenía obligaciones hacía los clientes, pues únicamente trabajaba en casos muy especiales, como podía ser el de algunos afamados hombres de negocios, que se habían convertido ya, después de tanto tiempo, casi en amigos.
Sin embargo, bien tengo que admitir, que a veces me solicitaba algún extraño, y un desagradable sabor de boca me invadía, al recordar todo lo que mi alma había tenido que soportar, especialmente al principio. Pero, lo que deseo narrar es una historia maravillosa y mágica que ocurrió hace unos años y cambió para siempre mi vida y mi forma de comprender el mundo.

 




Capítulo 2




El suave murmullo de los clientes y las señoritas de alterne era en ocasiones sobrepasado por alguna pícara carcajada, pero en general, el ambiente era absolutamente discreto. Cuando alguien parecía no entender que aquel lugar era enormemente serio, Alexis, un joven de complexión atlética y bien definida, gracias a una ajustada camiseta de color negro, llegaba hasta él y de forma suave le rogaba que no alterase el orden. Y pobre del gamberro, si no quería comprender, a la primera, el mensaje. En unos segundos estaba en la calle, sin ni siquiera haberse dado cuenta.
Sumergida en aquel ambiente, familiar para mí, y sin el menor indicio de lo que iba a ocurrirme aquel lejano once de abril del año 2024, apareció un hombre alto, vestido con un pantalón vaquero y un sencillo jersey azul celeste. Su cabeza estaba totalmente rapada y aparentaba tener unos cincuenta y cinco años.
Su entrada me causó, a pesar de considerarme tan profundamente experta en las debilidades de los hombres, un fuerte, a la vez que agradable, impacto. Desde el primer momento, la vista se me fue detrás de él, debido a que “algo no encajaba”.
Pero, apenas me reconocía a mí misma. Juraría que nada más verle me había enamorado de él.
-¡Dios! ¿Cómo me puede ocurrir a mí una estupidez tan grande? Le había observado dos segundos y me apresuré, impacientemente, a ir a la barra para saber qué deseaba.
-Hola-saludé al hombre elegante y extraño.
-Hola-me contestó con una hermosa sonrisa.
-¿Qué desea?
-Busco el alma de los humanos.
-No le entiendo. Este es un lugar muy serio. No es para sicópatas -le dije un tanto confundida, sorprendida, indignada y poniéndome a la defensiva.
-Disculpe. Tal vez he sido demasiado atrevido al iniciar una conversación de esta forma –dijo el desconocido mirándome dulcemente.
-Bueno, discúlpeme a mí -respondí casi en voz baja-debe de comprender que a lo largo de muchos años de profesión, nunca, nadie, me había dirigido unas palabras tan raras.
-¿Sabe? –continuó el desconocido- Si me he atrevido a comenzar así la conversación, es porque nada más entrar he percibido que su corazón me abrazaba.
-¡Dios! Solamente le he mirado. Pero debo reconocer que nada más verle entrar por la puerta, he sentido una fuerte emoción que no me invadía desde que era una niña, cuando mi padre regresaba del trabajo.
-A eso me refiero.



Capítulo 3


-Ahora me doy cuenta de que no le he preguntado qué desea tomar.
-Me conformaría con un zumo de melocotón o de naranja. Si no lo tienen, póngame, por favor, una cerveza sin alcohol.
-De acuerdo- contesté mientras me marchaba hacia el “ofice”.
Tenía que pensar rápidamente. Estaba con el corazón acelerado, saltaba, palpitaba como si me fuese a explotar. Me parecía a las adolescentes de quince años que se sonrojan por un tímido inicio de pensamiento. No me había pasado nunca nada igual, ni siquiera con el novio que tuve en primer curso de la facultad de medicina.
-Tranquila Emilia, tranquila-me repetía continuamente mientras buscaba algún tipo de zumo.
Con tantos nervios no encontré lo que seguro que había, así es que tomé la decisión de preparar un zumo de naranja natural. Las manos me temblaban cuando deposité el vaso sobre la barra.
-Gracias –dijo el desconocido con una mirada de infinito amor y cariño.
-¿Puedo preguntarle cómo se llama?
-Llámeme Miguel. Pues en verdad no importa mi nombre. ¿Y usted?
-Emilia -respondí-. Pero dígame ¿Qué le trae por aquí? Parece que usted no es como los demás clientes.
-¿Conoce la historia de Osiris? –interrogó Miguel con tono prudente y considerado.
-Solamente me suena el nombre. En algún curso de historia quizás lo haya estudiado, pero fue hace tantos años, que no recuerdo nada más.
-Tal vez le apetezca que hablemos sobre el tema.
-Miguel… -pronuncié con respeto.
-¿Sí? -preguntó sonriendo el hombre misterioso.
-Vayamos a un saloncito más tranquilo -sugerí.
-Estupendo.
Mis amigas me observaron con enorme curiosidad y yo disfruté sus miradas cariñosamente ávidas.
-Creo que nunca la he visto tan embelesada -oí decir a Isabel mientras pasaba cerca de ellas.
-Es verdad -añadió Lucía-. ¡Siempre ha sido tan distante y fría con los clientes!
-Lo cierto es que –continuó una vez sentados el uno enfrente del otro- tampoco conozco con todo lujo de detalles la mitología egipcia, sin embargo, para mí, lo más esencial es que el cuerpo de un dios fue fraccionado en múltiples trozos.
Estaba tan embelesada estudiando cada uno de los pequeños detalles de su hermoso rostro, que perdí durante unos segundos toda la concentración en lo que me decía. Miguel sonrió como si supiese lo que estaba pensando y me dijo.
-Parece que no tiene mucho interés en lo que le estoy explicando.
-¡Nooo! Al contrario. Sólo que estoy tan contenta, que me despisto.
-Bien-prosiguió- seguro que ha escuchado mil veces que todos somos uno.
-Sí. Realmente las personas en general son un tanto ilusas cuando aseveran lo que continuamente la vida desmiente. En la mayoría de las ocasiones, no hay nada más que una lucha terrible por el dinero y el poder, tanto entre los de arriba como entre los de abajo. Así que no creo en esas patrañas de las distintas iglesias y sus predicadores, sean de la confesión que sean.
-Me parece consecuente que piense así Emilia. Podríamos dejar aquí la conversación y el día que lo desee vengo a visitarla. No me importa si le tengo que pagar cada hora que hablemos.
-¡Por Dios! Para mí es un maravilloso placer estar hablando con usted. Respecto al dinero, soy una de las dueñas, y por lo tanto no tengo que dar explicaciones sobre la utilización de mi tiempo en el trabajo. Yo sería inmensamente feliz si pudiese venir mañana otro ratito.
Miguel me miró con unos ojos tan profundamente amorosos, que apenas podía resistirlos. En cualquier momento me derretiría como un helado al sol.
-Gracias Emilia.
-Hasta mañana Miguel -le “susurré” en el momento de abrirle la puerta como si fuese el cliente más importante del mundo.
-Hasta mañana Emilia.
Mientras le observaba marcharse bajo las luces de neón de la larga calle, mi corazón ardía. Era puro fuego. Un anhelo devorador me había atravesado de una parte a otra del pecho. Y antes de darme cuenta, había añorado abrazarle y besarle. Me asusté al verme pensar de esa forma. Yo, Emilia, la mujer que dominaba y trataba a todos los hombres como simples marionetas.
-¿Quién es ese hombre Emi? –me preguntaron con ansias de saber Isabel y Lucía.
-Lo único que sé de él es que se llama Miguel. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
-¡Eres muy graciosa! Pero no nos lo creemos.
-Pues es la pura verdad. En realidad lo único que puedo afirmar es que es un loco divino. No sé. Es como si le conociese de siempre.
-Parece muy buena persona por su forma de andar.
-Sí. Eso enseguida lo sabemos nosotras que hemos tratado con tantos y tantos hombres.
-Entonces... ¿Qué es lo que desea?
-No sé. Tal vez mañana sepa algo más.
-Parecía que te gustaba, pero ten mucho cuidado. Quizás sea un timador o un embaucador.
-Sí, tal vez tengas razón. Deberé extremar las precauciones. Nunca se sabe cómo la gente desea estafar a los demás.
-Esa es mi Emilia. Fría y calculadora. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!
Pero, en ese instante nada más lejos de la realidad. Todos años que había trabajado en el club me habían convertido en una mujer amable externamente, pero fría y excesivamente prevenida en mi interior. Y ¿quién puede vivir así toda una vida, sin sentir el calor de un corazón cercano?
Después de la sonrisa casi obligada y fingida, me tomé la noche libre y regresé “temprano” a casa. No podía borrar la imagen de Miguel de mi mente. Me miré al espejo y casi inconscientemente me peiné, me retoqué las cejas y sonreí cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo.
Aquella noche soñé que volaba por lugares hermosos de la mano de Miguel, saludaba a muchas personas, y ascendíamos hacia un lugar de inmensa luz y calma beatífica. Me sentía enormemente feliz y mi corazón rebosaba alegría.


 


Capítulo 4


-Está radiante -fueron las palabras con las que me sa¬ludó Miguel.
-Gracias- acerté a decir, sintiendo que la cara me ardía.
Pasamos al reservado y en breves minutos comenzó a hablar como si no hubiese mediado tiempo desde la ante¬rior conversación.
-Casi todas las mitologías son incompresibles para nuestra mentalidad moderna. Necesitamos imaginar el mundo de una forma más racional. Es decir, adaptar las verdades universales a nuestra forma de pensar.
-El pensamiento de dividir a un dios en múltiples partes no parece algo que se pueda comprender. Incluso si se tiene excesiva imaginación, podría decirse que es un poco macabro -le dije sorprendida por mi desconocida elocuencia.
Miguel sonrió.
-Sí. Tanto como la gran cantidad de imágenes acerca de la crucifixión de Cristo.
-Es verdad- respondí.
-Tal vez se podría comprender mejor expresándolo de la siguiente forma.
Yo escuchaba con gran atención, si bien, a veces, me venía alguna duda sobre quien tenía delante de mí.
-A grandes rasgos se dice que, al igual que un alma encarna en un cuerpo físico, de la misma forma un Dios, encarna en un planeta.
- Creo que le entiendo.
-Se dice también, que el alma se distribuye a lo largo del cuerpo en puntos de luz. Los más importantes están en el corazón y en el cerebro.
-No lo sabía, pero se me hace curiosamente razonable.
-Entonces... ¿No le parece que estoy diciendo algo excesivamente extravagante?
-No, en absoluto-contesté-. Siempre había oído hablar acerca del alma como una abstracción, así es que, cuando me ha dicho que el alma se esparce como centros de luz en nuestro cuerpo, me ha parecido como si el mundo espiritual se acercase al nuestro. Luz en el cuerpo es, sencillamente, un concepto hermoso.
-Conforme el alma va tomando posesión del cuerpo se forman muchos más puntos de luz. Todos ellos están unidos unos a otros por hilos, siendo en realidad una sola cosa. Lo que los antiguos llamaban el “cuerpo de luz” o “cuenco dorado”
-Creo entender.
-Respecto al mito de Osiris, en mi opinión, parece que se refiere a que el Dios de la Tierra o el Ser que habita en ella, se derramó a Sí Mismo a lo largo, ancho y profundo del planeta en millones de trocitos o almas. Era la única forma de dar vida espiritual a la vida material. Podríamos decir, pues, que las almas de todos los humanos son en realidad una Única Alma.
-¡Parece muy interesante!
-De ahí se deriva lo que todos pregonan a los cuatro vientos y que casi nadie se cree: Que todos somos Uno.
-Podría ser una fantasía, como tantas otras.
Miguel sonrió y me miró.
-¿He dicho algo gracioso? -le contesté, herida en mi orgullo por su sonrisa.
-No, en absoluto.
-Entonces... ¿Por qué sonríe así?
-Es porque no tiene en cuenta algunos hechos recientes que le han pasado desapercibidos.
-¿Como cuales?
-Ayer me abrazó a la entrada, y cuando caminaba por la calle, me besó con enorme cariño.
-¡Dios! ¿Cómo ha sabido mis pensamientos?
-Bueno, es que lo que se denomina pensamientos, a veces no son únicamente eso.
-No le entiendo –encolerizándome por momentos.
-Hay varias clases de pensamientos. Unos que se quedan en nuestro cerebro, y otros que salen disparados del mismo sin que nosotros lo sepamos, ni seamos conscientes de ello.
-Eso es imposible.
-No Emilia. Le acabo de dar una prueba de que yo sentí sus pensamientos.
-No Miguel. Lo único que parece, es que usted tiene telepatía. Es decir, que ayer leyó mis pensamientos. Y tampoco es para tanto. Muchas personas, dicen que lo hacen.
-Ya- dijo sin perder la sonrisa. Entonces-continuó- ¿Ayer no notó nada más?
-Que estaba muy eufórica. Eso fue todo.
-Entonces... ¿No percibió algo distinto a lo habitual?
-No.
-Tal vez sintió algo en su espalda a la altura de los omóplatos y en el centro de su pecho, más o menos sobre el esternón.
-¿A qué se refiere?
-Como un fuego que calienta y que casi quema.
-¡Ah! –respondí mientras intentaba ocultar que cada vez estaba más enfadada, casi diría furibunda- Bueno... lo típico que dice la gente cuando se enamora. Pero eso es normal. Todo el mundo siente el fuego de la pasión -y esto último lo expresé con irónica acritud.
Miguel sonrió.
-Creo –dije gritando- que se está riendo de mí.
-No, en absoluto -replicó tranquilamente Miguel, -pero dejaremos la conversación por hoy. Es suficiente.
-Me parece estupendo -respondí casi increpándole. Me sentía profundamente humillada. ¡Qué se creía el tal Miguel!
-Entonces... no hay más que hablar. De momento no volveré aquí. Todos los días paseo por la Alameda de nueve a once de la mañana. Si desea encontrarme, suelo caminar cerca del kiosco de la música.
-No creo que vaya. No me gustan los parques -le despedí dando un portazo.

 

 

 

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