Hijos del Fuego
Cuento publicado por Mago Editores en el libro
Plaza Baquedano
(Antología de poetas y escritores chilenos)
Autores:
María Eliana Aguilera Hormazabal
Quintín García Muñoz
Las suaves rugosidades de la piedra de un bello panteón, escondido entre los cipreses de un antiguo cementerio y ubicado cerca de un acantilado sobre el océano Pacífico, resultaban extrañamente agradables a mis temblorosos dedos.
Desde siempre había sido considerada por mis padres una joven extraña, que pensaban que a los dieciocho años ya debería haber abandonado lo que ellos denominaban fantasías infantiles, y ahora me encontraba en aquel misterioso lugar a punto de ser envuelta por la oscuridad de una fría noche de invierno.
Atraída por los dos ángeles que custodiaban la cima de un bello mausoleo y que casi se tocaban con sus espaldas aladas, observé cómo uno de ellos encaraba el Oeste, embelesado por la puesta de Sol, y el otro contemplaba el enorme y rojizo resplandor de la luna llena sobre la delgada línea del horizonte. En el centro de una losa vertical, que parecía ser la puerta, había labrados dos aros dorados. Ningún epitafio mostraba la más mínima explicación de tan inmarcesible tumba.
Debió de ser justo cuando el sol y la luna coincidieron, que un sentimiento de amor inefable me llevó a besar los dos círculos entrelazados. Al instante, la enorme piedra se transmutó en cristal vibrante y oscuro a través del cual se adivinaba un pasillo iluminado por tenues puntos de luz. Entré sin el más leve signo de vacilación o temor.
-Estoy en casa-fueron las palabras que pronuncié instintivamente.
El mismo mencionado símbolo aparecía delante de mí, si bien de unos dos metros de altura. En la intersección de las circunferencias se podía leer una inscripción.
Viajero.
Si hasta aquí has llegado,
sed bienvenidos.
Las lágrimas más dulces que jamás había imaginado se derramaron regando mi rostro. Me sentí liviana, etérea, ingrávida... cuando atravesé aquellas figuras luminosas que parecían estar formadas de aire cálido. Tenía por delante un pasadizo relativamente oscuro que parecía terminar en una columna con una enorme estatua. Mientras avanzaba por el angosto túnel, medité sobre las extrañas palabras que acababa de leer. Tal vez se habían equivocado, y debería decir “Sé Bienvenido”, pero, por otro lado, quien se había esforzado en construir algo tan maravillosamente mágico, no podía haber incurrido en ese craso error.
Enfrente de mí se erguía una resplandeciente y traslúcida figura humana viviente. Pude distinguir a través de la misma, las paredes de un hemiciclo. Decir que estaba viva tal vez era demasiado, sin embargo eso parecía. En determinados momentos se adivinaban dos siluetas en una. Nada permanecía estático. Despedía colores transparentes, suaves y lo que más destacaba, eran tres bandas circulares y luminosas. Una a la altura del corazón, otra en la coronilla y una última a un metro aproximadamente por encima de ésta. Las dos primeras rotaban acompasadamente en la misma dirección, mientras que la tercera giraba en sentido contrario. En el pedestal se podía leer lo siguiente:
I
Al principio fueron dos puntos separados en atracción,
después, dos círculos superpuestos en contraria rotación,
luego, tres círculos dobles en el alma, en la coronilla y en el corazón.
Ahora, El Fuego es Nuestro Señor.
II
Fuego en los ojos.
Fuego en las manos.
Fuego alrededor.
III
que es nuestra mansión.
Nuestro corazón
arde sin combustión.
IV
Somos hijos
de los Señores del Fuego,
y, aún siendo recién nacidos,
ya poseemos voluntad y tesón.
V
Benditos sean Ellos,
Los que nos han concedido este don
El Fuego que es Hijo del Amor.
Mientras leía aquellas frases, mi corazón vibraba o más bien ardía. Realmente no encontraba diferencia entre ambos términos. En verdad que la luz que no permanecía circunscrita a aquella especie de holograma, se adhería en ocasiones a mis manos. Por un lado, anhelaba quedarme allí para siempre, pero por otro, es como si algo me obligase a continuar a través de la difusa luminosidad del túnel, y caminé sintiendo la caricia de las suaves sombras, preguntándome acerca de lo que estaba experimentando.
-¿Quiénes eran aquellos afortunados Hijos del Fuego?
Sin saber por qué causa, recordé a mi amiguito invisible Ángel, que me acompañaba los largos días de verano en mis juegos con las cacerolitas, y en mis rezos antes de acostarme.
Unas gotas de agua que caían en aquella parte de la gruta me devolvieron al momento en el que justamente había llegado a la segunda figura, muy parecida a la anterior. En esta segunda efigie, destacaba un refulgente rayo de luz azul y blanca, que trazando el número ocho, o signo del infinito. atravesaba las difuminadas siluetas a la altura del corazón.
VI
El fuego ondulado
cruza nuestro corazón
de lado a lado,
imparable, intenso,
dibujando pétalos dorados,
que como ríos de llamas
vertiginosos, forman nuestra alma.
VII
Cuanta mayor separación,
mayor anhelo de unión.
VIII
Amor y dolor;
ambos,
envueltos en fuego son.
IX
Esta gracia bendita,
este anhelado don,
a veces nos consume en aflicción.
Pero saber que así lo
ha querido Dios,
nos consuela y nos da valor.
X
El Fuego es nuestro elemento,
el Fuego es nuestra elección,
el Fuego es por quien vivimos,
origen y propósito de nuestra unión.
A pesar de la belleza en la que me encontraba inmersa, parecía ser que únicamente mi conciencia se había fijado en la estrofa IX, y una terrible angustia invadió lo más profundo de mi ser.
-¡Dios mío! ¡Cómo puede ser que estos seres de luz sufran!–exclamé.
La luz se transmutó en densas tinieblas y mis pasos comenzaron a ser infinitamente pesados. Ahora la cueva parecía estrecharme entre sus angostas e irregulares cárcavas. Mi
mente me condujo hacia algún extraño lugar más allá de mi juventud. Una cama, sudor envolvente, sangre fluyente, angustia, soledad... Me estaba ahogando por momentos. Las lágrimas parecían de alquitrán. Me caí en suelo de rodillas y luego quedé pegada al mismo. No era capaz de moverme. Estaba sujeta a la densidad más espesa que se pudiera imaginar. Unas niñas intentaban llegar hasta mí, besarme y abrazarme desesperadamente. Un barro oscuro o tarquín cubría los cuerpos de las pequeñinas y un grito lejano perforaba mi corazón ¡mamá! ¡mamá!
-¡Mi Dios! ¡Qué puedo hacer! ¡Pídeme lo que sea! ¡Déjame ayudar o destrúyeme...no puedo soportar tanto dolor! ¡Muéstrame el camino! ¡Enséñame, pero no me hagas sufrir más!
Oscuridad... Ausencia... Sopor... Sueño...
En ese preciso instante “observé” cómo una figura de luz se desprendía de mi cuerpo físico, magullado, y permaneció flotando en el aire, luego colocó su mano cerca de mi frente y como por arte de magia, apareció una ánfora dorada entre sus dedos que vertía líquido del mismo color que el recipiente sobre todo mi cuerpo. La figura de luz volvió a mi cabeza. Desperté con un vago recuerdo de la extraña visión y de la pesadilla en la que había estado sumida.
Me levanté un tanto aturdida y caminé con pasos bamboleantes hasta llegar a la siguiente estatua holográfica: Un hombre y una mujer estaba unidos por sus espaldas y con los brazos en cruz. Dos espirales luminosas que nacían en la base de sus columnas vertebrales, ascendían circunvalándolas hasta llegar a la cúspide de sus cabezas. La luz ondulada ascendía y descendía a enorme velocidad.
XI
Somos el futuro
del amor en el mundo.
Los nuevos dorados seres
que nacerán en los próximos amaneceres.
XII
Gracias amados Maestros
por reconstruirnos con nuevos elementos.
De nuestra vida, vuestro Fuego es sustento.
Origen del universo, por él, seremos eternos.
XIII
Se han fusionado catorce estrellas.
Sólo una de cada dos, queda.
El fuego blanco y azulado entre ellas se eleva.
La esfinge de dos caras
trescientos sesenta grados observa.
El fuego aumenta,
hacia los dorados lugares vuela.
XIV
Nada idéntico permanece.
En su interior sienten
terrible y bendita sed
de Fuego y Amor por siempre.
Algo no funcionaba bien dentro de mí. Había desaparecido la oscuridad, pero la ira me estaba abrasando. Ahora contemplaba el mundo, y más concretamente el amor, como algo sin sentido ¡Para qué amarse si la muerte y el dolor asesinarán las flores más hermosas!- grité como una poseída.
En aquel momento, la figura humana que me miraba se tornó oscura y se desmoronó sobre el pedestal. La segunda silueta dio la vuelta y tomó en sus brazos al “ángel caído”, e irguiéndose miró hacía arriba. De repente, como si se hubiese abierto el techo oscuro de aquella larga tumba, apareció un vórtice espiral de fuego que circulaba a enorme velocidad. Al principio se veía pequeño, pero en unos segundos era inmenso. De él surgió un río de fuego que, cual huracán impetuoso, envolvió a los dos seres etéreos. La espiral de fuego que parecía ascender y descender alrededor y dentro de las figuras fue cambiando de tonalidad. Y pasó de un rojo anaranjado a un blanco azulado. El ulular del viento ígneo era terrible. Los dos “ángeles” ardieron; sus siluetas se difuminaron; el color negro del ángel caído se disolvió, y la inmensa llamarada que envolvía las figuras fue absorbida por el vórtice espiral del techo que desapareció como si nunca hubiese existido. Cuando las lágrimas asomaban de nuevo en mis ojos, comprobé que, tras el intenso resplandor y en la silenciosa y tranquila oscuridad, había reaparecido el pedestal con las dos figuras humanas. En esta ocasión fusionadas en una sola y única forma transparente, traslúcida y esplendorosa. Ambos se abrazaban armoniosamente, pudiendo solamente ver la cara del más alto, que tenía la sonrisa más maravillosa y enigmática que jamás había visto en humano alguno.
XV
Si no estás seguro,
no des un paso más.
No es un juego,
no hay vuelta atrás.
XVI
Sólo dos corazones dorados
pueden continuar.
De esta vida, riquezas y tesoros,
ninguno a ganar.
XVII
Mira bien, humano osado:
alegría o sufrimiento,
salud o enfermedad,
todo es igualmente aceptado
en esta sagrada hermandad.
XVIII
Si, a la otra parte,
en toda clase de suerte,
no dudas abrazarte,
y no temes la muerte;
si, por oscuridad anegado,
con ojos de amor
al otro has mirado,
tal vez, y solo tal vez
Esté tu fuego preparado.
Y vi nítidamente el rostro del ángel ¡Le conocía! Era quien me visitaba en sueños desde hacía muchos años. Le miré de nuevo y deseé abrazarle. Sentí cómo salí de mí misma y ocupé el espacio del segundo ángel. Una excelsa beatitud colmó mi alma con insondable silencio. El Agua de la Vida anegaba los espacios vacíos de mi Ser. En tal estado de arrobamiento, regresé a mi cuerpo y continué inmensamente feliz por el túnel. Parecía que llegaba al final del mismo, pues de nuevo había un cristal oscuro, a través del cual se veía la luna llena.
-¡Uff ha pasado mucho tiempo!-pensé.
Así es que salí creyendo que estaba en mi querida Valparaíso, pero cuál fue mi sorpresa cuando contemplé que me encontraba en un cementerio inmenso. A lo lejos se distinguían las luces de una enorme ciudad. La luna llena presidía radiante en el cenit de la esfera celeste.
En ningún momento sentí el más mínimo temor, aunque la escena lo podría haber provocado. Inmersa en una paz infinita, di media vuelta para mirar la puerta por la que había salido y leí:
María y Juan
Renacidos el 12 de Septiembre de 2007
en la inmortal ciudad de Cesaraugusta.
-¡Dios mío! –exclamé. Es el día en que nací.
Emocionada me senté durante unos minutos, o tal vez más, pues el tiempo apenas tenía sentido en aquel estado de gracia y beatitud..
¿Significaba que las dos almas se habían unificado y habían renacido en mí?
¿Ellos eran Yo?
Y mientras me preguntaba esas y mil cosas más, continuamente escuchaba en mi interior:
-Sí, Nosotros somos Tú.
-Tú, Somos Nosotros.
-Escucha tu corazón. Recuerda que a quien llamas tu ángel, siempre ha estado contigo, en tus momentos de gozosa alegría y angustiosa tristeza... recuerda...
Sonreí a la Luna, adiviné entre sombras plateadas una hermosa estatua de un emperador romano que sobresalía entre todas las demás tumbas del cementerio. Y afloró en mi mente la tremenda certeza de que en mi cuerpo físico de alguna forma misteriosa habitaban dos almas unificadas y fusionadas. Supe que el viaje a mi sagrado Interior, o mejor a nuestro Sagrado Interior había finalizado. Entré de nuevo en el panteón. Nada quedaba salvo oscuridad y la losa vertical que servía de puerta. Cuando pensé cruzarla, se volvió a tornar de cristal oscuro con unas letras doradas.
Conoceos a vosotros mismos.
Y vi mi figura reflejada en aquel espejo. Yo era, o mejor expresado, nosotros éramos, los dos ángeles unificados. Por encima de mi silueta sobresalía el contorno resplandeciente del ángel alto que, sin ser consciente de tan gran milagro , siempre había estado en mí.
Atravesé el cristal. Todavía permanecía el Sol dorado sobre la línea del océano Pacífico. Bajé hacía el barrio del puerto de mi amada ciudad, y en estado de ingravidez absoluta, desgrané los últimos versos que siempre habían permanecido en mi mente.
XIX
Con amor, luz y vida,
las uniones tejerás.
Estrella a estrella,
con hilo dorado engarzarás.
Minuto a minuto,
segundo a segundo,
nunca cesarás.
XX
En abrazo profundo,
las catorce estrellas
serán siete
en el otro mundo.
XXI
No importa el pasado
o el futuro.
Sólo el infinito amor
que brota del Uno.
XXII
La mente es Fuego.
El Fuego genera la Luz.
La Luz engendra el Agua
y el Agua la Vida.
Así es tanto abajo como arriba.
XXIII
Dos polos son necesarios
para generar la Luz y el Amor,
tal y como ocurre entre
La Tierra y el Sol.
XXIV
No nos equivocamos,
cuando con el corazón,
la fuente de la Vida buscamos.
Tres pasos necesitamos:
Primero, encontrar el nuestro;
segundo, descubrir el de un verdadero hermano;
tercero, la unión y el engarzado perfecto.
XXV
Todos los seres persiguen sin saberlo
el amor más allá del amor;
las plantas, la luz,
Los animales el afecto,
los humanos, del corazón, el calor.
XXVI
Medita lanú.
El perfecto tejido dorado
es el principio de un nuevo estado.
XXVII
Medita sobre la Beatitud, buscador,
el primer paso del “Día Sé con Nosotros”,
es “Dos en Uno”
y su radiante fulgor.
XXVIII
El fuego de la Mente
a vuestras vidas desciende.
¡Benditos seáis, mis hijos, por siempre!
Unos minutos después tomé el antiguo, nostálgico y acogedor autobús verde. Por un segundo juraría que vi a María y Juan sonriendo. Sentí la presencia de mi amado ángel y me pregunté cómo iba a distinguir entre mis pensamientos y los suyos. Pero ¿Tenía eso importancia para dos seres cuya unión había sido forjada por el Fuego de la Voluntad de Amar?
Nuestro más profundo agradecimiento a Mago Editores
Ingrid y John